Opinión

La cobardía de los católicos españoles alimenta la creciente cristofobia de la izquierda

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La historia se repite. La Cruz de los Llanitos de la localidad andaluza de Aguilar de la Frontera, provincia de Córdoba, derribada por orden del Ayuntamiento gobernado por Izquierda Unida, fue arrojada a un vertedero de escombros de obra. Me pregunto si la jueza que ordenó mi detención por «ofender» a los señores yihadistas habrá notado un posible delito de odio por parte de la alcaldesa.

A muchos les ha indignado el suceso. A mí me ha indignado mucho más la cobardía de los católicos españoles. Ni uno sólo tuvo el valor de encadenarse a la cruz para evitar su derribo. Algunas organizaciones recogen firmas contra el derribo, como si tal cosa fuese a ablandar el odio de la izquierda hacia los símbolos cristianos. A veces me pregunto si estas entidades supuestamente católicas, lo que en el fondo persiguen es lo mismo que hace Vox en el terreno político: contener la rabia de los católicos con campañas inofensivas, para que nunca rebase las esclusas del sistema y pueda convertirse en desbordante riada que arrase con todo a su paso. Es decir, tontos y tontas útiles del sistema con la mascarada de la defensa del Cristianismo.

La Iglesia, entre tanto, nos impele a poner la otra mejilla. Y lo hace en nombre de Aquel que echó del templo a los mercaderes que profanaban la casa del Padre. No estaría de más que los católicos nos preguntáramos si el declive que sufre nuestra fe no tendrá que ver con la pérdida de la auténtica moral guerrera, heroica, noble y fiel del cristianismo y no la de ahora que es débil, amanerada, hipócrita y cobarde, a imagen y semejanza del pueblo español.

La clave no está en modernizar el cristianismo, sino todo lo contrario, en volver a buscar otra vez las raíces de lo que nos hizo grandes. En lo antiguo está lo genuino, lo puro. Actualmente la palabra modernidad está asociada a los degenerados; y la élite lo sabe. Por eso los católicos han sucumbido al pozo negro de mentiras, egoísmo, materialismo, falta de fe y aberraciones contra la naturaleza, que es lo más sabio y bello que hizo Dios en este mundo.

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Los medios informativos, por su parte, han pasado a la fase de intoxicación con un descaro que incluso a nosotros nos sorprende. Muchos de ellos hasta han calificado el acto blasfemo de ayer como un gesto reivindicativo contra «los muertos de la dictadura». Los medios han sido una pieza esencial en la creación de una sociedad acabada, histérica, irracional, hortera, inculta e intrascendente como la nuestra.

España se ha mantenido hasta hace pocos años como bastión solitario del Catolicismo en Europa, y ha caído en una situación alarmante. Es difícil que los fieles puedan sostenerse en la batalla cuando sus propios pastores arrojan dudas sobre la doctrina perenne de la Iglesia. Cuando durante tantos años, dentro de la propia Iglesia, se ha estado alimentando el relativismo ante el Mal y el rendicionismo frente a otras creencias, termina siendo lógico que decenas de católicos reaccionasen con la cobardía que ya es habitual ante incidentes similares.

Es esta cobardía la que me aleja más cada día del rebaño católico lanar y del amilanamiento ante los lobos de la mayoría de los pastores.

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