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Opinión

Los celos del Ministerio Público con la acusación popular

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Los comportamientos del exfiscal del Caso Nóos, Pedro Horrach, del exfical de la Operación Nelson, Daniel Campos y de la exfical General del Estado, Consuelo Madrigal, han dejado en un mal lugar la figura del Ministerio Público.

Los comportamientos de estos tres exmiembros del Ministerio Fiscal, que vamos a analizar, con rigor y profesionalidad, tienen un denominador común:

Celos contra la acusación popular, y en el caso de los exfiscales Pedro Horrach y Daniel Campos hay que añadir un complemento plus a los celos.

Pedro Horrach, creó la figura del Fiscal defensor de los imputados. Su comportamiento en el caso Nóos, fue censurado por toda la sociedad española. Incluso su comportamiento le llevó a desplazarse a Barcelona al despacho de la defensa de la Infanta (imputada y condenada a título lucrativo) para instar que el abogado Miguel Roca denunciara a Manos Limpias.

“El manual para salvar a la Infanta” que elaboró le desacreditaría como fiscal. No contento, una vez fuera de la carrera fiscal, presenta un libro dedicado a infamar y calumniar a Miguel Bernad y a Manos Limpias.

No ya los celos ante la acusación popular que le dejó en evidencia, sino su falta de dignidad profesional al prestarse a presentar un libro de calumnias e injurias contra Manos Limpias y Miguel Bernad. El otro personaje de estos comportamientos indignos, lo propicia Daniel Campos, acusador de Manos Limpias y Miguel Bernad. Sus reuniones con Pedro Horrach, para desarticular la organización y a Miguel Bernad a raíz del caso Operación Nelson, pone en evidencia un comportamiento y deleznable de algunos miembros del Ministerio Público.

Y finalmente el comportamiento de Consuelo Madrigal, prologando, presentando y avalando el libro, alcanza los máximos exponentes de un Ministerio Fiscal, que no solo les molesta la acción popular, pretendiendo que la legalidad vigente únicamente es competencia de ellos, sino que tratan de destruir, de lapidar, la acción popular. Y en el caso que nos ocupa, la sombra de Zarzuela en la imputación de la Infanta ha planeado y planea en la destrucción de Manos Limpias y Miguel Bernad.

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Opinión

Profunda reflexión religiosa sobre la renuncia de Benedicto XVI y la Iglesia actual. Por el Sacerdote Jaime Mercant Simó

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Tal día como hoy, el 11 de febrero de 2013, festividad de Nuestra Señora de Lourdes, un potente rayo impactó en la cúpula de la Basílica de San Pedro del Vaticano.

Sin embargo, horas antes, cayó otro rayo todavía más enérgico a nivel espiritual, que dejó en estado de estupefacción a toda la cristiandad e incluso al mundo entero: el papa Benedicto XVI anunció su renuncia al sumo pontificado.

Dicha dimisión, efectiva día 28 de febrero, a las 20:00h, fue totalmente válida. Al respecto, las suspicaces especulaciones sobre la misma, además de poco rigurosas, nos abocarían al «delirium tremens» del sedevacantismo en el caso de que les diésemos un mínimo de crédito.

Dicho esto, siempre he reconocido que la mencionada renuncia ni me gustó ni la consideré un «acto de valentía», como muchos pública y mediáticamente sostuvieron, incluso aquellos hipócritas que, años antes, defendían y alababan todo lo contrario, a saber, el «acto de coraje y gran resistencia» de Juan Pablo II al no renunciar, pese a su enfermedad e insoportables dolores y al intenso debate público, existente entonces, acerca de dicha cuestión.

Sea como sea, aunque no me gustase su decisión, no quiero juzgar moralmente a Benedicto XVI, porque únicamente Dios sabe el grave y «misterioso» motivo por el cual la tomó. Ahora bien, el papa alemán abandonó la Sede Petrina en un momento, a mi modo de ver, muy inoportuno, esto es, cuando más falta nos hacía; éste es mi parecer y nadie puede obligarme a decir lo contrario.

Su pontificado me marcó muchísimo, tanto que no he dejado de echarle de menos, aunque no esté de acuerdo en todo lo que hizo como papa ni en todo lo que escribió como teólogo; en esa época había más libertad que ahora para realizar un «sano ejercicio» de disentimiento.

Por otra parte, es innegable que, desde entonces, las cosas han cambiado bastante en la Iglesia.

Tampoco voy a juzgar moralmente al papa Francisco ni le faltaré al respeto, habida cuenta de que ostenta el supremo ministerio del apostolado, pero, a la hora de hacer un balance honesto y serio de su pontificado, alejándome de toda suerte de «morbosa papolatría», me es inevitable concluir que esta última década no ha supuesto, propiamente hablando, una «primavera eclesial», como curiosamente les oí decir a unos sacerdotes nostálgicos de los años 70.

Vivimos, en este preciso «articulus temporum» de la historia, en un estado de decadencia tal que podríamos calificarlo de «época de hierro» -así lo siento yo-, lo cual choca frontalmente con la actitud de ingenuo optimismo que manifiesta la legión de sinodalistas radicales. De todos modos, nunca debemos perder la esperanza ni durante los «años de hierro» ni, mucho menos, en los años venideros de persecución; la Iglesia es de Dios y, como tal, es indefectible, pues depende teológica y metafísicamente de las «promesas de Cristo» relativas a su «perpetua asistencia». Dado que hoy es la festividad de Nuestra Señora de Lourdes, roguemos a la Santísima Virgen, «Mater Ecclesiae», para que interceda por la cristiandad, guardándola de todo peligro bajo su manto protector.

Confiemos en la Virgen María, pues, no lo olvidemos, ella es la «Omnipotente suplicante».

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