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España

Todos fachas menos mamá

Redacción

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H. Tertsch.- Con ese título, «Alles faschos ausser Mutti», se ríe el historiador y politólogo Jan Gerber de toda la patulea de políticos y periodistas de izquierdas y derechas que llaman fascista, facha y nazi a todo el que no piensa como ellos. Dice que esa manía de llamar nazi y fascista a todos los demás lleva a la izquierda a analizar la realidad sobre premisas falsas y por tanto la indice permanentemente al error y a la derrota. Y eso que Jan Gerber es un historiador marxista cuyos seguidores son precisamente quiene smás cultivan esa extendida costumbre. Porque no vayan a creer Ustedes que es exclusivamente española. Está muy extendida por el continente y la utilizan por supuesto los comunistas, que inventaron el hábito y ya en los años veinte del siglo pasado llamaban «socialfascistas» a sus hermanos socialistas que no quisieron entrar en la III Internacional. Hoy lo utiliza hasta la canciller Angela Merkel que se ha ido tanto hacia la izquierda que ya tiene a su derecha a media Alemania.

Ahora se alarma porque esa mitad no le da ya un voto de derechas a un partido, el suyo, la CDU, que se dice de derechas pero después solo hace política de izquierdas. En cuanto ha surgido un partido de derechas han comenzado a peregrinar hacia el mismo. Ese partido es el Alternativa por Alemania al que por supuesto Merkel llama nazi y facha como lo hacen todos los medios de comunicación alemanes que tienen una homogeneidad que recuerda a tiempos peores. No, no se han vuelto nazis de golpe el 18% de los alemanes que ya están decididos a votar a la AfD que ya es el segundo partido más votado, se acerca a la CDU que sigue cayendo y ha dejado atrás al histórico SPD que agoniza. Tampoco es nazi ni lo fue nunca el Partido Popular Suizo (SVP) que lleva ya años en el poder con éxito y sentido común. Si leyeron la prensa española cuando el SVP se convirtió en el partido más votado era Suiza creerían que Heinrich Himmler había asumido el poder en Berna. Era mentira. Como tantas cosas. Lo mismo ha pasado en Austria con el FPÖ y hasta con el canciller Sebastian Kurz al que llaman ultraderechista por aliarse con el FPÖ y formar el gobierno de más apoyo popular y más éxito en mucho tiempo. Hay hastío en toda Europa ante esos insultos y amenazas ya de la Comisión Europea, políticos izquierdistas, gobiernos con prepotentes en Berlín o París o la prensa europea uniformada en la corrección política.

Desaparece ese miedo a ser calificado de ultraderechista porque se ha dejado de aceptar el mantra socialdemócrata. Las mentiras son evidentes. Las cartas están boca arriba. Tiene guasa que hubiera esta angustiosa necesidad por desmentir que se es ultraderechista en un continente en el que queda gente orgullosa de ser comunista, miembros de una secta responsable de más de cien millones de muertos. En España es especialmente grotesco, con el ultraderechista tachado de malvado y el ultraizquierdista en todas las televisiones a dar clases de civismo y moral. Pues también en España, en esta sociedad realmente cobarde que es la nuestra, se dan cuenta muchos de que para ser realmente libre en el pensar, hablar y escribir hay que perder el miedo a que te llamen facha o franquista. Ha sido la mordaza más eficaz para implantar una permanente supremacía de la mentira desde hace muchas décadas. Pero toca a su fin. Por eso están del los nervios tantísimos farsantes y beneficiarios de los privilegios de la supremacía cultural y mediática izquierdista en España. Porque se les acaba el chollo.

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España

El suicidio de la UE y la antigua Grecia

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por Pino Arlacchi

La Europa de hoy está afectada, como la antigua Grecia, por desigualdades y fracturas: está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia.

Con su insano plan de rearme, la élite gobernante de Europa occidental está intentando construir una amenaza rusa que sólo existe en sus delirios y que sirve para ocultar su incapacidad para jugar el juego real, que es enteramente interno a la propia Europa.

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El juego del empobrecimiento lento e inexorable de su población en beneficio de unos pocos privilegiados que dura ya medio siglo. El juego de la pérdida de energía vital del continente, cada vez más aislado en un planeta ya no dominado por Occidente y rebosante de deseos de emancipación y de paz.

El proyecto europeo, concebido después de 1945 como reacción a dos guerras mundiales que llevaron a Europa al borde de la autodestrucción, ha agotado su fuerza motriz.

Ya no es un gran plan de paz y prosperidad compartidas. Se ha corrompido y se ha volcado en un cupio dissolvi, en un renovado impulso suicida.

¿Qué otra cosa puede ser sino un voto de locura a muerte el ataque que la oligarquía de Europa Occidental está lanzando contra otra parte de Europa, Rusia, equipada con armas de destrucción masiva capaces de destruir toda la civilización europea?

¿Qué pasaría si Rusia decidiera tomar en serio la amenaza de agresión de Bruselas y actuara por adelantado y tomara la iniciativa en lugar de esperar veinte años como en el caso de Ucrania? Por el momento, Putin parece más inclinado a considerar las declaraciones de von der Leyen y la histeria antirrusa del Parlamento Europeo como poco más que charlatanería. Pero en el caso contrario no creo que el fin de Europa se produzca lentamente, a lo largo de siglos o generaciones, como le ocurrió a su patria, la Grecia clásica, que se extinguió por las mismas razones absurdas que hoy promueven los ineptos dirigentes de Europa.

