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Francia: ¿una revuelta contra las élites de Europa?

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un manifestante lanza un bote de gas lacrimógeno contra la policía durante una manifestación de los 'chalecos amarillos' en las inmediaciones del Arco del Triunfo.
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Por Bruce Bawer.- París, 8 de diciembre de 2018: un manifestante lanza un bote de gas lacrimógeno contra la policía durante una manifestación de los ‘chalecos amarillos’ en las inmediaciones del Arco del Triunfo. (Foto: Chris McGrath/Getty Images).

Durante años, los que escribíamos y nos preocupábamos por el auge del islam en la Europa occidental sabíamos que, al final, si los gobiernos de estos países no cambiaban el rumbo drásticamente, algo iba a pasar. Hasta ahora, los nativos han sido, en su mayoría, notablemente mansos. Han tragado mucho. Sus líderes han llenado sus países con enormes cantidades de inmigrantes de Oriente Medio y el norte de África, de los cuales una desproporcionada cifra dejaron claro que no tenían ninguna intención de unirse plenamente o contribuir a sus sociedades de acogida sino, más bien, se contentaban con coger, herir, dañar y destruir, y estaban decididos, a la larga, a conquistar y gobernar.

Nadie le ha preguntado nunca a los ciudadanos de la Europa occidental si querían que sus países se transformaran radicalmente de esta manera. La transformación, además, se intensificó cada año. En algún momento, sin duda, las poblaciones nativas de la Europa occidental reaccionarían.

¿Pero qué forma tomaría? Los que estamos profesionalmente preocupados por estos temas hemos pasado horas sopesando esta pregunta. Nos preguntábamos unos a otros: ¿qué crees que pasará? Algunos profetizaron la balcanización. Ya había zonas de exclusión, enclaves en la periferia de las grandes ciudades donde los “infieles” no eran bienvenidos y la policía y los bomberos eran por sistema bombardeados con piedras si se atrevían a inmiscuirse. Era suficientemente fácil imaginar que esas zonas se expandirían, que su soberanía de facto bajo la ley de la sharia se reconocería oficialmente y que se establecería algún tipo de relativa estabilidad.

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Otros observadores predijeron que los nativos provocarían disturbios; no las élites cuyas vidas personales se veían mínimamente afectadas por la presencia musulmana en sus países, sino las personas menos privilegiadas cuyos barrios y colegios se han convertido en zonas peligrosas, a los que se les han subido repetidamente los impuestos para pagar enormes salarios a miembros de organizaciones de inmigrantes, y cuyos médicos y hospitales se han visto tan sobrecargados por los recién llegados que los tratamientos vitales se racionaron cada vez más y las listas de esperas fueron cada vez más largas.

En 2016, los británicos conmocionaron al mundo al votar a favor del Brexit, y unos meses más tarde los estadounidenses obraron un milagro aún mayor al elegir a Donald Trump para la presidencia. Algunos analistas esperaban que las elecciones en Francia, Suecia y los Países Bajos también arrojaran unos sensacionales resultados, pero a pesar de los progresos logrados por los partidos a favor de controlar la inmigración, como la Agrupación Nacional (antiguo Frente Nacional) de Marine Le Pen, los Demócratas Suecos y el Partido de la Libertad de Geert Wilders y el Foro por la Democracia de Thierry Baudet, ambos de los Países Bajos, esas victorias fueron menores de lo esperado.

Por otro lado, el año pasado los austriacos eligieron como canciller a Sebastian Kurz, enérgico detractor de las cuotas de asilo impuestas por la UE, y este año el cargo de primer ministro italiano fue para Giuseppe Conte, que ha adoptado una firme postura contra los inmigrantes ilegales y que ha vetado los barcos de inmigrantes en los puertos italianos.

La noticia más importante en este frente, sin embargo, no se ha producido en las urnas.

Este año los británicos han expresado cada vez más indignación por la chapuza de Theresa May con el Brexit y, durante el verano, salieron a las calles a protestar por el encarcelamiento ilegítimo de Tommy Robinson, que en ese país se ha convertido en el rostro de la resistencia a la islamización. Además, en las últimas semanas, ciudadanos franceses de todo el espectro político, sobre todo los provenientes de pequeñas localidades y áreas rurales, no sólo han llevado a cabo protestas públicas por temas corrientes –esa perenne actividad recreativa gala–, sino que han provocado revueltas y cometido actos de vandalismo en París y otras grandes ciudades, y saqueado lugares emblemáticos como los Campos Elíseos, obligando al cierre de la Torre Eiffel y el Louvre, e incluso causando daños al Arco del Triunfo.

