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Internacional

El Papa Negro ha hablado: Desaparecerán las naciones, y nacerá un Gobierno Mundial Todopoderoso “Para estabilizar el sistema financiero”

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Tal y cual y sin cortarse, por decirlo castizo. 

Si de verdad hay alguien que al enterarse de semejante tropelía y atropello masivo permanezca pasivo, con esa expresión facial que tan española se ha vuelto, que nos define política y moralmente, y que se resume en una imagen visual “Como vaca lechera mirando pasar el tren”, es como para mandarlo directamente al desolladero.

No ya es porque el Papa -Monarca absolutista él, como debe de ser- no deba entrometerse en las labores políticas de los ciudadanos, sino porque lo que propone es de tal magnitud que solo sirve para que la Iglesia se busque enemigos y quede debilitada. Pero en fin. Suponemos que este Papa Negro es lo que busca. 

El Vaticano dice que si no nace un “gobierno mundial” con capacidad para afrontar la especulación a gran escala, “se generará progresivamente un clima de creciente hostilidad e incluso de violencia hasta minar las bases de las instituciones democráticas”.La propuesta incluye una Banca Central Mundial, impuestos sobre transacciones financieras proporcionales a la sofisticación del producto financiero, un Fondo mundial de recapitalización bancaria, y reglas distintas para banca comercial y de inversiones.

SIGUE MÁS ABAJO EL TEXTO COMPLETO DEL DOCUMENTO:

 

 

POR UNA REFORMA DEL SISTEMA FINANCIERO Y MONETARIO INTERNACIONAL EN LA PROSPECTIVA DE

UNA AUTORIDAD PÚBLICA CON COMPETENCIA UNIVERSAL

 

 

Prólogo

«La presente situación del mundo exige una acción de conjunto que tenga como punto de partida una clara visión de todos los aspectos económicos, sociales, culturales y espirituales. Con la experiencia que tiene de la humanidad, la Iglesia, sin pretender de ninguna manera mezclarse en la polí­tica de los Estados, “sólo desea una cosa: continuar, bajo la guí­a del Espí­ritu Paráclito, la obra misma de Cristo, quien vino al mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para juzgar, para servir y no para ser servido».

Con estas palabras Pablo VI, en la profética y siempre actual Encí­clica Populorum progressio de 1967, trazaba de manera lí­mpida «las trayectorias» de la í­ntima relación de la Iglesia con el mundo: trayectorias que se cruzan en el valor profundo de la dignidad del ser humano y en la búsqueda del bien común, y que además hacen a los pueblos responsables y libres de actuar según sus más altas aspiraciones.

La crisis económica y financiera que está atravesando el mundo convoca a todos, personas y pueblos, a un profundo discernimiento sobre los principios y de los valores culturales y morales que son fundamentales para la convivencia social. Pero no sólo eso. La crisis compromete a los agentes privados y a las autoridades públicas competentes a nivel nacional, regional e internacional a una seria reflexión sobre las causas y sobre las soluciones de naturaleza polí­tica, económica y técnica.

En esta prospectiva, la crisis, enseña Benedicto XVI, «nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada, más que resignada».

Los lí­deres mismos del G20, en el Statement adoptado en Pittsburgh en el año 2009, han afirmado como «The economic crisis demonstrates the importance of ushering in a new era of sustainable global economic activity grounded in responsibility».

Recogiendo el llamamiento del Santo Padre y, al mismo tiempo, haciendo propias las preocupaciones de los pueblos – sobre todo de aquellos que en mayor medida sufren los efectos de la situación actual – el Pontificio Consejo “Justicia y Paz”, en el respeto de las competencias de las autoridades civiles y polí­ticas, desea proponer y compartir la propia reflexión “Por a una reforma del sistema financiero y monetario internacional en la perspectiva de una autoridad pública con competencia universal”.

Esta reflexión desea ser una contribución a los responsables de la tierra y a todos los hombres de buena voluntad; un gesto de responsabilidad, no sólo respecto de las generaciones actuales, sino sobre todo hacia aquellas futuras, a fin de que no se pierda jamás la esperanza de un futuro mejor y la confianza en la dignidad y en la capacidad de bien de la persona humana.

Toda persona individualmente, toda comunidad de personas, es partí­cipe y responsable de la promoción del bien común. Fieles a su vocación de naturaleza ética y religiosa, las comunidades de creyentes deben en primer lugar preguntarse si los medios de los que dispone la familia humana para la realización del bien común mundial son los más adecuados. La Iglesia, por su parte, está llamada a estimular en todos, indistintamente, «el deseo de participar en el conjunto ingente de esfuerzos realizados [por los hombres] a lo largo de los siglos para lograr mejores condiciones de vida, respondiendo [así­] a la voluntad de Dios».

1. Desarrollo económico y desigualdades

La grave crisis económica y financiera, que hoy atraviesa el mundo, encuentra su origen en múltiples causas. Sobre la pluralidad y sobre el peso de estas causas persisten opiniones diversas: algunos subrayan, ante todo, los errores inherentes a las polí­ticas económicas y financieras; otros insisten sobre las debilidades estructurales de las instituciones polí­ticas, económicas y financieras; otros, en fin, las atribuyen a fallas de naturaleza ética, presentes en todos los niveles, en el marco de una economí­a mundial cada vez más dominada por el utilitarismo y el materialismo. En los distintos estadios de desarrollo de la crisis se encuentra siempre una combinación de errores técnicos y de responsabilidades morales.

En el caso del intercambio de bienes materiales y de servicios, son la naturaleza, la capacidad productiva y el trabajo en sus múltiples formas, quienes ponen un lí­mite a la cantidad, determinando un conjunto de costes y de precios que permite, bajo ciertas condiciones, una asignación eficiente de los recursos disponibles.

Pero en materia monetaria y financiera, las dinámicas son distintas. En los últimos decenios, han sido los bancos los que han extendido el crédito, el cual ha generado moneda, lo cual a su vez ha exigido una ulterior expansión del crédito. El sistema económico ha sido impulsado en tal modo, hacia una espiral inflacionista que, inevitablemente, ha encontrado un lí­mite en el riesgo sostenible para los institutos de crédito, sometidos a un ulterior peligro de quiebra, con consecuencias negativas para todo el sistema económico y financiero.

Después de la Segunda Guerra Mundial, las economí­as nacionales progresaron, aunque con enormes sacrificios de millones e incluso de miles de millones de personas que habí­an otorgado su confianza con su comportamiento de productores y empresarios, por un lado, y de ahorradores y consumidores, por el otro, hasta llegar a un progresivo y regular desarrollo de la moneda y de las finanzas, en conformidad con las potencialidades de crecimiento real de la economí­a.

