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Opinión

El saludo y el respeto como me enseñó mi capitán en la BOEL

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Saludar es una muestra de subordinación. Dejar de contestar al saludo es faltar al orden establecido, es insubordinarse. El que saluda es un hombre que realiza un acto de servicio, utilizando una fórmula habitual de relación humana; el superior hará bien en matizar su contestación con algo de aquella cordialidad que emplea al devolver el saludo civil de cualquier medio desconocido. Es un error suponer que sólo sienta bien a la severidad militar una actitud rígida de autómata.

Maurois, seudónimo de Émile Herzog, Émile Salomon Wilhelm Herzog, novelista y ensayista francés, que no puede desprenderse de un lastre de prejuicios democráticos, pone en boca del teniente de sus “Diálogos del Mando” unas palabras que bien pudieran servir de razón de esta actitud. “Cuando me cuadro, dice, delante de mi coronel, no junto mis talones delante de un hombre, sino delante de un principio de autoridad que juzgo útil y respetable y sin el cual las sociedades humanas, tutoras de nuestra preciosa libertad, jamás habrían existido”.

Y, sin embargo, ¿por qué no había de cuadrarme también ante el hombre? Todos los intentos de deshumanizar el mando militar tienen algo de nocivo y sospechoso. El hombre que va a conducirnos en los momentos difíciles, a quien se le ha conferido ese encargo porque se le ha reconocido capacidad bastante y valores morales suficientes, bien merece que el subordinado se cuadre ante él, acatando no sólo el principio de autoridad de quien la encarna en aquel momento; en la mirada del que saluda ha de hallarse la expresión de su esperanzada confianza en el hombre; de su efecto también.

Pero todo ello sin que el saludo pierda, por demasiado amable, la severidad que ha de darle su calidad de acto de servicio.

Es posible que el saludo militar, como otras muestras de respeto de y hacia los subordinados, no ganen nada con que se les catalogue como demostraciones de cortesía. La cortesía, tiene dicho ingeniosamente Eugenio D`Ors, es la ironía en la jerarquía; es ese leve matiz de ironía y de insinceridad que apunta en el empeño de ceder a otro amablemente el paso, o el puesto, que uno sabe que le corresponde.

Pero en el Ejército hay muy poco lugar para la ironía, y apenas lo hay para el ingenio. De abajo arriba es casi siempre una falta de respeto. De arriba abajo es siempre desleal cuando se dirige a quien no puede captarlo o a quien el respeto o el temor fuerzan a economizar su propio ingenio: en cualquier caso, es un abuso de autoridad.

Por eso, porque no se trata de ninguna muestra de cortesía, el saludo es irrenunciable, como son irrenunciables los honores y los tratamientos; nadie puede disponer de ellos como una propiedad privada. El gesto amable de invitar a un interlocutor a deponer el tratamiento es una irregularidad con no pocos matices de cómicos.

Tales muestras de distinción están establecidas con un clarísimo criterio de etiqueta; no tanto son honores a la persona, como barreras, más o menos franqueables, que se establecen para dificultar el acceso demasiado fácil a quienes ejercen el mando.

Ese respeto matizado de afecto es el estado de espíritu que permite dar a la subordinación la gracia de la espontaneidad y el contento de un acto voluntario.

El saludo, como muestra de subordinación a la que uno no se somete voluntariamente, es una humillación continúa. El pecado de soberbia que se comete al no aceptarla de buen grado se paga sintiéndose vivir en continua indignidad.

“La virtud de la obediencia, escribió García Morente, será fácilmente practicada por el español, cuando el jefe a quien deba obedecer no tenga en su persona cualidades reales, individuales, que lo impongan naturalmente como jefe. El español se somete con gusto y entusiasmo a otro yo real, en quien perciba fuerza, energía, poder de mando, dureza y superioridad de carácter. No se inclina ante la autoridad puramente metafísica de un concepto”.

En unos momentos críticos para la unidad de España que nos ha tocado vivir, la observación de los defectos de nuestros superiores, aún descartado aquello que de tácita sobrevaloración de las cualidades y de los conocimientos propios haya en el juicio, sólo debe servir para enseñar a rehuirlos y evitarlos. La última de las debilidades es la de utilizarlos como tema de murmuración. Lo mejor que puede recomendarse a un soldado de cualquier empleo es abstenerse de la crítica negativa; donde no haya nada que alabar, lo mejor es callarse y saludar.

