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Opinión

«Topos» indeseables que VOX no puede tolerar entre sus filas: el caso WC Donaire

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Vox es, hoy por hoy, la única excusa que le queda a la tan manoseada “democracia” para seguir existiendo.

Todos los demás partidos –todos– han fracasado de una u otra forma en su supuesta intención de gobernar España mejorando la vida y las condiciones de los españoles, que es, al fin y al cabo, para lo que se elige un Gobierno, y NO para decirnos cómo vivir, comer, relacionarnos o reproducirnos.

Por supuesto, hay un lugar de honor para la náusea infinita en el panteón de podredumbre de restos políticos: esos lugares los ocupan el PSOE y el PP. Junto con Podemos, que, en tercera posición no por mejor olor sino por menor importancia intrínseca queda debajo de las cloacas de los dos grandes.

Y, precisamente para evitar que VOX se aproxime siquiera a tan maloliente lugar, aquellos que creemos en las personas que están dando la cara por este partido luchamos para evitar que se la partan o que las hagan sonrojar de vergüenza.

Sabemos, porque es nuestra obligación saberlo, que la inmensa mayoría de cargos, militantes y simpatizantes de VOX pertenecen a esa rara especie de españoles honrados, cabales y con principios, y ello nos reconforta.

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Pero precisamente por esa bonhomía que caracteriza a VOX, debemos estar alerta para detectar posibles o probables “garbanzos negros” que puedan oscurecer, siquiera por un instante, la intachable trayectoria de este partido.

Este es, por tanto, el caso que nos ocupa: el extraño caso de los detenidos en Gerona por el curioso hecho de retirar lazos amarillos de la vía pública y entregarlos bien resguardados y protegidos en un sanitario de porcelana blanca -pieza conocida como WC, trono, o asiento de pensar- en el portal del inefable, indescriptible, insoportable e incapaz “mozo de cuerda” Alberto – “tito” para sus amigos íntimos- Donaire.

Recordado es el incidente, mediante el cual fueron detenidos -con nocturnidad y alevosía- privándoles inexplicablemente de libertad durante varias jornadas, por el incalificable delito del depósito del sanitario evacuador.

Hete aquí que, a la sazón, Juan Carlos Segura Just, conocido abogado de Gerona y diputado de VOX, ofrecióse a defender el honor y la libertad de los individuos acusados por tal despropósito.

Para ello, se hicieron diferentes cuestaciones monetarias -Jose Manuel Opazo, conocido empresario- donó 1000 euros para la defensa, amén de otros 300 por detenido, e innumerables aportaciones de personas anónimas.

Todo este dinero quedó en manos del que afirmó hacerse cargo de la defensa de estas personas, el susodicho diputado de VOX, al que ahora, los detenidos, acusan de, supuestamente, haberse quedado con todo el dinero donado para su defensa, negándose a proceder a ejercerla y, de manera coloquial, dejándolos compuestos y sin abogado. En este caso, más bien descompuestos.

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Este es el cáncer del ambiente patriótico español, al menos en Cataluña: la deslealtad es la tónica diaria, y la falta de principios, el común denominador.

Incluso el conocido grupo “deslacificador” “El Timbaler del Bruch” hizo su propia colecta para ayuda de estas personas, para a continuación, supuestamente, apropiarse de los fondos.

Lamentable.

Por ello es por lo que desde aquí queremos llamar la atención de VOX, para que tome cartas en el asunto y ejerza la poda y limpieza que parece necesitar el partido en la conflictiva región catalana.

Porque la esposa de César no solamente debe ser honrada: también debe parecerlo.

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España

El suicidio de la UE y la antigua Grecia

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por Pino Arlacchi

La Europa de hoy está afectada, como la antigua Grecia, por desigualdades y fracturas: está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia.

Con su insano plan de rearme, la élite gobernante de Europa occidental está intentando construir una amenaza rusa que sólo existe en sus delirios y que sirve para ocultar su incapacidad para jugar el juego real, que es enteramente interno a la propia Europa.

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El juego del empobrecimiento lento e inexorable de su población en beneficio de unos pocos privilegiados que dura ya medio siglo. El juego de la pérdida de energía vital del continente, cada vez más aislado en un planeta ya no dominado por Occidente y rebosante de deseos de emancipación y de paz.

El proyecto europeo, concebido después de 1945 como reacción a dos guerras mundiales que llevaron a Europa al borde de la autodestrucción, ha agotado su fuerza motriz.

Ya no es un gran plan de paz y prosperidad compartidas. Se ha corrompido y se ha volcado en un cupio dissolvi, en un renovado impulso suicida.

¿Qué otra cosa puede ser sino un voto de locura a muerte el ataque que la oligarquía de Europa Occidental está lanzando contra otra parte de Europa, Rusia, equipada con armas de destrucción masiva capaces de destruir toda la civilización europea?

¿Qué pasaría si Rusia decidiera tomar en serio la amenaza de agresión de Bruselas y actuara por adelantado y tomara la iniciativa en lugar de esperar veinte años como en el caso de Ucrania? Por el momento, Putin parece más inclinado a considerar las declaraciones de von der Leyen y la histeria antirrusa del Parlamento Europeo como poco más que charlatanería. Pero en el caso contrario no creo que el fin de Europa se produzca lentamente, a lo largo de siglos o generaciones, como le ocurrió a su patria, la Grecia clásica, que se extinguió por las mismas razones absurdas que hoy promueven los ineptos dirigentes de Europa.