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Al principio se dijo que los franceses estaban enfadados por una subida de los impuestos al combustible que había sido motivada por las prioridades medioambientales del presidente Emmanuel Macron. “El precio de la gasolina se ha puesto de no creer”, dijo el otro día Ghislain Coutard, al que se le atribuye la creación del llamado movimiento de los chalecos amarillos, y después habló de que algunos amigos suyos “están apenas sobreviviendo” a causa del coste de poseer un coche. “El menor problema con el coche se convierte en una catástrofe –explicó­–. Tienes que meterte en deudas y después nunca terminan”. Por desgracia, incluso después de que Macron, al darse cuenta de que se había pasado, canceló la subida del impuesto, las revueltas continuaron.

Los periodistas se han visto en apuros para obtener explicaciones claras y concisas de los agitadores y sus motivos y objetivos. Quizá los agitadores no encuentran las palabras, quizá están expresando una rabia que aún tienen que saber articular. O quizá son reacios a decir en alto lo que piensan por temor a que los llamen xenófobos, islamófobos o racistas. En una entrevista el otro día, el filósofo francés Alain Fienkelkraut atribuyó las revueltas a la inseguridad económica y cultural por parte de las clases étnicas baja y media francesas, personas que han sido expulsadas de los centros de las grandes ciudades por la subida de los alquileres, que han visto sus trabajos y pequeños negocios destruidos por las tasas y regulaciones “verdes”, que sienten que han perdido en una lucha de poder con los inmigrantes musulmanes, y que sienten que sus clases dirigentes han tenido más simpatía hacia los inmigrantes que hacia ellos.

Ahora las revueltas se han extendido a Bélgica y los Países Bajos. Allí, también, los objetivos de los agitadores pueden ser imprecisos. Associated Press citó a una anciana mujer holandesa que se quejaba de los impuestos, la escasez de la vivienda y la pérdida de prestaciones sociales: “La red de prestaciones sociales con la que crecimos ha desaparecido –dijo–. El Gobierno no está ahí para la gente. Está ahí para proteger sus propios intereses”. Por supuesto, esos “intereses” incluyen priorizar las gratuidades para los inmigrantes a costa de los holandeses que han aportado toda una vida de trabajo. Aún hoy, sin embargo, para muchos nativos europeos occidentales, puede ser más fácil ser un insurrecto que habla honestamente sobre el islam y la inmigración.

¿Se extenderán aún más estas revueltas? En cierto modo es difícil imaginarse a los escandinavos de a pie provocando revueltas, son demasiado suaves. Su idea de una manifestación pública consiste en una tranquila vigía a la luz de las velas. En cuanto a los alemanes, son demasiado ordenados para estallar con levantamientos espontáneos.

Sí, se les da muy bien marchar en fila india a las órdenes de algún maníaco fascista histérico, pero no se sienten individualmente inclinados a estallar con violencia. De nuevo, esa impresión podría ser equivocada. Después de todo, fue bastante sorprendente ver a tantos británicos normalmente educados, e incluso reprimidos, amontonarse en las plazas londinenses para expresar su solidaridad con Tommy Robinson. Así que tal vez estos agitadores franceses sí se extiendan por toda la Europa occidental. Quizá ya llega: el comienzo de la resistencia de los ciudadanos de la Europa occidental contra el desastroso proyecto multicultural y globalista de las élites europeas. O tal vez es sólo un paso más que nos acerca al día del juicio final del continente.

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Deberemos averiguarlo a tiempo.

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España

Un homenaje a Ucrania desde la Memoria Española: 81 años de la última gran victoria del ejército español, por Francisco Torres García

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Francisco Torres García

 

Hace 81 años se libró en la entonces URSS, en los arrabales de la ciudad de Leningrado (San Petersburgo) la batalla de Krasny Bor. Un choque de tintes épicos entre la infantería española y el Ejército Rojo en los inicios de la Operación Estrella Polar, planificada por quien sería mariscal y cuatro veces héroe de la Unión Soviética, Gueorgui Konstantinovich Zhúkov. Considerado por la historiografía soviética y posterior como el mejor de los comandantes soviéticos en campaña, los soldados afirmaban: «Donde está Zhúkov, está la victoria».

