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Sucesos

Pujol y sus siete hijos al banquillo por asociación ilícita, blanqueo y delito contra Hacienda

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Colección de chorizos catalanes, conocidos como "hijos de Jorge Pujol".
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Aquellos niños que según su madre, la inefable y rabiosa Marta Ferrusola «no podían jugar en el parque porque todos los niños eran castellanos», hoy se han convertido en hombres y mujeres a imagen y semejanza de sus padres: catalanes de la «raza superior» y, por ende, criminales, ladrones y chorizos.

Efectivamente, los castellanos somos gente honrada con la que no es divertido jugar.

El titular del juzgado de instrucción número 5 de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, ha acordado la apertura de juicio oral contra el expresidente de la Generalitat de Cataluña Jordi Pujol, sus 7 hijos y otras 11 personas, entre ellas, la exmujer de Jordi P.F., Mercé G., o los empresarios Luis D.H., Carlos S.C. y Carlos V. por hechos tipificados como delito de asociación ilícita, blanqueo de capitales, delito continuado de falsificación de documento mercantil, 7 delitos contra la Hacienda Pública y delito de frustración de la ejecución.

En su auto de apertura de juicio oral el juez requiere a Jordi P.F. para que en el plazo de 10 días deposite 7 millones y medio de euros y a Mercé G. 400.000 euros para cubrir las posibles responsabilidades civiles que puedan derivarse en este procedimiento por los delitos contra la Hacienda Pública que se les imputan.

El juez ratifica la situación de libertad de los acusados y explica que no existe la necesidad de asegurar su presencia en las sesiones de juicio oral con una situación distinta a la que han mantenido durante el proceso, incluida la de dejar constancia del domicilio en España y la obligación de comparecer a cuantos llamamientos judiciales sean precisos.

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El auto concede un plazo de un mes a los acusados para que presenten sus escritos de defensa e incluye los escritos de acusación de la Fiscalía Anticorrupción, la Abogacía del Estado y la acusación representada por Grand Tibidabo S.A., en los que se indican los delitos y las penas de prisión solicitadas para los acusados.

El 16 de junio de 2020 el anterior instructor de esta causa propuso juzgar a los miembros de la familia Pujol Ferrusola por formar una organización criminal que, aprovechando su posición privilegiada de ascendencia en la vida política, social y económica catalana durante décadas, acumuló un patrimonio desmedido directamente relacionado con percepciones económicas derivadas de actividades corruptas.

En este procedimiento también se ha investigado a empresarios que presuntamente realizaron pagos millonarios a la familia, según explicaba De la Mata en su auto, disimulados bajo estructuras societarias más o menos sofisticadas y utilizando diferentes paraísos fiscales y fórmulas contractuales. Todos esos contratos simulados encontraban su contraprestación en el ejercicio de concretas influencias por parte de la familia Pujol Ferrusola en adjudicaciones, cambios de calificación urbanística, adjudicación de concesiones, etc.

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España

Así funcionaba la sauna Adán, el prostíbulo más lucrativo del suegro de Sánchez: «Era una máquina de hacer dinero»

AGENCIAS

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Sabiniano Gómez, suegro del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y padre de Begoña Gómez, llegó a gestionar casi una veintena de locales que, aunque aparentaban ser saunas, en realidad, eran prostíbulos. Este periódico comparte un fragmento de un capítulo del libro «La Sagrada Familia» de Alejandro Entrambasaguas, donde se describen con detalle el interior y las actividades de la sauna Adán, la más rentable de la familia política del jefe del Ejecutivo.

Hay lugares donde el poder no se exhibe, sino que se esconde. Donde no hay discursos, sino miradas esquivas; donde no hay focos, sino rincones. Donde los apellidos se disuelven en la penumbra con la misma facilidad con la que se dejan en el perchero los escrúpulos. Allí, en ese vapor denso y cargado de anonimato, la moral no desaparece: se adapta. Se pliega. Se retuerce. Como una toalla húmeda al cuerpo. La sauna Adán, en pleno centro de Madrid, a escasos metros de la Gran Vía y no muy lejos del Congreso de los Diputados, es uno de esos espacios. En apariencia es un local más dentro del circuito de saunas para homosexuales que hay en la ciudad. Pero, en realidad, es mucho más. Es un punto de encuentro oscuro y decadente, una cápsula de penumbra donde convergen historias y estructuras de poder con una relevancia mucho mayor de lo que su fachada anodina podría sugerir.