A partir de los años noventa del pasado siglo, se descubre en cambio como la moneda y los tí­tulos de crédito a nivel global aumentaron mucho más rápidamente que la producción del rédito, incluso a precios corrientes. Se derivó, por consiguiente, en la formación bolsas excesivas de liquidez y burbujas especulativas que luego se transformaron en crisis de solvencia y de confianza que se han propagado y subseguido en el transcurso de los años.

Una primera crisis se verificó en los años setenta hasta principios de los ochenta, debido a los precios del petróleo. Posteriormente se verificaron una serie de crisis en varios Paí­ses en ví­as de desarrollo. Baste pensar en la primera crisis de México en los años ochenta, o en las de Brasil, Rusia y Corea; y luego nuevamente en México en los años noventa, en Tailandia y en Argentina.

La burbuja especulativa sobre los inmuebles y la reciente crisis financiera tienen el mismo origen: la excesiva cantidad de moneda y de instrumentos financieros a nivel global.

Mientras las crisis en los Paí­ses en ví­as de desarrollo, que han estado a punto de involucrar el sistema monetario y financiero global, han sido contenidas con formas de intervención por parte de los paí­ses más desarrollados, la crisis que ha estallado en el año 2008, se ha caracterizado por un elemento decisivo y disruptivo respecto a las precedentes. Se ha originado en el contexto de Estados Unidos, una de las áreas más relevantes para la economí­a y las finanzas mundiales, involucrando la moneda a la que se remiten todaví­a la gran mayorí­a de los intercambios internacionales.

Una orientación de tipo liberal – reticente respecto a las intervenciones públicas en los mercados – ha propiciado la quiebra de un importante instituto internacional, imaginando de este modo, delimitar la crisis y sus efectos. Se ha derivado, desafortunadamente, una propagación de la desconfianza que ha impulsado a mutar repentinamente de actitud, estimulando intervenciones públicas de diverso tipo, de enorme alcance (el 20% del producto nacional) a fin de contener las consecuencias negativas que hubieran afectado todo el sistema financiero internacional.

Las consecuencias sobre la denominada «economí­a real», pasando s través de las graves dificultades de algunos sectores – en primer lugar el de la construcción – y con la difusión de expectativas desfavorables, han generado una tendencia negativa de la producción y del comercio internacional, con graves repercusiones en la ocupación, y con efectos que probablemente aun no han agotado su alcance. El costo para millones, e incluso miles de millones de personas, en los Paí­ses desarrollados, pero sobre todo también en aquellos en ví­as de desarrollo, es inmenso.

En Paí­ses y áreas donde se carece todaví­a de los bienes más elementales como la salud, la alimentación y la protección contra la intemperie, más de mil millones de personas se ven obligadas a sobrevivir con unos ingresos medios de poco más de un dólar diario.

El bienestar económico global, medido en primer lugar por la producción de renta, y también por la difusión de las capabilities, se ha acrecentado, en el curso de la segunda mitad del siglo XX, en una medida y con una rapidez antes jamás experimentado en la historia del género humano.

Pero también han aumentado enormemente las desigualdades en varios Paí­ses y entre ellos. Mientras que algunos Paí­ses y áreas económicas, las más industrializadas y desarrolladas, han visto crecer notablemente la producción de la renta, otros Paí­ses han sido excluidos, de hecho, del progreso generalizado de la economí­a, e incluso han empeorado en su situación.

Los peligros de una situación de desarrollo económico, concebido en términos de liberalismo, han sido denunciados lúcida y proféticamente por Pablo VI – a causa de las nefastas consecuencias sobre los equilibrios mundiales y la paz – ya en 1967, después del Concilio Vaticano II, con la Encí­clica Populorum progressio. El Pontí­fice indicó, como condiciones imprescindibles para la promoción de un auténtico desarrollo, la defensa de la vida y la promoción del progreso cultural y moral de las personas. Sobre tales fundamentos, Pablo VI afirmaba que el desarrollo plenario y planetario «es el nuevo nombre de la paz».

A cuarenta años de distancia, en el año 2007, el Fondo Monetario Internacional reconocí­a, en su Informe anual, la estrecha conexión por una parte de un proceso de globalización que no ha sido gobernado adecuadamente, y las fuertes desigualdades a nivel mundial por el otro. Hoy los modernos medios de comunicación hacen evidentes a todos los pueblos, ricos y pobres, las desigualdades económicas, sociales y culturales que se han producido a nivel global, creando tensiones e imponentes movimientos migratorios.

Más aún, se ha de reafirmar que el proceso de globalización, con sus aspectos positivos está a la base del grande desarrollo de la economí­a mundial del siglo XX. Vale la pena recordar que, entre el 1900 y el 2000, la población mundial casi se cuadruplicó y que la riqueza producida a nivel mundial creció en modo mucho más rápido de manera que los ingresos medios per cápita aumentaron fuertemente. A la vez, sin embargo, no ha aumentado la equitativa distribución de la riqueza; sino que en muchos casos ha empeorado.

¿Pero qué es lo que ha impulsado al mundo en esta dirección extremadamente problemática incluso para la paz?

Ante todo, un liberalismo económico sin reglas y sin supervisión. Se trata de una ideologí­a, de una forma de «apriorismo económico», que pretende tomar de la teorí­a las leyes del funcionamiento del mercado y las denominadas leyes del desarrollo capitalista, exagerando algunos de sus aspectos. Una ideologí­a económica que establezca a priori las leyes del funcionamiento del mercado y del desarrollo económico, sin confrontarse con la realidad, corre el peligro de convertirse en un instrumento subordinado a los intereses de los Paí­ses que ya gozan, de hecho, de una posición de mayores ventajas económicas y financieras.

Reglas y controles, si bien de manera imperfecta, con frecuencia están presentes a nivel nacional y regional; sin embargo a nivel internacional, dichas reglas y controles se realizan y se consolidan con dificultad.

A la base de las disparidades y de las distorsiones del desarrollo capitalista, se encuentra en gran parte, además de la ideologí­a del liberalismo económico, la ideologí­a utilitarista, es decir la impostación teórico-práctica según la cual «lo que es útil para el individuo conduce al bien de la comunidad». Es necesario notar que una «máxima» semejante, contiene un fondo de verdad, pero no se puede ignorar que no siempre lo que es útil individualmente, aunque sea legí­timo, favorece el bien común. En más de una ocasión es necesario un espí­ritu de solidaridad que trascienda la utilidad personal por el bien de la comunidad.