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Con aquella, sin duda, pensaba añadir, a la que sería una brillante carrera militar, la liberación definitiva de la ciudad de Leningrado. La misma que había conseguido defender ante el asalto alemán en el otoño de 1941. Con una concatenación de ofensivas en los Frentes de Leningrado, Vóljov y Noroeste pretendía alcanzar un objetivo  muy ambicioso: acabar con el cerco a Leningrado, liberar Novgorod, embolsar al 18.º Ejército alemán y abrir el camino hasta la frontera de Estonia y Letonia. Todo ello tras haber desarticulado los soviéticos la Operación Nordlicht, el que iba a ser el asalto definitivo a la ciudad cuna de la Revolución dirigido por el mariscal Erich von Manstein.

La batalla defensiva que libró en Krasny Bor la División Española de Voluntarios, la División Azul, supuso, sin embargo, un revés para el plan de Zhúkov al impedir la ruptura del frente encomendada a unidades del 55.º Ejército; resistencia que contribuyó a la frustración de toda la Operación. Más allá de cualquier otra valoración hay que señalar que si los españoles se hubieran hundido la progresión soviética, que debía protagonizar la 45.ª División de la Guardia del general Krasnov, hubiera sido difícilmente contenible quebrando la línea de comunicación que permitía abastecer a las fuerzas alemanas.

Conviene insistir, como nota introductoria, en una realidad incuestionable que las circunstancias políticas de la última década, junto con algunos sectores de la historiografía, tienden a obviar, que, independientemente de su componente político y de su recluta, la División Española de Voluntarios, la División Azul, fue una unidad del Ejército español, constituida orgánicamente al efecto de realizar una misión específica (combatir al comunismo) y disuelta a la conclusión de la misma. Esta gran unidad consiguió, entre el 10 y el 11 de febrero, en lo que debemos denominar los combates de Krasny Bor, siguiendo al general Fontenla, una importante victoria en lo que fue una batalla defensiva al frustrar la intención enemiga y dislocar una ofensiva de amplios horizontes. No es exagerado, sino simple constatación de la realidad, que en Krasny Bor el ejército español alcanzó su última gran victoria en una gran acción bélica.

Más allá del desarrollo de los combates en aquellas 18 horas de lucha continua entre el 10 y el 11 de febrero, más allá del rosario de acciones heroicas que en aquellas momentos se dieron, avanzado el conocimiento real de los hechos (siendo fundamentales las aportaciones realizadas por Carlos Caballero), desbrozadas algunas interpretaciones herederas de las valoraciones personales de quienes combatieron, eliminados no pocos mitos que durante décadas prescindieron de los condicionantes tácticos y de la realidad de las fuerzas en presencia, vamos a tratar de precisar algunos aspectos, quizás aparentemente secundarios, sobre los condicionantes y las lecciones de aquel día.

La División Azul que consiguió aquella victoria no era la unidad que salió de España en julio de 1941 y que había combatido brillantemente en las orillas del Vóljov. En febrero de 1943 no eran muchos los divisionarios alistados en 1941 que permanecían en el frente, probablemente rondarían los 2.000. Tras agotar las listas de reserva, en marzo de 1942, el gobierno español decidió iniciar un nuevo periodo de recluta del que saldrían la mayor parte de los combatientes en la batalla.

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Entre abril y diciembre de 1942 llegaron al frente 14.124 hombres. A partir de mayo comenzaron a abandonar el frente los denominados Batallones de Repatriación. Más de 9.000 voluntarios regresaron a España hasta el último mes de aquel año; entorno a  2.000 no pudieron hacerlo y aguardaban la eternidad en un rosario de cementerios. En este proceso el general Muñoz Grandes chocó con el Ministerio del Ejército y su planteamiento de renovación/sustitución, inclinándose por mantener la vieja «amalgama napoleónica» distribuyendo a los que llegaban entre todas las unidades.

En febrero de 1943 la DEV era una unidad prácticamente renovada. Sobre aquellos voluntarios llegados caería la leyenda de una recluta forzada, alimentada por la paga, pletórica de republicanos y maleantes, con escasa moral de combate y menor voluntad de vencer, salida de los cuarteles, aunque casi 9.000 de los llegados a lo largo de 1942 se hubieran alistado desde los banderines abiertos en las milicias falangistas… Visión que compartía y ampliaba la propaganda soviética que mantendría de forma ortodoxa el PCE y se transmitiría, a través de sus vasos comunicantes, a parte de la reciente historiografía española. La prueba más evidente de que no era así es lo ocurrido durante los combates de Krasny Bor.

