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Sociedad

Las militantes islámicas sacralizan sus cadenas

Redacción

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LTY.- Las musulmanas cargan sobre sus hombros una pesada responsabilidad, ya que sin ellas, sin su participación activa, sin su consentimiento a abrazar a perpetuidad la servidumbre y la humillación, el islam no podría durar mucho tiempo.

El lema enarbolado por mujeres en niqab en el que se puede leer: “El velo es la liberación de la mujer“, es un ejemplo entre tantos otros de los absurdos que las militantes islamistas protagonizan para defender el islam y para darse a ellas mismas la ilusión de controlar su propio destino.

Algunas extreman el absurdo hasta incitar a sus maridos a casarse con otras mujeres, para demostrar de esta manera que el Corán, Mahoma y Alá no han cometido ninguna injusticia hacia el sexo femino al autorizar y santificar la poligamia. Aprueban piadosamente el versículo del Corán dirigido a los hombres en estos términos. “Vuestras mujeres son vuestros campos, labrad vuestros campos como os plazca“. Otras se muestran felices y orgullosas cuando sus maridos las apalean: pretenden vivir de esa manera plenamente su fe.

Las miltantes del islam no se rebelan contra la desigualdad de estatus que las convierte en seres inferiores y dependientes. Su testimonio y su herencia que valen la mitad que los de los hombres no generan en ellas ningún sentimiento de injusticia. Se maravillan de la sabiduría y la suavidad de Mahoma que ha dicho: “Las mujeres son deficientes en términos de razón y de fe, y la oración del hombre musulmán no es valida si recién sale de las letrinas o si ha tocado a una mujer“. Tampoco se ofenden cuando escuchan religiosamente el imán recitar el célebre hadiz en el que Mahoma dice: “Si me estuviera permitido ordenar a los creyentes prosternarse ante otro que no sea Alá, les ordenaría a las mujeres prosternarse antes sus maridos“. Lo mismo cuando otro hadiz recomienda vivamente colocar el látigo o el palo en el domicilio bien a la vista para que sirva de advertencia a las esposas recalcitrantes.

Las militantes del islam son también madres que se alegran cuando se enteran que un hijo suyo ha cometido un atentado suicida, su felicidad no tiene límites cuando recibe las felicitaciones de los vecinos y el reconocimiento de las autoridades. En ningún momento muestran tristeza y dolor, su fidelidad al islam les hace rechazar los sentimientos de pena y de horror.

Las militantes islamistas no desesperan cuando leen los pasajes de los hadices y del Corán que tratan del paraíso y del infierno. El paraíso cuenta con una multitud de vírgenes puestas a disposición de los hombres muertos en la vía de Alá. El Corán lleva la delicadeza y el refinamiento hasta poner a efebos inmortales disponibles para los que en vida gustaban de los jovencitos. Para las mujeres no hay absolutamente nada, o por lo menos el Corán no hace mención alguna de recompensa particular. Por otra parte, hay un pasaje coránico y otro en los hadices que afirman que el infierno estará poblado por los infieles y las mujeres. Al ser interrogado sobre este tema por unas seguidoras, Mahoma les dijo que las mujeres irán en gran número al infierno porque desobedecen a sus maridos.

Las militantes islamistas se colocan en la vanguardia de la lucha contra el feminismo en los países islámicos. Afirman que Mahoma ha liberado verdaderamente a la mujer y le ha dado la protección de la mejor de las religiones, la única religión verdadera a los ojos de Alá. Para ellas el feminismo es la esclavitud importada de los infieles, es la mujer entregada en público y sin velo a las miradas y a los deseos de los hombres, es la libertad sexual que hace de ella una puta no pagada.

Las militantes islamistas se dedican al reclutamiento, se muestran muy activas en la tarea de convencer a las que no portan el velo de ponérselo, primero a través de de la persuasión, pero si ello aparece como necesario, entonces por la coacción o el acoso. Se dedican al proselitismo militante, en el entorno inmediato, la escuela, la universidad, los lugares de trabajo. En Occidente se encargan de sembrar la confusión y provocar la controversia entre los infieles, solicitan y obtienen el apoyo de la izquierda y de las feministas mientras multiplican las provocaciones. Son ellas las unidades de choque, las que se encargan de ir al asalto de los valores y las tradiciones occidentales, mientras los hombres esperan pacientemente el debilitamiento de las defensas para acabar con el adversario.

Hay una pregunta que hasta hoy no ha obtenido respuesta satisfactoria: ¿Por qué estas mujeres se dan tanto trabajo para asegurar la victoria de una ideología que las denigra, las deshumaniza y las humilla? ¿Qué beneficios encuentran en combatir para asegurar el triunfo de su peor enemigo, el islam? Las razones son principalmente sociológicas y sicológicas. Se resumen en dos elementos: la lealtad a la tribu y la negación de si mismo.

El islam es una religión tribal, la umma islámica es una gigantesca tribu que impone a sus miembros una lealtad sin fallas y que vuelve tabú toda disidencia. La presión del grupo se vuelve irresistible para la gran mayoría de los musulmanes y la tribu impone límites estrictos a la individualidad. El que se sale de la fila y pretende ir por libre es rechazado de la misma tribu, aunque se trate de sus propios parientes. La pena de muerte pronunciada contra los apóstatas no es más que la consagración de ese rechazo. El musulmán y la musulmana deben demostrar su lealtad para evitar ese rechazo. Con la subida actual del islamismo ya no les basta con declararse musulmanes y apegados al islam, deben probarlo a diario, comiendo halal, observando escrupulosamente las obiligaciones y las prohibiciones, y en el caso de la mujer, portando el velo y una vestimenta adecuada.

El carácter religioso de la tribu impone la lealtad religiosa, pero para ser reconocido y obtener un lugar bajo el sol es necesario demostrar celo, lo que supone ir más allá de la demostración de leatad. Los hombres, y más aún las mujeres, deben por lo tanto militar en favor del islam que oprime a los hombres y aplasta a las mujeres. Hombres y mujeres se ven obligados a luchar para mantener, incluso para hacer, irreversible su propia servidumbre.

Para permanecer dentro de la tribu y para ser admitidas en ella, las mujeres deben en consecuencia negarse a si mismas y sentirse orgullosas de la servidumbre y la humillación que les corresponde. Ese orgullo, que llega incluso hasta la arrogancia y el desafío, no es más que la contraparte de la servidumbre, su foto en negativo, de alguna manera. El supremasismo islámico proviene de la humillación que los musulmanes rechazan admitir y que es consustancial al islam. Al contrario que los cristianos, los musulmanes no tienen relaciones de filiación con Alá, sino que se definen orgullosamente como los esclavos de Alá. Pues bien, en el islam la humillación de la mujer está muy aumentada: el Corán y los hadices ofrecen a la mujer una imagen extremadamente negativa, y además debe aceptar y padecer la desigualdad de estatus que le impone la religión y su misma tribu. Para sobrevivir, para no ser rechazada y para ser admitida por lo miembros de la tribu, ésta asume enteramente su condición negándose a si misma. Se convierte en la esclava que muestra orgullosa sus cadenas haciendo de ellas un motivo de orgullo y que ataca sin piedad a todos aquellos que pretenden liberarla.

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