En los años veinte del siglo pasado, algunos economistas ya habí­an puesto en guardia para que no se diera crédito excesivamente, en ausencia de reglas y controles, a esas teorí­as, que hoy se han transformado en ideologí­as y praxis dominantes a nivel internacional.

Un efecto devastante de estas ideologí­as, sobre todo en las últimas décadas del siglo pasado y en los primeros años del nuevo siglo, ha sido la explosión de la crisis, en la que aún se encuentra sumergido el mundo.

Benedicto XVI, en su encí­clica social, ha individuado de manera precisa la raí­z de una crisis que no es solamente de naturaleza económica y financiera, sino antes de todo, es de tipo moral, además de ideológica. La economí­a, en efecto – observa el Pontí­fice – tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento, no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona. El Papa ha denunciado, a continuación, el papel desempeñado por el utilitarismo y por el individualismo, así­ como las responsabilidades de quienes los han asumido y difundido como parámetro para el comportamiento óptimo de aquellos – operadores económicos y polí­ticos – que actúan e interactúan en el contexto social. Pero Benedicto XVI ha también descubierto y denunciado una nueva ideologí­a, la «ideologí­a de la tecnocracia».

2. El rol de la técnica y el desafí­o ético

El enorme desarrollo económico y social del siglo pasado, ciertamente luego con sus luces, pero también con sus graves aspectos de sombra, se debe, en gran parte, al continuado desarrollo de la técnica y, en las décadas más recientes, a los progresos de la informática y a sus aplicaciones, a la economí­a y, en primer lugar, a las finanzas.

Para interpretar con lucidez la actual nueva cuestión social, es necesario evitar el error, hijo también de la ideologí­a neoliberal, de considerar que los problemas por afrontar son de orden exclusivamente técnico. En cuanto tales, escaparí­an a la necesidad de un discernimiento y de una valoración de tipo ético. Pues bien, la encí­clica de Benedicto XVI pone en guardia contra los peligros de la ideologí­a de la tecnocracia, es decir de aquella absolutización de la técnica que «tiende a producir una incapacidad de percibir todo aquello que no se explica con la pura materia» y a minimizar el valor de las decisiones del individuo humano concreto que actúa en el sistema económico-financiero, reduciéndolas a meras variables técnicas. La cerrazón a un «más allá», comprendido como algo más, respecto a la técnica, no sólo hace imposible el encontrar soluciones adecuadas para los problemas, sino que empobrece cada vez más, a nivel material y moral, a las principales ví­ctimas de la crisis.

También en el contexto de la complejidad de los fenómenos, la relevancia de los factores éticos y culturales no puede, por lo tanto ser desatendida ni subestimada. La crisis, en efecto, ha revelado comportamientos de egoí­smo, de codicia colectiva y de acaparamiento de los bienes a grande escala. Nadie puede resignarse a ver al hombre vivir como «un lobo para el otro hombre», según la concepción evidenciada por Hobbes. Nadie, en conciencia, puede aceptar el desarrollo de algunos Paí­ses en perjuicio de otros. Si no se pone remedio a las diversas formas de injusticia, los efectos negativos que se producirán a nivel social, polí­tico y económico estarán destinados a originar un clima de hostilidad creciente, e incluso de violencia, hasta minar las bases mismas de las instituciones democráticas, aún de aquellas consideradas más sólidas.

Por el reconocimiento de la primací­a del ser respecto al del tener, de la ética respecto a la economí­a, los pueblos de la tierra deberí­an asumir, como alma de su acción, una ética de la solidaridad, abandonando toda forma de mezquino egoí­smo, abrazando la lógica del bien común mundial que trasciende el mero interés contingente y particular. Deberí­an, en fin de cuentas, mantener vivo el sentido de pertenencia a la familia humana en nombre de la común dignidad de todos los seres humanos: «por encima de la lógica de los intercambios a base de los parámetros y de sus formas justas, existe algo que es debido al hombre porque es hombre, en virtud de su eminente dignidad».

Ya en 1991, después del fracaso del colectivismo marxista, el Beato Juan Pablo II habí­a puesto en guardia contra el peligro de «una idolatrí­a del mercado, que ignora la existencia de bienes que, por su naturaleza, no son ni pueden ser simples mercancí­as». Es preciso, hoy sin demora acoger su amonestación y tomar un camino más en sintoní­a con la dignidad y con la vocación trascendente de la persona y de la familia humana.

3. El gobierno de la globalización

En el camino hacia la construcción de una familia humana más fraterna y más justa y, aún antes, de un nuevo humanismo abierto a la trascendencia, se presenta particularmente actual la enseñanza del Beato Juan XXIII. En la profética Carta encí­clica Pacem in terris del 1963, él advertí­a ya que el mundo se estaba dirigiendo hacia una unificación cada vez mayor. Tomaba pues conciencia, del hecho que en la comunidad humana, habí­a disminuido la correspondencia entre la organización polí­tica a nivel mundial y las exigencias objetivas del bien común universal. Por consiguiente, auguraba fuera creada un dí­a, una «Autoridad pública mundial».

Ante la unificación del mundo, propiciada por el complejo fenómeno de la globalización; ante la importancia de garantizar, además de los otros bienes colectivos, el bien representado por un sistema económico-financiero mundial libre, estable y al servicio de la economí­a real, la enseñanza de la Pacem in terris se presenta, hoy en dí­a, aún más vital y digna de urgente concretización.

El mismo Benedicto XVI, en el surco trazado por la Pacem in terris, ha expresado la necesidad de constituir una Autoridad polí­tica mundial. Dicha necesidad se presenta además evidente, si se piensa que la agenda de cuestiones a tratar a nivel global se hace cada vez más amplia. Piénsese, por ejemplo, en la paz y la seguridad; en el desarme y el control de armamentos; en la promoción y la tutela de los derechos humanos fundamentales; en el gobierno de la economí­a y en las polí­ticas de desarrollo; en la gestión de los flujos migratorios y en la seguridad alimentaria; en la tutela del medio ambiente. En todos esos campos, resulta cada vez más evidente la creciente interdependencia entre los Estados y las regiones del mundo, y la necesidad de respuestas, no sólo sectoriales y aisladas, sino sistemáticas e integradas, inspiradas por la solidaridad y por la subsidiaridad, y orientadas hacia el bien común universal.