En julio de 1942, aquella gran unidad que estaba renovándose/reconstruyéndose, recibió órdenes para trasladarse desde el Vóljov hasta el frente de Leningrado, iban a participar en lo que se anunciaba como el asalto definitivo a la ciudad. Aquel movimiento iniciado en agosto dio tiempo al general Muñoz Grandes para instruir a sus hombres. Además se le indicó que, una vez acantonada en las proximidades del frente, tendría un tiempo antes de entrar en línea. La División Azul iba a tener un papel relevante en la ruptura que conduciría a la ocupación de la ciudad dentro de la Operación Nordlicht. Lo que indica el valor que como unidad de combate se daba a los españoles por parte del mando alemán.

Las circunstancias y la falta de fuerzas acortaron los plazos y la DEV entró en línea el 5 de septiembre entre Alexandrovka y el río Ishora. El general Muñoz Grandes asumió el mando de una zona de buenas posiciones pero sin profundidad en sus elementos de defensa, y procedió a reestructurar sus fuerzas para una acción ofensiva que se mantuvo viva hasta mediados de octubre de 1942. Ahora bien, por sus efectivos, que a finales de octubre podía desplegar 16.343 hombres, la DEV era la unidad más poderosa del frente. Con sus fuerzas podía mantener su sector sin dificultades ante cualquier contingencia.

El general Emilio Esteban-Infantes, que iba a sustituir en el mando a Muñoz Grandes, llegó al frente en agosto para convertirse en 2ª Jefe de la unidad, a él iba a corresponder, en gran medida la preparación final de la zona y el despliegue en el nuevo sector que se le iba a adscribir en que se libraría la batalla.

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Cerrado definitivamente el planteamiento ofensivo correspondía prepararse para establecer un escenario defensivo ganando lo que no tenían las líneas alemanas de un frente estático como era el asumido, profundidad. Ambos generales conocían la doctrina táctica española sobre la batalla defensiva que optaba por la profundidad y la distribución de posiciones defensivas con espíritu de resistencia al objeto de impedir al enemigo la penetración real y el dominio del territorio. Doctrina revisada durante la guerra civil sobre la que el propio Franco había teorizado, destacando la importancia de la batalla defensiva, en 1938 en sus instrucciones para los jefes de grandes unidades y en sus comentarios al reglamento de ese año. El general Muñoz Grandes asumió que se vería obligado a librar una difícil batalla defensiva cuando anunció que se mantendría a toda costa en Novgorod en el invierno de 1941-42.

El propio Franco en su ABC de la batalla defensiva. Aportación a la doctrina, síntesis final de lo escrito durante la guerra, incidiría en la necesidad de relegar «los órdenes lineales», optando por «sistemas profundos, tanto más necesarios cuanto mayor sea la capacidad de penetración de los Ejércitos modernos y su potencia para la ruptura» con lo que se organizará el terreno propio «preparando el sistema de fuegos que ha de aniquilar al enemigo», asumiendo que las fuerzas enemigas progresarán según sea la red de comunicaciones existentes que permitirán alimentar la batalla, por lo que «los campos de batalla principales hemos de buscarlos en esas vías de penetración, como en ellas ha de situarse el centro de gravedad de nuestras tropas», creando la zona de resistencia y en esta, siguiendo los reglamentos tácticos, lo fundamental es el ocultamiento y la dispersión de las fuerzas. En ese marco se desarrolló la batalla de febrero en el frente ruso.

Tanto Muñoz Grandes primero como Esteban-Infantes después trabajaron para dotar de profundidad sus líneas. La línea española tuvo una relativa tranquilidad, aunque sometida a los duelos artilleros y golpes de reconocimiento, entre los meses de octubre y noviembre, lo que permitió incidir en la instrucción de las fuerzas. Una optimización que no hay que depreciar a la hora de valorar las razones de la victoria española.

