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En la actual Montenegro, 3.000 soldados de un solo Tercio Español se enfrentaron hasta la muerte a 50.000 turcos

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La épica defensa de un solo Tercio del Imperio español ante el colosal ejército de Barbarroja

«El sitio de Castelnuovo se tiene que definir como una experiencia vital y representativa de los Tercios y su contexto durante buena parte del siglo XVI. En Castelnuovo combaten dos realidades contrapuestas, cada vez más crecientes, que convergerán en numerosos conflictos durante todo el tránsito de la Edad Moderna . De un lado, el bando turco-otomano representado en la figura de Barbarroja que hostigará constantemente las posiciones de las potencias europeas, y del otro lado una Santa Liga, auspiciada por el papa Paulo III y sostenida por la Monarquía Hispánica liderada por Carlos V, donde los Tercios ocuparon el papel protagonista», explica a ABC Juan Víctor Carboneras –historiador, autor de ‘ España mi natura. Vida, honor y gloria en los tercios ‘ y presidente de la ’ Asociación 31 de Enero Tercios ’–.

El autor es partidario también de que «la defensa de la plaza de Castelnuovo del Tercio de Sarmiento y del resto de tropas apostadas durante el asedio, representa una defensa a ultranza, hasta las últimas consecuencias, de los ideales considerados como máximos por la sociedad del momento». A saber: la monarquía y la religión.

«La defensa del rey y la religión estaban presentes en el día a día de los soldados y en esta ocasión tampoco hubo excepción. La Monarquía Hispánica perdió Castelnuovo pero ganó, para siempre, la lealtad de miles de soldados de los Tercios que entregaron su vida por aquello que creyeron justo, porque, como dijo Gutierre de Cetina ‘Que envuelta en vuestra sangre la llevastes; sino para probar que la memoria de la dichosa muerte que alcanzaste, se debe envidiar más que la victoria’», añade el experto a este periódico.

Un imperio que defender

e sentaba entonces en el trono español Carlos I (V del Sacro Imperio Romano Germánico) . No pasaba por una buena época la cristiandad, que veía que las aguas del Mediterráneo escapaban a su control por culpa de un turco: el sultán Solimán . Este, junto al conocido pirata y almirante otomano Barbarroja, se había convertido en un molesto inconveniente para media Europa. Al final, las bofetadas constantes del enemigo por tierra y mar hicieron que se formara la Santa Liga , una alianza militar mediante la que el Imperio español, Venecia, Austria y el papado pretendían devolver los golpes a sus adversarios.

Corría el año 1538 cuando, con el pendón de la Santa Liga ondeando al viento del Mediterráneo, la alianza cristiana pasó a la acción y dirigió sus picas y arcabuces hacia Montenegro. En este territorio, perdido de la mano de Su Majestad Imperial, se ubicaba en la costa una fortaleza –la de Castelnuovo– protegida por una pequeña división turca que, a priori, nada podría hacer ante el poderío de la flota formada por españoles y venecianos. «La Liga se dirigió a Castelnuovo, en el golfo de Cattaro, con el propósito de hacer un desembarco y constituir allí un núcleo de fuerzas que extendiera en aquellas costas el predominio cristiano. El 24 de octubre arribaron a la boca del golfo, a 18 millas de Ragusa», explica el historiador Francisco de Laiglesia en su obra ‘ Estudios históricos ’.

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«Tomaron posesión de Castelnuovo el maestre de campo Francisco Sarmiento y 2.500 españoles, soldados viejos de Lombardía»

Sabedores de que contaban con superioridad numérica, los aliados se limitaron a bombardear durante horas las murallas del castillo de Castelnuovo con su artillería. Pusieron además cerco a la fortaleza y bloquearon la entrada a la plaza fuerte para evitar la entrada de víveres. Como era de esperar, los turcos rindieron cimitarras. Con la fortaleza en poder cristiano, a la Santa Liga ya sólo le quedaba dirimir que nación pondría su insignia en las murallas. Esta tarea, como era de esperar, sembró la controversia entre los aliados. Sin embargo, y a pesar de que los venecianos reclamaron para sí la plaza en primer lugar, fueron finalmente los españoles los que tomaron posesión del castillo.