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No fueron los arcos del invasor persa ni las lanzas macedonias las que silenciaron la voz de Atenas, sino el envenenamiento gradual de sus mismas raíces. La Grecia clásica no cayó ante los golpes de un enemigo externo. Murió por un suicidio prolongado, cometido durante guerras fratricidas. El colapso de la antigua Grecia conserva una resonancia inquietante y una relevancia que no podemos permitirnos ignorar.

La narrativa tradicional que atribuye los orígenes de la decadencia helénica a la “amenaza persa” es una simplificación histórica que no resiste el análisis crítico de los acontecimientos. Como observó Arnold Toynbee, las civilizaciones no mueren al ser asesinadas, sino que se suicidan. El caso griego ayudó a inspirar esta máxima, revelando cómo el sistema de polis, las ciudades-estado, con su extraordinaria vitalidad cultural y sus profundas contradicciones políticas, ya contenía en sí mismo las semillas de su propia desintegración.

El acontecimiento catalizador de este proceso de autodestrucción fue, sin duda, la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), un conflicto que desgarró al mundo griego durante 27 años y que enfrentó a Atenas y su Liga de Delos contra Esparta y la Liga del Peloponeso. La guerra fue iniciada por los espartanos, pero Tucídides, el gran historiador y testigo directo de los acontecimientos, distingue entre la «causa real» y los «pretextos inmediatos».

Según él, la causa fundamental fue “el crecimiento del poder ateniense y el temor que despertó en Esparta”. Atenas había transformado la Liga de Delos (que comenzó como una alianza defensiva al estilo de la OTAN contra los persas) en un imperio marítimo de pleno derecho cuyos barcos amenazaban las costas del Peloponeso espartano. Así pues, si formalmente fue Esparta la que declaró la guerra, Tucídides sugiere que fue el expansionismo ateniense el que hizo que el conflicto fuera prácticamente inevitable. (¿Se te ocurre algo?)

Las cifras hablan por sí solas: Atenas perdió aproximadamente 30.000 ciudadanos durante la epidemia de peste de 430-429 a.C., una cuarta parte de su población.

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La agresión de 415-413 a.C. contra Siracusa, espléndida polis siciliana culpable sólo de eclipsar a Atenas, terminó con la derrota y la pérdida de 40.000 hombres y 200 barcos. Cuando, en el año 404 a. C., la ciudad se rindió ante Esparta, sus murallas fueron derribadas mientras sus habitantes lamentaban el fin de la hegemonía ateniense y, con ella, de una época dorada del pensamiento humano.

Como escribe Luciano Canfora: «La Grecia clásica murió así, consumida en una interminable sucesión de guerras, donde cada victoria era efímera y cada derrota permanente. Solo el arte y el pensamiento griegos sobrevivieron, pero en formas cada vez más alejadas de la realidad política».

En el corazón de esta autodisolución había una paradoja no resuelta: el sistema de ciudad-estado que había engendrado el increíble florecimiento cultural del siglo V a. C. C., se mostró incapaz de evolucionar hacia formas de agregación política más amplias.

Cada polis defendía celosamente su propia autonomía (autonomía) y libertad (eleutheria), considerando la independencia un valor absoluto e innegociable. Ningún pensador griego fue más allá de fantasías efímeras sobre una federación de polis de habla griega.

No olvidemos, a este respecto, cómo los padres fundadores de la Unión Europea consideraron la inclusión de Rusia como el objetivo final en el camino hacia una Europa que se extendiera desde el Atlántico hasta los Urales. Un camino interrumpido y un proyecto de expansión colapsado sin remedio. Y sin alternativa.

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La lección de la caída de la Grecia clásica es que ninguna excelencia artística y filosófica puede salvar a una civilización cuyo liderazgo no puede afrontar los desafíos políticos y sociales del momento. Las civilizaciones mueren cuando pierden la capacidad de renovarse desde dentro, de rejuvenecerse, como le está sucediendo ahora a China: el país más pobre del mundo se ha convertido en uno de los más ricos en apenas 40 años gracias a la calidad de su liderazgo y a su proyecto socialista.

La Europa contemporánea, como la antigua Grecia, está afectada por desigualdades y fracturas que parecen irreparables. Nuestra civilización está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia, dispuestas a servir a amos externos y condenadas a convertirse en víctimas de su propia paranoia.

Si la parte rusa de Europa decide tomar realmente en cuenta la amenaza armada que la oligarquía europea occidental intenta construir contra ella, la historia se repetirá en forma de una tragedia aún más definitiva que la que destruyó la antigüedad griega. Porque ahora hay un apocalipsis nuclear en escena.

Pero la historia parece repetirse, hasta ahora, en forma de farsa. Esperemos que así sea.

*Artículo republicado con amable autorización del autor.

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Pino Arlacchi: Ex Secretario General Adjunto de la ONU. Su último libro es “Contra el miedo” (Chiarelettere, 2020)

https://www.sinistrainrete.info/articoli-brevi/30311-pino-arlacchi-il-suicidio-dell-ue-e-l-antica-grecia.html

Traducción revisada por Carlos X. Blanco

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