El problema, sobre todo para Esteban-Infantes al asumir el mando completo, fue la constante ampliación de la línea a cubrir por los españoles desde el sector inicial establecido entre Alexandrowka y el meandro del río Ishora. En enero de 1943 los soviéticos lanzaron la Operación Iskra que daría origen a la batalla por el control de los Altos de Sinyavino. La falta de fuerzas hizo a los alemanes exprimir el frente sacando unidades. La División Azul cedería al II Batallón del 269.º a mediados de enero de 1943. En Sinyavino los españoles demostrarían, una vez más, su capacidad de aferrarse al terreno y no ceder hasta quedar reducidos a la mínima expresión (solo 30 hombres regresarían indemnes), algo que no parece que fuera tenido en cuenta por el mando enemigo. Todo ello llevaría a la División a extender sus líneas primero hasta Krasny Bor, y después hasta más allá de la línea férrea cubriendo otros siete kilómetros. De un despliegue en el que los españoles mantenían reservas en cada subsector se pasó a un despliegue que embebía en línea a casi todas las fuerzas. Pero lo más grave era la falta de profundidad de la línea más allá del Ishora y la necesidad de preparar el terreno. Esteban-Infantes tendría que luchar contra el tiempo para ganar profundidad, pero este se estaba acabando. El tiempo había permitido trabajar en todo el sector la oeste del Ishora, pero ahora las líneas española podían alcanzar, según se evalúe, entre los 24 y los 30 kilómetros para soldarse al este con las fuerzas limitadas de la 4.ª División SS Policía que estaban retornando tras su participación en los combates de mediados de enero.

La División Azul cubría una línea que cortaba el río Ishora, la carretera Leningrado-Moscú, la población de Krasny Bor que ocupaba unos 9 kilómetros cuadrados y la línea del ferrocarril Leningrado-Moscú. A lo largo del mes de enero se hizo evidente que el subsector que se abría en el Ishora y llegaba hasta la línea férrea era tácticamente fundamental. Esteban-Infantes asumió la necesidad de ganar en profundidad asegurando las líneas en el Ishora y cubriendo la carretera, pero para completar un sistema que contara con suficientes posiciones para cubrir una amplia zona de resistencia necesitaba más tiempo. A la vez procuró destruir los intentos enemigos de progresar a la hora de acercar sus posiciones a la línea española ante Krasny Bor y la línea férrea. El condicionado despliegue español en la zona mostraría su eficacia el 10 de febrero.

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El  subsector de unos 11 kilómetros de línea, con unos cuatro fundamentales entre la carretera y el ferrocarril, quedó guarnecido por el Regimiento 262.º a las órdenes del coronel Manuel Sagrado Marchena, reforzado con el Batallón de la Reserva Móvil y la Compañía de Esquiadores, a lo que se sumarían, exprimiendo la División, el Grupo de Exploración, el Batallón de Zapadores y el Grupo Antitanques. El 10 de febrero tenían establecidos 2 escalones de despliegue y dos pequeñas reservas en su retaguardia. Durante los combates improvisarían una tercera línea. En total unos 5.000 hombres.

Lo que difícilmente podía prever el mando español o alemán era que los soviéticos hubieran situado el punto de ruptura de una gran operación ofensiva precisamente en aquellos kilómetros. Allí los españoles tendrían que aguantar primero la durísima ruptura artillera y después el asalto enemigo. Lo harían en inferioridad ya que el Ejército Rojo desplegaba 4 divisiones (72.ª y 43.ª de Fusileros, junto con la 63.ª y 45.ª de la Guardia) y una imponente masa artillera (la proporción con respecto a las baterías hispano-alemanas ha precisado Carlos Caballero era de 3.3 a 1, «que ya era bastante»). Flanqueada por las divisiones 72.ª y 43.ª de Fusileros, la 63.ª División de la Guardia, al mando del general Nikolái Pávlovich Simoniak tenía la misión de abrir brecha en Krasny Bor consiguiendo la necesaria ruptura. No era la 63 División una unidad escasamente fogueada, ni su general carecía de brillantez. De hecho, había protagonizado el 18 de enero la ruptura del frente enemigo en Shlisselburg, enlazando con las fuerzas del Frente del Vóljov en la Operación Chispa, lo que valió a Simoniak la Estrella de Oro de Héroe de la Unión Soviética.

La terrible preparación artillera que se prolongó durante casi dos horas castigó muy duramente a las compañías españolas, que en algún caso llegaron a sufrir bajas cercanas al 80% de sus efectivos. Simoniak no esperaba una fuerte oposición y cuando la infantería roja avanzó apoyada por carros KV 1 se encontró con la enconada resistencia de los restos de las compañías de Huidobro, Palacios, Oroquieta, Aramburu, Campos… Se abría así el tiempo de las resistencias decisivas que se prolongaría durante horas. Algo que no debió extrañar, cuando comenzó a tener información, al general Esteban-Infantes pues él mismo las había vivido en primera persona durante la batalla de Brunete en la guerra civil. Tampoco, a pesar de la dureza se produjo el hundimiento de la moral, los que retrocedieron en medio de la lluvia de fuego se recompusieron y contraatacaron cuando encontraron mandos que los reagruparon. Algo que difícilmente hubiera sucedido en una unidad de recluta forzada o sin más horizonte que la paga.