Los oficiales de Su Majestad Imperial recibieron el honor de quedarse el lugar, pero también el deber de defenderlo ante el turco. Una peligrosa misión, pues se hacía casi imposible recibir refuerzos y víveres. «Tomaron posesión de Castelnuovo el maestre de campo Francisco Sarmiento y 2.500 españoles , soldados viejos de Lombardía. Además de las fuerzas regulares españolas quedaron también 80 infantes albaneses 25 jinetes », completa el experto. Una vez establecida la guarnición que defendería la plaza, el resto de los soldados embarcaron en sus navíos y dejaron tras de sí, y a su suerte, a dos millares de los mejores soldados de los que España disponía. O 3.000, según el periodista y experto en historia de España Fernando Martínez Laínez.

Llega Barbarroja

No lo sabían, pero sería la última vez que verían con vida a aquellos veteranos de los tercios. Solo y con la responsabilidad de gobernar, Sarmiento recibió una carta en la que se detallaba la labor que debía acometer:

«Primeramente el dicho maestre de campo ha de ordenar y procurar que la amistad y la buena hermandad que ahora se tiene con los súbditos de la Señoría de Venecia se conserve y aumente. Otrora se ha de procurar buena amistad con los pueblos y gente principal de los cristianos moracos, dando a entender a todos la potencia y benignidad de Su Majestad y de la Santa Liga. En caso de que se tenga aviso cierto que cerca de este lugar hay alguna banda de turcos, y pareciendo que se les puede dar alguna buena mano o encamisada y hacer buena presa de ellos o de sus haciendas y ganados, podrá permitir el dicho maestre de campo que salgan hasta mil hombres».

Lo que no sabían los españoles es que, mientras ellos ultimaban los pormenores del gobierno de Castelnuovo, los turcos preparaban sus sables para cobrarse la venganza por la toma de la plaza. Fue solo cuestión de unos meses, con el calendario detenido en 1539, cuando el conocido pirata y almirante otomano Barbarroja recibió órdenes de izar velas y partir con sus hombres hacia Montenegro. «La resolución de Solimán de recuperar Castelnuovo como testimonio de su predominio en el Archipiélago Jónico tuvo inmediata ejecución al comenzar la primavera. Barbarroja reunió 200 velas 150 galeras reales , bien armadas y provistas, y 70 galeotas , fustas y bergantines. Las fuerzas fueron 10.000 turcos y 4.000 jenízaros en la armada , y 30.000 hombres , con la caballería correspondiente», destaca el experto en su texto.

Tan sólo unos meses después, las primeras naves se divisaron desde la fortaleza de Castelnuovo. La suerte estaba echada para los hombres de Sarmiento quienes, sitiados y sin posibilidad de recibir refuerzos, iniciaron los preparativos para defenderse de aquel gran ejército que llamaba a sus puertas. Poco más tenían en su zurrón que la firme determinación de resistir lo suficiente como para llevarse al máximo número de enemigos a la tumba.

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Nadie se rinde

Las huestes de Barbarroja pisaron tierra a mediados de julio, aunque en escasa cantidad. En principio desembarcaron unos pocos cientos de turcos con órdenes de reconocer el terreno, pero no llegaron a terminar su misión. Y es que, haciendo acopio de toda su veteranía, los españoles les devolvieron al mar a base de pica, daga y arcabuz. La primera ofensiva se tradujo así en victoria para los Tercios.

Poco duró la alegría de la victoria. Escasas jornadas después, Barbarroja ordenó bajar de los buques a sus más de 50.000 hombres. Ante la visión de un ejército de tales dimensiones, los españoles decidieron retirarse de los alrededores y establecerse en la fortaleza de Castelnuovo. Serían derrotados, pero venderían caro el resultado de la batalla. Por su parte, los otomanos dispusieron varias piezas de artillería en las colinas cercanas al castillo e iniciaron un bombardeo constante contra los hombres de Sarmiento. Según Laiglesia, desde ese momento comenzó una lluvia constante de balas de 45 kilogramos.

