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La estafa democrática (I)

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A.R.- Lo que vivimos son los últimos rescoldos del fuego de la Ilustración. Cuando la Ilustración, en plena euforia racionalista, barrió con todo tipo de creencias, suprimió las costumbres tachándolas de simples rutinas intrascendentes, y suprimió a Dios como última referencia al bien y al mal, a lo justo y a lo injusto, se abrieron las puertas a las grandes pandemias del siglo XX y a las que siguieron luego con el pretexto de inocular los virus que las propiciaron.

El racionalismo no fue la causa que originó el marxismo cultural, pero sí fue una condición necesaria. De esa misma raiz brotaron luego las democracias liberales, ligadas al capitalismo sin alma, que son ya parte del problema de la convivencia humana y cuya erradicación es imperio moral. Pongamos el ejemplo español. Cuarenta años después de instaurarse el régimen parlamentarista, lo que se recuerda son sus promesas, más que sus logros. Las ideologías liberales, a base de engañar, corromper y confundirnos, poseen una mitología lírica que inflama corazones, derrocha esperanza y promete más libertad, aunque luego los resultados contradigan sus intenciones. Las democracias liberales no son otra cosa que el pretexto de las economías de mercado para imponernos su dictadura, reduciendo nuestra condición humana a la de consumidores compulsivos. Para ello es necesario el debilitamiento moral de las sociedades, su embrutecimiento cultural, su ruptura con los ideales trascendentes…

Sigamos con el ejemplo español cuando tras la muerte de Franco y con supuesto noble empeño, se proclamaron los Derechos que debían proteger a los españoles contra los abusos del poder. La misma Constitución trituró inmediatamente esos derechos al instaurar contrapesos políticos y legales que en pocos años suprimió todas las oposiciones que el franquismo no había osado eliminar.

Nunca en nombre del pueblo se levantaron tantos diques eficaces contra su expansión. Se ha expropiado el derecho de los padres al control educativo de sus hijos, se ha dejado en barbecho la moral de los ciudadanos, se ha triturado cualquier enmienda al sistema desde dentro, se han aprobado incontables medidas legislativas que hacen el empleo más precario que nunca, se han ensanchado las diferencias económicas y educativas de los españoles hasta niveles desconocidos, se ha reducido el espíritu del pueblo español al de espectador analfabeto, se han desviado las preferencias intelectuales por el mórbido interés hacia triunfitos y paquirrines. Se puede constatar que el nuevo sistema es mucho más absoluto y abyecto que el de Franco. La democracia, presumiendo ser del pueblo, se quedó sin oposición dado que nadie se atreve a discutirla. La trampa es así de simple: ¿Quién puede oponerse a sí mismo?

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En 1978, el mito del pueblo representado se tradujo en la elección de unos supuestos representantes de la voluntad popular. Ante esta situación, ¿quién puede oponerse a las decisiones de los que votados por la mayoría y “actuando en beneficio de todos” usufructúan el poder a su antojo?

Hoy el poder es totalitario porque ha ocupado todo el espacio en el que antes podían moverse sus súbditos de manera autónoma. A la derecha y a la izquierda el español no es nada porque ha dejado de ser un individuo, que piensa, opina, decide, actúa y delega, para convertirse en una unidad intercambiable adscrita a un ente colectivo que piensa y decide por él, y se le exige obediencia.

El español es un ser pasivo cuya vida, además de programada, se mueve a partir de determinadas pautas cada día más desoladoras. La lección fundamental de estos años de democracia no es que como pueblo seamos intrínsecamente malos, sino más bien que nuestro silencio y resignación hayan servido para degradar la vida nacional a una escala gigantesca.

¿Acaso somos nosotros como pueblo los que hemos decidido la política de inmigración que ha llenado España de ilegales? ¿Se nos ha pedido opinión sobre los asuntos que conciernen directamente al porvenir y la salud moral de nuestros hijos? ¿Qué somos para el sistema salvo masa programada para el consumo, para lo que se precisa atrofiar del ciudadano cualquier resorte de vida espiritual y el mínimo asomo de rebeldía crítica? Cuestionar este sistema es considerado cosa ilegítima según los dogmas de la religión del estado, puesto que ello plantea la cuestión de la fuente institucional del poder y de los motivos del ejercicio del poder estatal.

La democracia española, como las del resto de Europa, ha sido concebida para manipular a los ciudadanos a través de la corrupción de los conceptos, la escuela pública, los medios informativos, la sociedad de consumo y una pseudo-ciencia llamada economía. La posición más decente frente a esto sería plantear otro sistema radical de valores sociales, culturales, económicos y políticos si queremos disfrutar de una vida realmente democrática, libre, justa y no alienada, donde los políticos estén al servicio de las personas y no del poder económico en la sombra.

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