Como lo recuerda Benedicto XVI, si no se sigue ese camino, también «el derecho internacional, no obstante los grandes progresos alcanzados en los diversos campos, correrí­a el riesgo de estar condicionado por los equilibrios de poder entre los más fuertes».

La finalidad de la Autoridad pública, recordaba ya Juan XXIII en la Pacem in terris, es, ante todo, la de servir al bien común. Dicha Autoridad, por tanto, debe dotarse de estructuras y mecanismos adecuados, eficaces, es decir, a la altura de la propia misión y de las expectativas que en ella se ponen. Esto es particularmente verdadero al interno de un mundo globalizado, que hace a las personas y a los pueblos permanecer cada vez más interconectados e interdependientes, pero que muestra también el peso del egoí­smo y de los intereses sectoriales, entre los cuales la existencia de mercados monetarios y financieros de carácter prevalentemente especulativo, perjudiciales para la «economí­a real», en especial de los Paí­ses más débiles.

Es este un proceso complejo y delicado. Tal Autoridad supranacional debe, en efecto, poseer una impostación realista y ha de ponerse en práctica gradualmente, para favorecer también la existencia de sistemas monetarios y financieros eficientes y eficaces, es decir, mercados libres y estables, disciplinados por un marco jurí­dico adecuado, funcionales en orden al desarrollo sostenible y al progreso social de todos, e inspirados por los valores de la caridad y de la verdad. Se trata de una Autoridad con un horizonte planetario, que no puede ser impuesta por la fuerza, sino que deberí­a ser la expresión de un acuerdo libre y compartido, más allá de las exigencias permanentes e históricas del bien común mundial, y no fruto de coerciones o de violencias. Deberí­a surgir de un proceso de maduración progresiva de las conciencias y de las libertades, así­ como del conocimiento de las crecientes responsabilidades. No pueden, en consecuencia, ser desatendidos considerandos superfluos, elementos como la confianza recí­proca, la autonomí­a y la participación. El consenso debe involucrar, un número cada vez mayor de Paí­ses que se adhieren por convicción, mediante ese diálogo sincero que no margina, sino más aún que valora las opiniones minoritarias. La Autoridad mundial deberí­a, pues, involucrar coherentemente a todos los pueblos en una colaboración a la que están llamados a contribuir con el patrimonio de sus propias virtudes y civilizaciones.

La constitución de una Autoridad polí­tica mundial deberí­a estar precedida por una fase preliminar de concertación, de la que emergerá una institución legitimada, capaz de proporcionar una guí­a eficaz y, al mismo tiempo, de permitir que cada Paí­s exprese y procure el propio bien particular. El ejercicio de una Autoridad semejante, puesta al servicio del bien de todos y de cada uno, será necesariamente super partes, es decir, por encima de toda visión parcial y de todo bien particular, en vistas a la realización del bien común. Sus decisiones no deberán ser el resultado del pre-poder de los Paí­ses más desarrollados sobre los Paí­ses más débiles. Deberán, en cambio, ser asumidas que asumirlas, en el interés de todos y no sólo en ventaja de algunos grupos formados por lobbies privadas o por Gobiernos nacionales.

Una institución supranacional, expresión de una «comunidad de las Naciones», no podrá por otra parte, durar por mucho tiempo, si las diversidades de los Paí­ses, a nivel de las culturas, de los recursos materiales e inmateriales, y de las condiciones históricas y geográficas, no son reconocidas y plenamente respetadas. La ausencia de un consenso convencido, alimentado por una incesante comunión moral de la comunidad mundial, debilitarí­a la eficacia de la correspondiente Autoridad.

Lo que vale a nivel nacional vale también a nivel mundial. La persona no está hecha para servir incondicionalmente a la Autoridad, cuya tarea es la de ponerse al servicio de la persona misma, en coherencia con el valor preeminente de la dignidad del ser humano. Del mismo modo, los Gobiernos no deben servir incondicionalmente a la Autoridad mundial. Esta última, ante todo debe ponerse al servicio de los diversos Paí­ses miembros, de acuerdo al principio de subsidiaridad, creando, entre otras, las condiciones socioeconómicas, polí­ticas y jurí­dicas indispensables también para la existencia de mercados eficientes y eficaces, que no estén hiperprotegidos por polí­ticas nacionales paternalistas, ni debilitados por déficit sistemáticos de las finanzas públicas y de los Productos nacionales que, de hecho, impiden a los mercados operar en un contexto mundial como instituciones abiertas y competitivas.

En la tradición del Magisterio de la Iglesia, retomada con vigor por Benedicto XVI, el principio de subsidiaridad debe regular las relaciones entre el Estado y las comunidades locales, entre las Instituciones públicas y las Instituciones privadas, sin excluir aquellas monetarias y financieras. Así­, en un nivel ulterior, debe regir las relaciones entre una eventual, futura Autoridad pública mundial y las instituciones regionales y nacionales. Tal principio es en garantí­a tanto la legitimidad democrática, como la eficacia de las decisiones de quienes están llamados a tomarlas. Permite respetar la libertad de las personas y de las comunidades de personas y, al mismo tiempo, responsabilizarlas respecto de los objetivos y de los deberes que les competen.

Según la lógica de la subsidiaridad, la Autoridad superior ofrece su subsidium, es decir su ayuda, cuando la persona y los actores sociales y financieros son intrí­nsecamente inadecuados o no logran hacer por sí­ mismos lo que les es requerido. Gracias al principio de solidaridad, se construye una relación durable y fecunda entre la sociedad civil planetaria y una Autoridad pública mundial, cuando los Estados, los cuerpos intermedios, las diversas sociedades – incluidas aquellas económicas y financieras – y los ciudadanos toman las decisiones dentro de la prospectiva del bien común mundial, que trasciende el nacional.

«El gobierno de la globalización» – se lee en la Caritas in veritate – «debe ser de tipo subsidiario, articulado en múltiples niveles y planos diversos, que colaboren recí­procamente». Sólo así­ se puede evitar el riesgo del aislamiento burocrático de la Autoridad central, que correrí­a el peligro de la deslegitimación de una separación demasiado grande de las realidades sobre las cuales se funda, y podrí­a fácilmente caer en tentaciones paternalistas, tecnocráticas, o hegemónicas.

