Cuando tras  aquel hito revelador de cuando, desde el Foro Davos, se hiciera una alabanza a ese joven llamado Casado, presidente del Partido Popular,  y cuando repetidas veces Casado  junto con el señor Sánchez e incluso el propio monarca español exhibiera de una manera manifiesta y clara en la solapa la insignia de la agenda 2030, algunos ya vaticinábamos que el falso esquema de catalogación política en el binomio izquierda-derecha era un bluff;  era un espejismo; era  una ficción engañosa para confusión de incautos.

No existe una clasificación de la política española,  ateniéndonos a la realidad,  de izquierdas o derechas; más bien hay dos bloques el de los  globalistas, es decir la mayoría del espectro político español, aquel conglomerado de partidos financiados desde las cloacas del mundo de Soros, de Rothschild, de Rockefeller, de Deep  State, en contraposición a  los que defienden los ideales patrióticos de la defensa de la casa común de los españoles, que es la Hispanidad en su conjunto, y España como Nación de la Hispanidad en concreto; de su lengua y de su modelo antropológico de convivencia, basado en el ideal Cristiano.

Ya veíamos venir algunos la situación en la que hoy estamos, tras unas elecciones en Castilla y León con un partido ganador, el Partido Popular, que no tiene los escaños suficientes para formar Gobierno en solitario. La lógica nos decía que lo natural es que un partido que se identifica en el espectro de las llamadas derechas, como es el Partido Popular, se pusiera de acuerdo con otro partido que también está en ese espacio, pero en este caso patriótico, que es Vox. Sin embargo, de una forma persistente y reiterativa, los representantes del Partido Popular hacen ascos a ese partido como si fuera extraparlamentario, o como si fuera una opción que estuviera alejado del marco constitucional como podría ser Bildu por sus connivencias pasadas con el terrorismo; cuando la realidad nos demuestra que la mayoría de los partidos, salvo Vox, desvirtúa en su aplicación práctica el marco constitucional y su espacio derivado de  convivencia; y también lo hace el Partido Popular.

Lo natural sería una unión entre Partido Popular y Vox porque así lo dicen los españoles de Castilla y León con su voto.  Y, sin embargo, el señor Mañueco manifiesta su deseo de gobernar en solitario con la abstención del Partido Socialista, que ya ha anunciado su propósito de hacerlo antes de dar pábulo a Vox, aun cuando ello suponga una inestabilidad de legislatura que le llevaría a unas elecciones anticipadas.

Antes que pactar con Vox el abismo. La estupidez de esta situación les impide ver a estos desertores que eso beneficiará indefectiblemente a Vox, cuya posición más cómoda es quedarse fuera del Gobierno con las manos libres y dando caña.

La verdad es que esto pone los pelos de punta, porque no tiene la más mínima lógica, salvo la de unirse en una estrategia solapada todos aquellos que están en contra de la soberanía de España porque están al lado del globalismo. De la mano de aquellas entidades financieras multinacionales que detentan el 90% de la posesión de la riqueza.

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No hay izquierda de verdad, porque rema a favor, precisamente, de la mayor concentración de capital existente jamás en la historia de la humanidad; una concentración usurera cuya avaricia se focaliza en el proyecto de la Agenda 2030 para que haya muchos pobres que mueran rápido; y a los que sobrevivan convertir en esclavos.

Y fuera de esa constatación empírica de lo que estamos viendo en tiempos de “plandemia”  todo es virtual y modelado a interés de los grandes medios de comunicación financiados por esas entidades que controlan el mundo.

Por tanto, si el Partido Popular no gobierna con Vox deberíamos considerar que es un traidor a la causa del patriotismo, lo cual estaría con la línea marcada por Rajoy cuando se fue a México y volvió cambiado.  ¿Qué le dijeron en México? Pues probablemente   lo mismo que le han dicho a casado en Davos.