No se le puede negar la valentía a los Tercios. Los hombres de Sarmiento demostraron su habilidad empuñando armas y resistieron tajo aquí, sablazo allá, todos los intentos otomanos de hacerse con la fortaleza. Por ello, Barbarroja decidió ofrecer una salida honrosa los soldados españoles al considerar que habían combatido con un valor que quedaría rubricado en las páginas de la Historia. «El Berlebey de la romería, capitán del ejército, escribió a Sarmiento pidiéndole que se rindiese y dejase la tierra a su señor , quien le daría naves para pasar a Apulia con todo lo suyo y sin ningún daño», determina Laiglesia. La oferta no gustó demasiado en la irreductible fortaleza y fue respondida de forma tajante por parte de un emisario: «Él no piensa rendirse por cosa alguna; antes piensa morir con toda la gente defendiendo la tierra».

El contenido de la respuesta de Sarmiento se ha ido diluyendo a lo largo de los años. Existe otra versión de la conversación apoyada por escritores y expertos como la que recogen Fernando Martínez Laínez y José María Sánchez de Toca en el libro ‘Tercios de España. La infantería legendaria’: «Los turcos ofrecieron a la guarnición una rendición honrosa, pero los sitiados les desafiaron a ‘ venir cuando quisiesen ’». Sea como fuere, lo único cierto es que aquellos soldados le dieron al pirata con el portalón en sus narices turcas.

Más ataques

Poco más tuvo que decir Barbarroja. Ante la negativa de rendición, ya sólo esperaba la muerte al Tercio de Sarmiento. En los días siguientes se acrecentaron las escaramuzas entre los turcos y los españoles. Hombres condenados, pero todavía vivos, coleando, y con capacidad para atizar más de un arcabuzazo a sus asaltantes. De hecho, bien demostraron los defensores su habilidad en las pequeñas contiendas posteriores a base de causar bajas a los otomanos. Tan graves fueron los reveses, que el líder enemigo prohibió combatir cara a cara contra los cristianos hasta nueva orden.

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«La gesta impresionó a toda Europa y el hecho heroico fue cantado por muchos poetas de aquel tiempo, aunque hoy día pocos españoles lo recuerden»

Desde el principio, el oficial otomano estaba convencido de que, si tenía paciencia, su poderosa artillería minaría la moral y las vidas de los de Sarmiento. Por ello, los turcos se limitaron a ahorrar fuerzas y lanzar toda la munición posible sobre el castillo a lo largo de todo agosto. A su vez, y como las desgracias siempre vienen acompañadas de sus ídem, la lluvia convirtió los letales arcabuces en herramientas casi inservibles. A sabiendas de la situación en la que se encontraban ya los Tercios, Barbarroja ordenó, en la mañana del 7 de agosto , atacar la fortaleza y a sus últimos 600 defensores . Aquellos hombres eran lo único que quedaba de esos 2.500 valerosos combatientes que, a miles de kilómetros de España, daban sus vidas por su país.

En aquel asalto final, los restos del tercio resistieron espada y pica en mano hasta la extenuación. Sin embargo, la superioridad numérica les terminó abrumando y les obligó a retroceder y abandonar las defensas de las almenas. Y lo peor estaba aún por llegar. Durante un combate frenético, el líder que había mantenido con vida las esperanzas españolas, el buen Sarmiento, fue herido en una de sus piernas primero y asesinado después. Ya sin expectativas, los capitanes y soldados restantes cayeron uno tras otro. Siempre con sus armas en la mano y frente a una ingente cantidad de enemigos.

Una vez terminada la contienda, con los soldados de Barbarroja recuperando aún el resuello, los turcos tuvieron que llevar a cabo la desagradable tarea de detallar las bajas sufridas. Los números, como no podía ser de otra forma, les dejaron perplejos: entre 12.000 y 20.000 muertos . Habían acabado con un Tercio español, pero también habían iniciado una leyenda que ha llegado hasta nuestros días. «La gesta impresionó a toda Europa y el hecho heroico fue cantado por muchos poetas de aquel tiempo, aunque hoy día pocos españoles (amnésicos de su propia historia) lo recuerden», determinan Laínez y Sánchez de Toca.

Juan Villatoro

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