Sin embargo permanece aún un largo camino por recorrer antes de llegar a la constitución de una tal Autoridad pública con competencia universal. La lógica desearí­a que el proceso de reforma se desarrollase teniendo como punto de referencia la Organización de las Naciones Unidas, en razón de la amplitud mundial de sus responsabilidades, de su capacidad de reunir las Naciones de la tierra, y de la diversidad de sus propias tareas y de las de sus Agencias especializadas. El fruto de tales reformas deberí­a ser una mayor capacidad de adopción de polí­ticas y opciones vinculantes, por estar orientadas a la realización del bien común a nivel local, regional y mundial. Entre las polí­ticas aparecen como más urgentes aquellas relativas a la justicia social global: polí­ticas financieras y monetarias que no dañen los Paí­ses más débiles; polí­ticas dirigida a la realización de mercados libres y estables y una distribución ecua de la riqueza mundial incluso mediante formas inéditas de solidaridad fiscal global, de la cual se referirá más adelante.

En el proceso de la constitución de una Autoridad polí­tica mundial no se pueden desvincular las cuestiones de governance (es decir, de un sistema de simple coordinación horizontal sin una Autoridad super partes), de aquellas de un shared government (es decir de un sistema que, además de la coordinación horizontal, establezca una Autoridad super partes) funcional y proporcionado al gradual desarrollo de una sociedad polí­tica mundial. La constitución de una Autoridad polí­tica mundial no podrá ser lograda sin una práctica previa de multilateralismo, no sólo a nivel diplomático, sino también y principalmente en el ámbito de los programas para el desarrollo sostenible y para la paz. No se puede llegar a un Gobierno mundial si no es dando una expresión polí­tica a interdependencias y cooperaciones preexistentes.

4. Hacia una reforma del sistema financiero y monetario internacional que responda a las exigencias de todos los Pueblos

En materia económica y financiera, las dificultades más relevantes se derivan de la carencia de un eficaz conjunto de estructuras capaces de garantizar, además de un sistema de governance, un sistema de government de la economí­a y de las finanzas internacionales.

¿Qué se puede decir de esta prospectiva? ¿Cuáles son los pasos que se deben desarrollar concretamente?

Con referencia al actual sistema económico y financiero mundial, se deben subrayar dos elementos determinantes: el primero es la gradual disminución de la eficiencia de las instituciones de Bretton Woods, desde los inicios de los años Setenta. En particular, el Fondo Monetario Internacional ha perdido un carácter esencial para la estabilidad de las finanzas mundiales, es decir, el de reglamentar la creación global de moneda y de velar sobre el monto de riesgo del crédito asumido por el sistema. En definitiva, ya no se dispone más de ese «bien público universal» que es la estabilidad del sistema monetario mundial.

El segundo factor es la necesidad de un corpus mí­nimo compartido de reglas necesarias para la gestión del mercado financiero global, que ha crecido mucho más rápidamente que la «economí­a real» habiéndose velozmente desarrollado, por efecto de un lado, de la abrogación generalizada de los controles sobre los movimientos de capitales y de la tendencia a la desreglamentación de las actividades bancarias y financieras; y, por el otro, con los progresos de la técnica financiera favorecidos por los instrumentos informáticos.

En el plano estructural, en la última parte del siglo anterior, la moneda y las actividades financieras a nivel global crecieron mucho más rápidamente que las producciones de bienes y servicios. En dicho contexto, la cualidad del crédito ha tendido a disminuir, hasta exponer a los institutos de crédito a un riesgo mayor de aquel razonablemente sostenible. Baste observar lo acaecido a los grandes y pequeños institutos de crédito en el contexto de las crisis que se manifestaron en los años ochenta y noventa del siglo anterior y, en fin, en la crisis de 2008.

Aún en la última parte del siglo anterior, se desarrolló la tendencia a definir las orientaciones estratégicas de la polí­tica económica y financiera al interno de clubes y de grupos más o menos amplios de los Paí­ses más desarrollados. Sin negar los aspectos positivos de este enfoque, no se puede dejar de notar que así­, no parece respetarse plenamente el principio representativo, en particular de los Paí­ses menos desarrollados o emergentes.

La necesidad de tener en cuenta la voz de un mayor número de Paí­ses ha conducido, por ejemplo, a la ampliación de dichos grupos, pasando así­ del G7 al G20. Ha sido, ésta, una evolución positiva, en cuanto ha consentido involucrar, en las orientaciones para la economí­a y las finanzas globales, la responsabilidad de Paí­ses con una población más elevada, en ví­as de desarrollo y emergentes.

En el ámbito del G20 pueden, por lo tanto, madurar directrices concretas que, oportunamente elaboradas en las apropiadas sedes técnicas, podrán orientar los órganos competentes a nivel nacional y regional en la consolidación de las instituciones existentes y en la creación de nuevas instituciones con apropiados y eficaces instrumentos a nivel internacional.

Los lí­deres mismos del G20 afirman en la Declaración final de Pittsburgh de 2009 que «la crisis económica demuestra la importancia de comenzar una nueva era de la economí­a global basada en la responsabilidad». A fin de hacer frente a la crisis y abrir una nueva era «de la responsabilidad», además de las medidas de tipo técnico y de corto plazo, los leaders proponen una «reforma de la arquitectura global para afrontar las exigencias del siglo XXI»; y por tanto además «un marco que permita definir las polí­ticas y las medidas comunes con el objeto de producir un desarrollo global sólido, sostenible y equilibrado».

Es preciso por tanto, dar inicio a un proceso de profunda reflexión y de reformas, recorriendo ví­as creativas y realistas, que tiendan a valorizar los aspectos positivos de las instituciones y de los fora ya existentes.

Una atención especí­fica deberí­a reservarse a la reforma del sistema monetario internacional y, en particular, al empeño para dar vida a una cierta forma de control monetario global, desde luego ya implí­cita en los Estudios del Fondo Monetario Internacional. Es evidente que, en cierta medida, esto equivale a poner en discusión los sistemas de cambio existentes, para encontrar modos eficaces de coordinación y supervisión. Se trata de un proceso que debe involucrar también a los Paí­ses emergentes y en ví­as de desarrollo, al momento de definir las etapas de adaptación gradual de los instrumentos existentes.

En el fondo se delinea, en prospectiva, la exigencia de un organismo que desarrolle las funciones de una especie de «Banco central mundial» que regule el flujo y el sistema de los intercambios monetarios, con el mismo criterio que los Bancos centrales nacionales. Es necesario redescubrir la lógica de fondo, de paz, coordinación y prosperidad común, que portaron a los Acuerdos de Bretton Woods, para proveer respuestas adecuadas a las cuestiones actuales. A nivel regional, dicho proceso podrí­a realizarse con valorización de las instituciones existentes como, por ejemplo, el Banco Central Europeo. Esto requerirí­a, sin embargo, no sólo una reflexión a nivel económico y financiero, sino también y ante todo, a nivel polí­tico, con miras a la constitución de instituciones públicas correspondientes que garanticen la unidad y la coherencia de las decisiones comunes.