*Teniente coronel de Infantería y doctor por la Universidad de Salamanca.

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Internacional

La destrucción de la identidad masculina/femenina y… la homosexualidad

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Conflitti&Strategie

Por Gennaro Scala.

 

Son muchas las formas en que el ser humano representa las contradicciones que atraviesan su existencia, una de las principales y más antiguas se ha construido en torno a las diferencias biológicas, ligadas a la reproducción del género, a partir de las cuales se han creado diferencias culturales y morales, centradas en el principio de complementariedad. Debo aclarar de entrada que no me interesan, ni negativa ni positivamente, las preferencias sexuales individuales, que pertenecen a la esfera inviolable de la libertad individual. No niego que una sexualidad «desviada» pueda enriquecer la experiencia humana, pero para que sea «desviada» debe haber identidades masculinas y femeninas, mientras que aquí lo que está en juego es la destrucción total de la identidad, incluso de la homosexual.

Hay una base natural en las diferencias entre hombres y mujeres, y consiste en las conocidas diferencias anatómicas, que originalmente sirvieron para la reproducción. Posteriormente, dado que el ser humano no es sólo un ser biológico, sino también cultural, se han desarrollado diversas superestructuras culturales en torno a la sexualidad, y las «desviaciones» de esta norma, precisamente porque el hombre no es un ser puramente natural, siempre han estado extendidas en todas las sociedades, una excepción tan extendida que a su vez se convierte en la norma. En la Grecia clásica, la homosexualidad era la norma, y ​​se debía al carácter fuertemente masculino de la sociedad griega, con exclusión y degradación de la mujer, de modo que Eros, que involucraba tanto facultades físicas como espirituales, sólo podía surgir entre los hombres.

No veo por qué la cultura gay debería estar exenta de críticas, lo cual sería la forma habitual de discriminación inversa. Lo poco que tiene que ver el «orgullo gay» con la defensa de los derechos de una minoría es evidente en la inversión que se ha producido: ahora es la sexualidad heterosexual la que se burla, y esta burla es la que se escenifica principalmente en los «desfiles» del «orgullo gay»: «Yo antes era heterosexual, pero ahora estoy curado», resumía un cartel. No veo por qué, si no aceptamos el desprecio de los homosexuales, deberíamos aceptar igualmente el desprecio de los heterosexuales.

Hay una diferencia precisa entre ser homosexual y ser maricón, no por casualidad un epíteto frecuentemente usado por los propios homosexuales, y es la diferencia entre quienes viven una sexualidad distinta a la masculina y femenina y entre quienes quieren destruir, diluir y bastardear estas diferencias. Ser gay sin ser “queer” significa vivir tu sexualidad “diferente” sin resentimiento hacia los hombres y mujeres heterosexuales.

La identidad complementaria entre hombre y mujer se ha construido principalmente en torno a los principios de conflicto y relacionalidad: ambos son parte de la existencia humana (tanto masculina como femenina) que está atravesada por esta contradicción, pero mientras el hombre ha desarrollado la vertiente del conflicto, la mujer ha desarrollado la de la relacionalidad (esto no quiere decir que en el hombre la relacionalidad esté ausente y en la mujer el conflicto).

Obviamente no hubo nadie que planeara el «orgullo gay» en la mesa: surgen espontáneamente de la desintegración social de las sociedades ultracapitalistas, de las que tienen todas las características, vulgaridad, vida reducida a espectáculo, narcisismo, ilusión de la libertad ilimitada del individuo ilusoriamente desvinculado de la comunidad, pero como producto espontáneo es alentado y promovido por la administración norteamericana. El «orgullo gay» tiene poco que ver con los derechos de los homosexuales, es una albóndiga envenenada de un imperio en ruinas.

Los eventos del «orgullo gay» promueven la afeminación, que es una degeneración del principio femenino de relacionalidad separado de su conflictualidad complementaria, y como tales son muy bienvenidos por la administración estadounidense ya que facilitan la pasividad y la subordinación, pero también promueven el narcisismo, es decir, la incapacidad de relacionarse.

Éste es el sujeto ideal, ni hombre ni mujer, ni siquiera homosexual, incapaz de luchar por su propia dignidad e incapaz de relacionarse con otros seres humanos, con su atención constantemente fijada en sus propios genitales y orificios diversos.

http://www.conflittiestrategie.it/la-distruzione-dellidentita-maschilefemminile-e-omosessuale-gennaro-scala

Traducción: Carlos X. Blanco

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