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Me sumo a las palabras de Casado sobre Sánchez

Redacción

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José Manuel Otero Lastres.- En la sesión de control al Gobierno del miércoles pasado, Pablo Casado acusó a Pedro Sánchez de ser –y cito textualmente- “partícipe y responsable del golpe de Estado que se está perpetrando en España”. Esta imputación de Pablo Casado, si bien fue favorablemente acogida por sus compañeros de partido, no tuvo la misma valoración en la prensa. Por ejemplo, el brillante columnista de La Voz de Galicia Roberto Blanco Valdés la calificó de “falsedad” y de gran torpeza.

Siento una gran admiración por el profesor Blanco Valdés cuyas opiniones suelo compartir enteramente. Pero en este caso creo que, si nos atenemos al sentido exacto y no exagerado de las palabras pronunciadas por Casado, y tenemos en cuenta alguno de los últimos hechos del Gobierno relacionados con los golpistas catalanes, la opinión de Casado ni es una falsedad ni tampoco una torpeza.

Ser partícipe es “tener parte en algo” y ser “responsable” es estar obligado a responder de algo. Pues bien, la realidad pasada y la que se va conociendo acreditan que Pedro Sánchez asumió en la moción de censura unos compromisos con los independentistas catalanes para conseguir su voto que prologan los efectos del golpe de Estado que dieron durante los meses de septiembre y octubre del pasado año.

Sin ánimo de ser exhaustivo, se pueden mencionar la retirada de ciertos recursos pendientes ante el Tribunal Constitucional que suponían una invasión de la Generalidad en las competencias del Estado. Lo cual implicó una extensión, probablemente inconstitucional (se hubiera sabido si lo era o no de haberse mantenido los recursos), de la autonomía catalana y, en consecuencia, una nueva brecha en el camino hacia la independencia. En la misma línea, cabe incluir el acercamiento de los presos golpistas a las cárceles catalanas, gracias a lo cual, entre otras cosas, hemos asistido al bochornoso espectáculo de la entrevista entre Pablo Iglesias y Junqueras.

Y finalmente hay que mencionar –lo cual merece una consideración a parte por lo que significa de vulneración de los principios democráticos- la presión política que está ejerciendo el Gobierno ante el Poder Judicial para conseguir que se elimine el delito de rebelión entre las imputaciones criminales a los golpistas. Empezó con la cantinela la vicepresidente Carmen Calvo, y se han ido sumando voces que no dudan en recurrir cínicamente a unas palabras del ex ministro Trillo, obviando, por ejemplo, la propia opinión declarada meses atrás (así lo hiso el propio Sánchez) en el sentido de que era “clarísimo un delito de rebelión”.

Teniendo en cuenta lo que antecede tengo para mí que no es una falsedad que, de algún modo, Pedro Sánchez participa en los efectos perdurables del golpe de Estado y que, en su condición de presidente del Gobierno de la Nación, es responsable, no ya por no oponerse, sino por mirar para otra parte mientras se ataca la unidad de España.

Y lo mismo cabe decir de la torpeza. Al denunciar esa “chalanera” actuación del Presidente del Gobierno que vende lo que haga falta para seguir en la Moncloa, Pablo Casado, como jefe de la oposición, no hace más que cumplir con su deber y denunciar la actitud “bordeadoramente” inconstitucional,nada más y nada menos, que del presidente del Gobierno.

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España

Feminismo: fin de ciclo. Por Carlos X. Blanco

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El feminismo ha cerrado su ciclo. Al final, una vez que los países de Occidente llegaron a conseguir una igualdad ante la ley, que se traduce inmediatamente en una igualdad de oportunidades, esta ideología carece de razón de ser. Otra cosa es la cuestión política, no conceptual, de que se cumpla la ley.

El feminismo no puede ser, y nunca ha sido, una ideología autosuficiente. Como entidad ideológica distinta de otras que, coyunturalmente, hayan podido albergarla (socialismo, liberalismo, etc.) es un completo sinsentido. La trayectoria efectiva del movimiento ha sido más bien deletérea. Donde aterrizó el feminismo, el huésped se convirtió en organismo enfermo y muerto.