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No fueron los arcos del invasor persa ni las lanzas macedonias las que silenciaron la voz de Atenas, sino el envenenamiento gradual de sus mismas raíces. La Grecia clásica no cayó ante los golpes de un enemigo externo. Murió por un suicidio prolongado, cometido durante guerras fratricidas. El colapso de la antigua Grecia conserva una resonancia inquietante y una relevancia que no podemos permitirnos ignorar.

La narrativa tradicional que atribuye los orígenes de la decadencia helénica a la “amenaza persa” es una simplificación histórica que no resiste el análisis crítico de los acontecimientos. Como observó Arnold Toynbee, las civilizaciones no mueren al ser asesinadas, sino que se suicidan. El caso griego ayudó a inspirar esta máxima, revelando cómo el sistema de polis, las ciudades-estado, con su extraordinaria vitalidad cultural y sus profundas contradicciones políticas, ya contenía en sí mismo las semillas de su propia desintegración.

El acontecimiento catalizador de este proceso de autodestrucción fue, sin duda, la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), un conflicto que desgarró al mundo griego durante 27 años y que enfrentó a Atenas y su Liga de Delos contra Esparta y la Liga del Peloponeso. La guerra fue iniciada por los espartanos, pero Tucídides, el gran historiador y testigo directo de los acontecimientos, distingue entre la «causa real» y los «pretextos inmediatos».

Según él, la causa fundamental fue “el crecimiento del poder ateniense y el temor que despertó en Esparta”. Atenas había transformado la Liga de Delos (que comenzó como una alianza defensiva al estilo de la OTAN contra los persas) en un imperio marítimo de pleno derecho cuyos barcos amenazaban las costas del Peloponeso espartano. Así pues, si formalmente fue Esparta la que declaró la guerra, Tucídides sugiere que fue el expansionismo ateniense el que hizo que el conflicto fuera prácticamente inevitable. (¿Se te ocurre algo?)

Las cifras hablan por sí solas: Atenas perdió aproximadamente 30.000 ciudadanos durante la epidemia de peste de 430-429 a.C., una cuarta parte de su población.

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La agresión de 415-413 a.C. contra Siracusa, espléndida polis siciliana culpable sólo de eclipsar a Atenas, terminó con la derrota y la pérdida de 40.000 hombres y 200 barcos. Cuando, en el año 404 a. C., la ciudad se rindió ante Esparta, sus murallas fueron derribadas mientras sus habitantes lamentaban el fin de la hegemonía ateniense y, con ella, de una época dorada del pensamiento humano.

Como escribe Luciano Canfora: «La Grecia clásica murió así, consumida en una interminable sucesión de guerras, donde cada victoria era efímera y cada derrota permanente. Solo el arte y el pensamiento griegos sobrevivieron, pero en formas cada vez más alejadas de la realidad política».

En el corazón de esta autodisolución había una paradoja no resuelta: el sistema de ciudad-estado que había engendrado el increíble florecimiento cultural del siglo V a. C. C., se mostró incapaz de evolucionar hacia formas de agregación política más amplias.

Cada polis defendía celosamente su propia autonomía (autonomía) y libertad (eleutheria), considerando la independencia un valor absoluto e innegociable. Ningún pensador griego fue más allá de fantasías efímeras sobre una federación de polis de habla griega.

No olvidemos, a este respecto, cómo los padres fundadores de la Unión Europea consideraron la inclusión de Rusia como el objetivo final en el camino hacia una Europa que se extendiera desde el Atlántico hasta los Urales. Un camino interrumpido y un proyecto de expansión colapsado sin remedio. Y sin alternativa.

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La lección de la caída de la Grecia clásica es que ninguna excelencia artística y filosófica puede salvar a una civilización cuyo liderazgo no puede afrontar los desafíos políticos y sociales del momento. Las civilizaciones mueren cuando pierden la capacidad de renovarse desde dentro, de rejuvenecerse, como le está sucediendo ahora a China: el país más pobre del mundo se ha convertido en uno de los más ricos en apenas 40 años gracias a la calidad de su liderazgo y a su proyecto socialista.

La Europa contemporánea, como la antigua Grecia, está afectada por desigualdades y fracturas que parecen irreparables. Nuestra civilización está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia, dispuestas a servir a amos externos y condenadas a convertirse en víctimas de su propia paranoia.

Si la parte rusa de Europa decide tomar realmente en cuenta la amenaza armada que la oligarquía europea occidental intenta construir contra ella, la historia se repetirá en forma de una tragedia aún más definitiva que la que destruyó la antigüedad griega. Porque ahora hay un apocalipsis nuclear en escena.

Pero la historia parece repetirse, hasta ahora, en forma de farsa. Esperemos que así sea.

*Artículo republicado con amable autorización del autor.

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Pino Arlacchi: Ex Secretario General Adjunto de la ONU. Su último libro es “Contra el miedo” (Chiarelettere, 2020)

https://www.sinistrainrete.info/articoli-brevi/30311-pino-arlacchi-il-suicidio-dell-ue-e-l-antica-grecia.html

Traducción revisada por Carlos X. Blanco

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