Estas medidas se deberí­an ser concebidas como unos de los primeros pasos en la prospectiva de una Autoridad pública con competencia universal; como una primera etapa de un más amplio esfuerzo de la comunidad mundial por orientar sus instituciones hacia la realización del bien común. Deberán seguir otras etapas, teniendo en cuenta que las dinámicas que conocemos pueden acentuarse, pero también acompañarse de cambios que hoy dí­a serí­a en vano tratar de prever.

En dicho proceso, es necesario recuperar la primací­a de lo espiritual y de la ética y, con ello, la primací­a de la polí­tica – responsable del bien común – sobre la economí­a y las finanzas. Es necesario volver a llevar estas últimas al interno de los confines de su real vocación y de su función, incluida aquella social, en vista de sus evidentes responsabilidades hacia la sociedad, para dar vida a mercados e instituciones financieras que estén efectivamente al servicio de la persona, es decir, que sean capaces de responder a las exigencias del bien común y de la fraternidad universal, trascendiendo toda forma de monótono economicismo y de mercantilismo performativo.

En la base de dicho enfoque de tipo ético, parece pues, oportuno reflexionar, por ejemplo,

a) sobre medidas de imposición fiscal a las transacciones financieras, mediante alí­cuotas equitativas, pero moduladas con gastos proporcionados a la complejidad de las operaciones, sobre todo de las que se realizan en el mercado «secundario». Dicha imposición serí­a muy útil para promover el desarrollo global y sostenible, según los principios de la justicia social y de la solidaridad; y podrí­a contribuir a la constitución de una reserva mundial de apoyo a los Paí­ses afectados por la crisis, así­ como al saneamiento de su sistema monetario y financiero;

b) sobre formas de recapitalización de los bancos, incluso con fondos públicos, condicionando el apoyo a comportamientos «virtuosos» y finalizados a desarrollar la «economí­a real»;

c) sobre la definición de ámbito de actividad del crédito ordinario y del Investment Banking. Tal distinción permitirí­a una disciplina más eficaz de los «mercados paralelos» privados de controles y de lí­mites.

Un sano realismo requerirí­a el tiempo necesario para construir amplios consensos, pero el horizonte del bien común universal está siempre presente con sus exigencias ineludibles. Es deseable, por consiguiente, que todos los que, en las Universidades y en los diversos Institutos, llamados a formar las clases dirigentes del mañana, es deseable se dediquen a prepararlas para asumir sus propias responsabilidades de discernir y de servir al bien público global, en un mundo que cambia constantemente. Es necesario resolver la divergencia entre la formación ética y la preparación técnica, evidenciando en modo particular la ineludible sinergia entre los campos de la praxis y de la poiésis.

El mismo esfuerzo es requerido a todos los que están en grado de iluminar la opinión pública mundial, para ayudarla a afrontar este mundo nuevo no ya en la angustia, sino en la esperanza y en la solidaridad.

Conclusiones

En medio de las incertezas actuales, en una sociedad capaz de movilizar medios ingentes, pero cuya reflexión en el campo cultural y moral permanece inadecuada respecto a su utilización en orden a la obtención de fines apropiados, estamos llamados a no rendirnos, y a construir sobre todo, un futuro que tenga sentido para las generaciones venideras. No se ha de temer el proponer cosas nuevas, aunque puedan desestabilizar equilibrios de fuerza preexistentes que dominan a los más débiles. Son una semilla que se arroja en la tierra, que germinará y no tardará en dar frutos.

Como ha exhortado Benedicto XVI, son indispensables personas y operadores, en todos los niveles – social, polí­tico, económico y profesional – motivados por el valor de servir y promover el bien común mediante una vida buena. Sólo ellos lograrán vivir y ver más allá de las apariencias de las cosas, percibiendo el desvarí­o entre lo real existente y lo posible nunca antes experimentado.

Pablo VI ha subrayado la fuerza revolucionaria de la «imaginación prospectiva», capaz de percibir en el presente las posibilidades inscritas en él y de orientar a los seres humanos hacia un futuro nuevo. Liberando la imaginación, la persona humana libera su propia existencia. A través de un compromiso de imaginación comunitaria es posible transformar, no sólo las instituciones, sino también los estilos de vida, y suscitar un futuro mejor para todos los pueblos.

Los Estados modernos, en el transcurso del tiempo, se han transformado en conjuntos estructurados, concentrando la soberaní­a al interior del propio territorio. Sin embargo las condiciones sociales, culturales y polí­ticas han mutado progresivamente. Ha aumentado su interdependencia – hasta llegar a ser natural el pensar en una comunidad internacional integrada y regida cada vez más por un ordenamiento compartido – pero no ha desaparecido una forma deteriorada de nacionalismo, según el cual el Estado considera poder conseguir de modo autárquico, el bien de sus propios ciudadanos.

Hoy, todo eso parece surreal y anacrónico. Hoy, todas las naciones, pequeñas o grandes, junto con sus Gobiernos, están llamadas a superar dicho «estado de naturaleza» que ve a los Estados en perenne lucha entre sí­. No obstante de algunos aspectos negativos, la globalización está unificando en mayor medida a los pueblos, impulsándolos a dirigirse hacia un nuevo «estado de derecho» a nivel supranacional, apoyado por una colaboración más intensa y fecunda. Con una dinámica análoga a la que en el pasado ha puesto fin a la lucha «anárquica», entre clanes y reinos rivales, en orden a la constitución de Estados nacionales, la humanidad hoy, tiene que comprometerse en la transición de una situación de luchas arcaicas entre entidades nacionales, hacia un nuevo modelo de sociedad internacional con mayor cohesión, poliárquica, respetuosa de la identidad de cada pueblo, dentro de las múltiples riquezas de una única humanidad. Este pasaje, que por lo demás tí­midamente ya se está en curso, asegurarí­a a los ciudadanos de todos los Paí­ses – cualquiera que sea la dimensión o la fuerza que posee – paz y seguridad, desarrollo, libres mercados, estables y transparentes. «Así­ como dentro de cada Estado […] el sistema de la venganza privada y de la represalia ha sido sustituido por el imperio de la ley – advierte Juan Pablo II – «así­ también es urgente ahora que semejante progreso tenga lugar en la Comunidad internacional».