Se le puede comparar a un virus. Cuando es un movimiento social e ideológico minoritario, se aloja en un cuerpo más grande y verdaderamente autosuficiente, por cuanto este cuerpo sí ofrecía una cosmovisión, logrando desviar sus objetivos, ese movimiento es un virus. Creo que este es el caso probado del socialismo y el comunismo (en una palabra, la izquierda clásica).

La izquierda clásica llegó a albergar la ideología del trabajador: la vida es trabajo, y quien trabaja merece una vida digna, pues contribuye con su fuerza viva a la sociedad y no solo produce para su sustento y el de la familia, vivifica el cuerpo social. La izquierda clásica siempre ha teorizado un “Estado del trabajo”. Los niños, los enfermos, los ancianos, etc. pueden quedar dispensados del trabajo directamente productivo, si bien, de una manera radical, la sociedad en la ideología de la izquierda clásica es concebida como una comunidad en la cual todos aportan, en la medida en que puedan, y quien no aporta no recibe. Carece de derechos para recibir de la comunidad.

Prescindo de los detalles. Habría mucho que decir si este Estado del trabajo (“quien no trabaje que no coma”, gustaba de decir Marx) ha existido plenamente, y si el actual capitalismo tardío, sumido en la IV Revolución Industrial, después de haber prescindido de la burguesía va a prescindir también del trabajador, sustituido por robots, inteligencias artificiales y por una gran masa de consumidores-esclavos que no van a ser, estrictamente trabajadores sino más bien “carne”, objeto de consumo a su vez.

Esto, para un escrito breve, me llevaría muy lejos. Ahora solamente quiero detectar la naturaleza parasitaria de ciertas ideologías, creadas muy probablemente con el objeto (ya no disimulado) de difuminar las luchas clásicas –que siguen molestando al Capital, al Polo dominador. La lucha de los trabajadores contra el Capital era una lucha de hombres y mujeres, unidos como trabajadores, contra un sistema de dominación económico que, en cuanto se resolvía como lucha de clases, presuponía que cada una de clases (en distintas proporciones) tenía que estar siempre compuesta por hombres y mujeres. Las clases sociales, lo mismo que las ciudades o las naciones, siguen formándose necesariamente en virtud de esa –para algunos, molesta- dualidad de sexos. Machos y hembras son los trabajadores, y machos y hembras son los capitalistas. La lucha de los 51 “géneros” contra el Capital es ridícula.

La invención de la Guerra de Sexos, igual que la invención de la Guerra de Razas y otras tantas y tantas guerras de laboratorio (véase la guerra del Covid, también un producto de laboratorio), procede de los departamentos universitarios americanos que, tras una apresurada digestión del posmodernismo francés del 68, consiguieron neutralizar la Guerra de Clases, la única que molestaba al Capital, y cuyo gendarme planetario eran –y sigue siendo- los Estados Unidos de América.

La invención de la Guerra de Sexos, como la Guerra de Razas o la Guerra de Civilizaciones, es una creación pseudoideológica, pues no se trata ni siquiera de una cosmovisión (equivocada o no) sino de un virus mental creado en laboratorios yanquis, con el fin de dividir a los trabajadores y restar potencial subversivo a los propios pueblos. Toda división creada en el seno del pueblo tiene por misión restarle fuerzas para que el Polo dominante prosiga su saqueo.

Resulta patético ver a las mujeres pidiendo que se enseñen en las aulas a las “mujeres filósofas”, cuando éstas apenas existieron antes del siglo XX. Estas feministas de la filosofía harían mejor en estudiar al “macho” Hegel y al barbudo Marx. Estos machos, producto al parecer horrendo de una sociedad patriarcal, hicieron más por la liberación de la mujer que todas las feministas graduadas, doctoradas y laureadas que en el mundo han sido. Pues las ideas no tienen sexo. No importan las “mujeres filósofas”. Importan las ideas filosóficas pues éstas ya han sublimado toda la testosterona y todos los estrógenos.

 

Carlos X. Blanco

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