Según la propaganda enemiga la División iba a plantear escasa resistencia dado el componente humano de la nueva recluta. Parece evidente que los mandos del Ejército Rojo habían asumido como real esta imagen. Sin embargo, lo que los españoles estaban demostrando era una alta moral de combate no quebrándose la voluntad de vencer y una elevada calidad entre sus jefes, oficiales y suboficiales que tuvieron que combatir durante horas sin la necesaria comunicación entre las compañías ni con el mando superior establecido por Esteban-Infantes en el puesto avanzado de Raykolovo. Las compañías de la Guardia pudieron sobrepasar los núcleos de resistencia de las compañías de línea, pero se empantanaron en una zona de resistencia que nunca pudieron dominar, no pudieron adueñarse del terreno y esa fue la clave del día.

Sin comunicación exacta sobre el alcance de la penetración enemiga durante horas el general Esteban-Infantes movió sus escasas reservas y adoptó la medida de recurrir a los hombres del Batallón de Repatriación, disponiéndose a aguantar, en el peor de los casos apoyado en el Ishora; al otro lado del río el intento de progresión soviética había sido contenido y rechazado el ataque en el meandro del río. Con respecto a la actuación del general Esteban-Infantes, el general Fontenla ha precisado que si bien no percibió la entidad del posible ataque, «durante al batalla reaccionó de forma correcta… en su puesto de combate: empleó el fuego de la artillería divisionaria, empeñó reservas disponibles y se esforzó en organizar otras nuevas, y reforzó el borde de la lucha en Ishora para impedir sus ensanchamiento y facilitar, en su caso, la estrangulación de la penetración mediante un contraataque general».

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Al caer la noche, sobre las 15.30 los combates adquirieron una nueva dimensión sobre un terreno en el que las manchas blancas se alternaban con grandes extensiones de barro. Los españoles continuaban resistiendo en su segundo escalón apegados a las construcciones de Krasny Bor y en su improvisada última línea de resistencia. Los divisionarios habían dado tiempo al mando alemán a preparar una línea tras la zona de combate para guarecer Sablino. Las fuerzas de Simoniak no pudieron abrir la brecha necesaria en Krasny Bor, ni se pudo progresar al este de la línea férrea: no hubo ruptura definitiva. El mando del 55.º Ejército no pudo usar su reserva convenientemente, la 45.ª de la Guardia del general Krasnov, pues ya no había éxito que explotar y los alemanes habían desplegado una línea defensiva tras los españoles.

Al finalizar el día los divisionarios habían perdido en aquel subsector, que cederían a los alemanes de forma progresiva hasta la medianoche, entre 3 o 4 kilómetros, pero -insistimos- los soviéticos no consiguieron su objetivo que era abrir una brecha rompiendo el frente y dominando el terreno para permitir el avance, con lo que su ataque quedó dislocado perdiendo más de un tercio de sus efectivos, sin romper nunca de forma definitiva la última línea española ni ocupar su zona de resistencia.

La gloria, la victoria y la muerte acompañan siempre hechos de armas como los combates de Krasny Bor. En torno a 1.100 españoles perdieron la vida en la batalla, entre 200 y 300 cayeron prisioneros, otro millar y medio recibieron heridas de consideración -parte de ellos también dejarían este mundo a consecuencia de las mismas o acortarían significativamente su vida-. Hubo acciones heroicas que por falta de testigos nunca fueron convenientemente recompensadas. Un soldado, Antonio Ponte Anido, pese a estar herido decidió frenar un T-34 que se dirigía hacia un hospital de campaña, lo hizo con su vida, fue recompensado a título póstumo con la Cruz Laureada de San Fernando.

Según anota Carlos Caballero el mando alemán anunció la concesión por los hechos de aquel día de 30 Cruces de Hierro de 1ª, 300 de 2ª y 400 Cruces al Mérito Militar con Espadas. En parte de aquellos prisioneros, que fueron internados en los campos de concentración soviéticos, tampoco se quebró la voluntad de continuar la lucha y vencer. Algunos de ellos serían condecorados tras volver a España 11 años después.

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