​Lo que convierte a este lugar en una pieza clave del puzzle político no es su clientela, sino su propiedad. La sauna Adán pertenece a la familia de la esposa del presidente del Gobierno. En San Bernardo, al calor de un sótano húmedo, el suegro del presidente gana dinero —y no poco— con la prostitución encubierta de hombres. Hay dinero, silencio y complicidad. Durante meses, esta sauna no fue más que un apunte entre mis notas. Un nombre más, perdido entre otros datos marginales. Pero todo cambió cuando logré localizar a un cliente habitual. Lo llamaremos Eme. Su relato es simplemente un testimonio detallado, lúcido y desgarrador por momentos. Una descripción minuciosa del estado lamentable del establecimiento, una mezcla entre lo sórdido y lo insalubre, entre lo cutre y lo peligroso, pero también una radiografía del ecosistema que allí se cultiva. Un caldo turbio de deseo, poder, abandono y cinismo.

​Antes de sumergirse en los pasillos húmedos de la sauna conviene detenerse unos segundos en su fachada. Un cartel de neón verde, encendido día y noche durante años, proclamaba sin ambages la palabra sauna. Un anuncio luminoso que era, a la vez, invitación y advertencia. Un faro turbio para quienes sabían bien lo que iban a buscar. Dentro, olor a humedad antigua, desinfectante barato y cuerpos sudados. Una toalla áspera, unas chanclas de plástico combado y cinco euros bastaban para adentrarse en ese ecosistema sin preguntas, sin nombres, sin registro. Allí sobraba la vergüenza. Solo existían la piel, el silencio y la necesidad.

​A la izquierda estaba la zona de vestuarios: taquillas metálicas que parecían sacadas de un gimnasio abandonado. Cerraduras sueltas, metal rugoso de óxido, un suelo que era una charca disimulada con lejía. Sin música. Solo el eco de las chanclas y un olor espeso, agrio, que se quedaba en la garganta como un nudo. Dos caminos: escaleras hacia las habitaciones privadas y escaleras hacia el sótano, donde empezaba lo serio. Un pasillo largo, húmedo, sin ventilación. Suelo pegajoso. Paredes cubiertas de condensación y algo más. Bombillas colgando como heridas abiertas. Cubículos con colchones plastificados y mantas sucias. No eran camas. Eran superficies de uso, y el uso era evidente.

​Al fondo, duchas con agua intermitente y olor agrio. No sabías si estabas limpiándote o infectándote. Si entra Sanidad aquí, los mete a todos en la cárcel. Pero allí seguía. En funcionamiento. Con tráfico constante. Ese sótano era el secreto de una familia poderosa. Apenas cuatro o cinco chicos se movían por las instalaciones. Jóvenes delgados, cuerpos cuidados, piel morena. No eran visitantes. Eran parte del mobiliario. Se acercaban sin disimulo. Voz baja, tono neutro, mensaje claro: no había deseo. Había tarifas. Se tarifaban. Era una máquina de hacer dinero.

​Una barra servía cerveza caliente en un vaso de plástico blando. Una televisión sin volumen. Alrededor, chicos turnándose para acercarse. Algunos con sonrisa rápida, otros con ojos gastados. No había espontaneidad, pero todo parecía natural. Era un sistema silencioso y constante. Además de prostitución, allí se mueve droga. Cocaína a cincuenta euros el gramo. Sin disimulo, sin miedo, como si ofrecieran un caramelo. Una economía integrada en la humedad del local. La sauna ya no era sauna. Era una pequeña economía del subsuelo. Sexo, droga, compañía, evasión. Un engranaje funcional, sin fricción, sin sobresaltos.

​En 1984, el local fue escenario de una muerte terrible. Un hombre recibió una descarga que lo mató en el acto al tocar una caja de conexiones mal cerrada. El Tribunal Supremo ratificó la responsabilidad civil subsidiaria de Sabiniano Gómez. Pero el local siguió abierto. Dinero, vapor y silencio. Hoy, el local está cerrado. Pandemia, no ética. El cartel apagado no es la huella del tiempo, sino de una historia que alguien prefirió dejar así, a medio borrar. Porque mientras la familia de sus propietarios levantaba banderas por la igualdad, en San Bernardo se abría cada día un negocio donde la dignidad se alquilaba por minutos. La sauna Adán fue eso: una grieta en el relato. Un negocio discreto. Un sótano sin ventanas donde los cuerpos y el dinero cambiaban de manos. Y el poder, simplemente, miraba hacia otro lado.

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