Los tiempos para concebir instituciones con competencia universal llegan cuando están en juego bienes vitales y compartidos por toda la familia humana, que los Estados, individualmente, no son capaces de promover y proteger por sí­ solos.

Existen, pues, las condiciones para la superación definitiva de un orden internacional «westphaliano», en el que los Estados perciben la exigencia de la cooperación, pero no asumen la oportunidad de una integración de las respectivas soberaní­as para el bien común de los pueblos.

Es tarea de las generaciones presentes reconocer y aceptar conscientemente esta nueva dinámica mundial hacia la realización de un bien común universal. Ciertamente, esta transformación se realizará al precio de una transferencia gradual y equilibrada de una parte de las competencias nacionales a una Autoridad mundial y a las Autoridades regionales, pero esto es necesario en un momento en el cual el dinamismo de la sociedad humana y de la economí­a, y el progreso de la tecnologí­a trascienden las fronteras, que en el mundo globalizado, de hecho están ya erosionadas.

La concepción de una nueva sociedad, la construcción de nuevas instituciones con vocación y competencia universales, son una prerrogativa y un deber de todos, sin distinción alguna. Está en juego el bien común de la humanidad, y el futuro mismo.

En este contexto, para cada cristiano hay una especial llamada del Espí­ritu a comprometerse con decisión y generosidad, para que las múltiples dinámicas en acto, se dirijan las hacia prospectivas de la fraternidad y del bien común. Se abren inmensas áreas de trabajo para el desarrollo integral de los pueblos y de cada persona. Como afirman los Padres del Concilio Vaticano II, se trata de una misión al mismo tiempo social y espiritual que, «en cuanto puede contribuir a ordenar mejor la sociedad humana, interesa en gran medida al reino de Dios».

En un mundo en ví­as de una rápida globalización, remitirse a una Autoridad mundial llega a ser el único horizonte compatible con las nuevas realidades de nuestro tiempo y con las necesidades de la especie humana. No ha de ser olvidado, sin embargo, que esta paso, dada la naturaleza herida de los seres humanos, no se realiza sin angustias y sufrimientos.

La Biblia, con el relato de la Torre de Babel (Génesis 11,1-9) advierte cómo la «diversidad» de los pueblos puede transformarse en vehí­culo de egoí­smo e instrumento de división. En la humanidad está muy presente el riesgo de que los pueblos terminen por no comprenderse más y que las diversidades culturales sean motivo de contraposiciones insanables. La imagen de la Torre de Babel también nos señala que es necesario preservarse de una «unidad» sólo aparente, en la que no cesan los egoí­smos y las divisiones, porque los fundamentos de la sociedad no son estables. En ambos casos, Babel es la imagen de lo que los pueblos y los individuos pueden llegar a ser cuando no reconocen su intrí­nseca dignidad trascendente y su fraternidad.

El espí­ritu de Babel es la antí­tesis del Espí­ritu de Pentecostés (Hechos 2, 1-12), del designio de Dios para toda la humanidad, es decir, la unidad en la diversidad. Sólo un espí­ritu de concordia, que supere las divisiones y los conflictos, permitirá a la humanidad el ser auténticamente una única familia, hasta concebir un mundo nuevo con la constitución de una Autoridad pública mundial, al servicio del bien común».

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Internacional

Vayan preparando palomitas: Netanyahu explota contra Soros por boicotear a Israel: “Está detrás de la campaña para que no deportemos inmigrantes ilegales”

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Netanyahu explota contra Soros por boicotear a Israel: “Está detrás de la campaña para que no deportemos inmigrantes ilegales”

En una reunión de ministros, el mandatario israelí presentó un informe donde se identifica todos los pagos de Soros al New Israel Fund, prinicipal fundación que está detrás del boicot al plan de deportaciones del gobierno.

El multimillonario George Soros, el mayor financista de las causas de izquierda en el mundo, fue señalado por el primer ministro de Israel, Benjamin Netanyahu, como quien está detrás del plan del gobierno para deportar inmigrantes ilegales que son atrapados dentro del territorio del Estado Judío.

Netanyahu lanzó un programa para deportar a inmigrantes ilegales sudaneses y eritreos a un tercer país en África, el cual por ahora está siendo negociado con Ruanda, desde donde serán llevados a sus países de origen.

Netanyahu hizo los comentarios en la reunión semanal de los ministros del Likud con presencia de periodista, donde también criticó al ex presidente estadounidense Barack Obama, “recibió plata de Soros y deportó a dos millones de inmigrantes y nadie dijo nada”.

Según un reporte del ministro de Ciencia, Ofir Akunis, varias ONGs que reciben dinero de Soros están detrás de la campaña para evitar la campaña de deportaciones, entre ellas Breaking the SilenceB’TselemYesh Din y al-Haq.

Pero el más importante esfuerzo detrás de boicotear la iniciativa del gobierno de derecha proviene del New Israel Fund, una cámara de compensación de extrema izquierda para grupos de derechos civiles israelíes, que a su vez financia organizaciones que se oponen a las deportaciones.

El New Israel Fund se financia casi completamente de la billetera de Soros. Recibió US$ 837.500 de dólares entre 2002 a 2015 de parte de la Open Societies Foundations, según correos electrónicos filtrados en línea a través del sitio DCLeaks en 2016. Esta financiación continúa al día de hoy, pero no se conocen los importes por el momento.

Muchos medios, generalmente financiados por Soros, están intentando instalar que criticar al magnate millonario tiene connotaciones anti-semitas, porque Soros es étnicamente judío. Esto se cayó completamente con la crítica de Netanyahu, ¿o ahora van a decir que el líder del Estado judío es anti-semita?

La realidad es que Soros jamás practicó el judaismo, es ateo, financia a grupos pro-Palestina, e incluso colaboró con los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, como él mismo admitió en una entrevista para el medio 60 Minutes y en el libro Soros: The Life and Times of a Messianic Billionaire.

En su relato, confirmó la historia que se rumoreaba de su pasado en Hungría. Sus padres, aunque judíos, falsificaron sus documentos para hacerse pasar por cristianos, y colaboraron con el régimen Nazi tras la invasión en 1944.

Cuando tenía tan solo 14 años, Soros llevaba listas que su padre, un famoso abogado de Budapest, le daba a los oficiales nazis delatando a los demás abogados que eran judíos o escondían personas de esta religión en sus casas.

Sus padres finalmente se escaparon de Hungría y lo dejaron a Soros bajo la tutela de un oficial nazi del Ministerio de Agricultura, quien sabía que el joven era judío y decidió esconderlo haciéndose pasar por su padrina.

