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No es el fin del mundo

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Carlos Arturo Calderón Muñoz.- El más reciente “apocalipsis” golpea a la humanidad para demostrarnos que somos unos alarmistas incurables. Una cuasi gripa con esteroides infecta algunas decenas de miles de personas y los medios del mundo se llenan de conspiranoicos afirmando que la infección respiratoria de la temporada es un arma biológica construida por el hombre. Con igual escándalo, pero menos apego a la ciencia, hay religiosos catalogando las miles de muertes como un castigo divino; porque a las deidades les encanta matar ancianos y gente previamente enferma para imponer el orden.

El coronavirus/COVID-19 es una infección respiratoria que comparte síntomas y mecanismos de transmisión con la influenza (es decir, la gripe, no ébola, ¡GRIPE!) pero proviene de un virus diferente, el SARS-CoV-2 y parece tener tasas de mortalidad más elevadas.

Para febrero 26 del inicio de los años 20, el Coronavirus había infectado a unas 81,322 personas, de las cuales ha matado a 2770. La tasa de mortalidad en la provincia de Hubei, en especial en Wuhan, es cercana al 3%, pero en las demás provincias chinas, y las otras 32 naciones afectadas, la cifra tiende a bajar, llegando al 0.7%. Asumiendo que los chinos estén maquillando las cifras de muertos en su territorio, algo super probable con su tendencia al sincretismo, los reportes de naciones más transparentes como Japón, Corea del Sur o Italia, nos muestran que esto no es el fin del mundo. Para ponerlo en perspectiva, el ébola tiene un promedio de mortalidad del 50% y en los casos más extremos ha llegado a eliminar el 90% de los infectados.

Si buscamos los datos de la influenza, nos encontramos que alrededor de 1,000 millones de personas en el mundo tienen al menos una gripe anual. Aun así, la cifra de muertos apenas llega a los 646,000 por año. Es decir, la tasa de mortalidad de la gripa es poco más del 0,06%. Aquí es donde cada quién, dependiendo de su sesgo, escoge la cifra que más le guste.

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En números brutos, la gripa común ha matado muchas más personas que el coronavirus, pero la tasa de mortalidad de la reciente exportación china es 10 veces más alta que la de la influenza. Si tuviéramos 1,000 millones de contagiados con el coronavirus, podríamos hablar de 7 millones de muertos a nivel mundial.

Suena duro, pero al igual que el ébola, el MERS o el SARS, que respectivamente han tenido tasas de mortalidad del 90%, 30% y 10%, el COVID-19 se enfrenta a una especie curtida por más de 10,000 años de experiencia de pelearse con virus de todo tipo. Por eso tenemos protocolos de contención para evitar llegar a una pandemia y aún si el virus es más rápido y se expande por el mundo entero, tenemos programas de choque para enfrentar a esta infección, que sólo supera en mortalidad a la gripe.

Sin embargo, es normal que tengamos reacciones de este tipo, está en nuestra naturaleza. Poseemos múltiples mecanismos biológicos que han evolucionado para protegernos del peligro. Los ganglios basales, el sistema límbico y la corteza prefrontal trabajan en conjunto para mantenernos a salvo. A grandes rasgos y sobre simplificando los conceptos, los ganglios basales son el sistema de alarma más viejo en nuestra especie; estos se encargan de generar respuestas automáticas a estímulos externos. El sistema límbico, por su parte, añade cargas emocionales y el último en aparecer en el proceso evolutivo, la corteza prefrontal, conecta todo lo anterior a nuestra capacidad lógica.

Todos estos sistemas se desarrollaron para que ante la más mínima señal de peligro nos pongamos a salvo. Si la amenaza es imaginaria sólo nos llevaremos un gran susto, pero esto permitirá que las pocas veces que afrontemos un riesgo potencialmente letal, reaccionemos a tiempo. Gracias a que nuestros ancestros estuvieron al borde de la muerte por millones de años, tenemos estas funciones cerebrales que nos hacen ver conspiraciones y genocidios divinos en cada fiebre. Cuando realmente estemos en una situación de vida o muerte, esos de los que ahora nos burlamos, por ser unos loquitos, serán la salvación de la especie.

Por ahora no hay necesidad de propagar el pánico, somos la especie más inteligente y una de las más versátiles que ha dado este planeta. Un virus de quinta no va a poner fin a los primates que conquistaron todos los continentes, dominaron la energía nuclear, exterminaron a la viruela y hace unas décadas les dio por iniciar la colonización del universo. Nuestro espíritu sobrevivirá a este planeta y se expandirá por el cosmos, ya sea en nuestros cuerpos actuales o, mucho más probable, en los de la especie que surja de nuestra fusión con las máquinas. Si a los jinetes del apocalipsis les da por ponerse de alegrones, tenemos suficientes fierros para mandarlos al hades.

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Nuestro destino son las estrellas, que no les dañe el viaje una fiebre.

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