Durante el último año de la Guerra, y como él mismo relató luego, Soros se la pasó acompañando a este oficial en tareas de allanamiento, donde lideraba a grupos de la SS para confiscar las pertenencias de familias judías viviendo en el campo.

Si bien Soros justificó estas acciones como “tareas de supervivencia“, asegurando que “lo haría de nuevo para sobrevivir“, resulta bastante absurdo pensar que criticar a una persona que literalmente colaboró con los Nazis tiene alguna connotación anti-semita.

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Internacional

Soros sale de compras en USA y se compra varias docenas de fiscales… y con ello, a los jueces

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Las maniobras de Soros para monopolizar a los jueces.

 

(Luca Volontè en la Nuova Bussola Quotidiana)-El «filántropo» se ha gastado 40 millones de euros para elegir a 75 fiscales progresistas en Estados Unidos: esa es la acusación que le dirige el Law Enforcement Legal Defense Fund. Influencia indebida que va de la mano de la influencia en el Tribunal Europeo. Predican una sociedad inclusiva y abierta, pero solo para ellos y sus amigos.

George Soros se ha gastado 40 millones de dólares en la última década para elegir a 75 fiscales progresistas: esa es la acusación del último informe del Law Enforcement Legal Defense Fund (LELDF) contra el «filántropo» de la «sociedad abierta liberal».

Según el estudio publicado el pasado junio, estos llamados «fiscales progresistas» presiden «jurisdicciones en las que viven más de uno de cada cinco estadounidenses (alrededor del 22% de la población, o 72 millones), y 25 de los 50 municipios más poblados de Estados Unidos se encuentran entre sus jurisdicciones de competencia». De 2018 a 2021, Soros se ha gastado 13 millones de dólares solo en la elección de 10 fiscales, y en algunos casos su financiación ascendió al 90% del gasto electoral total. A fecha de junio de 2022, cuando se publicó el informe del  LELDF, Soros se había gastado más de 40 millones de dólares en campañas electorales directas para la elección de fiscales en la última década.

Entre ellos se encuentran George Gascon, el polémico fiscal de distrito de Los Ángeles; Larry Krasner, el fiscal de distrito de Filadelfia; pero también ese Alvin Bragg de Nueva York que desde hace unas semanas está involucrado, por casualidad, en la acusación del caso de delitos fiscales contra Donald Trump; hace un año la investigación parecía haber terminado en un punto muerto. La influencia de estos fiscales en el sistema judicial y en la seguridad pública es aún mayor si se tiene en cuenta el volumen de delitos; de hecho, en 2021, más del 40% (más de 9.000) de los aproximadamente 22.500 homicidios en Estados Unidos se produjeron en zonas supervisadas por estos fiscales. Estas jurisdicciones representaron más de un tercio de todos los delitos violentos y contra la propiedad que tuvieron lugar en 2021.

Tradicionalmente, las elecciones a fiscal de distrito habían sido un «asunto tranquilo», escriben los autores; «los candidatos gastaban muy poco en sus campañas, tratando en cambio de conseguir apoyos locales y mejorar sus cualificaciones jurídicas». Pero con la aparición en escena del «liberal Soros» y su corriente de «justicia social», la situación ha cambiado y han fluido millones de dólares para las campañas electorales en esta competición a las segundas vueltas. El escandaloso y antiliberal «control de Soros» sobre la justicia estadounidense, que ha vuelto a salir a la luz en las últimas semanas, cuando Soros fue uno de los patrocinadores millonarios que llevaron a la victoria electoral de Janet Protasiewicz, la candidata pro-aborto y LGBTI, en el Tribunal Supremo de Wisconsin, ha resurgido en los últimos días.

Una organización sin ánimo de lucro de extrema izquierda, acusada de ponerse del lado de los delincuentes y de operar dentro de las fiscalías locales, está financiada casi en su totalidad por organismos del gobierno federal, incluido el Departamento de Justicia. El «Vera Institute of Justice», organización sin ánimo de lucro vinculada a Soros, ha recibido 290 millones de dólares del gobierno federal en los últimos 12 meses por su trabajo en el ámbito de la inmigración ilegal y el sistema de justicia penal. Si los contratos actuales se prorrogan durante los próximos cuatro años, los desembolsos podrían superar los mil millones de dólares. La organización, según las investigaciones periodísticas que ha realizado FoxNews, quiere, por un lado, reducir los sistemas de control en el sistema «penal y migratorio» y, por el otro, otro apoya el desarme de la policía, trabajando con fiscalías «amigas» o «sensibles a la justicia social» para domesticar artificialmente las «disparidades raciales» en las decisiones de procesar a los delincuentes, con el fin de demoler un sistema judicial «racista». «El sistema de justicia penal ha sido un instrumento de opresión racial y control social… Como actores poderosos del sistema, los fiscales tienen la responsabilidad de trabajar para corregir este impacto», ha afirmado recientemente el Vera Institute.

¿Le parece que está leyendo algo parecido a la misión moralizadora de los magistrados tan frecuente en la Europa continental? Sí, el mismo espíritu anima a muchos magistrados del Tribunal Supremo de Derechos Humanos a los que, cualquier ciudadano europeo, debería poder mirar con esperanza y deseo de justicia. Recordarán que hace tres años escribíamos en La Bussola sobre la investigación acerca del conflicto de intereses y la impresionante cantidad de decisiones «falsas» que surgieron de la conmixtión entre al menos 18 jueces y ONG respaldadas por Soros. Pues bien, gracias a una nueva investigación del ECLJ de Gregor Puppinck, publicada recientemente y retomada por varios órganos de la prensa internacional,  se ha podido comprobar que las decisiones del Tribunal para evitar conflictos de intereses, como ya se puso de manifiesto en años anteriores, han fracasado y «en los últimos tres años se han producido al menos otras 54 situaciones de conflicto de intereses, 18 de las cuales atañen a sentencias de la Gran Sala (última instancia), así como a casos de nepotismo, serias dudas sobre la veracidad de los currículos de algunos jueces, falta de transparencia de la secretaría… todo ello fruto de la indebida y permanente influencia que la Open Society de Soros y sus organizaciones ejercen sobre el Tribunal Europeo, en particular sobre 12 de los 46 jueces del TEDH».

Ante esta evidencia desconcertante hay que preguntarse si los filántropos y los movimientos liberal-progresistas que luchan por una sociedad más inclusiva y abierta no quieren, en realidad, controlar todos los poderes del Estado democrático, empezando por el judicial, con jueces armados para golpear a los opositores y amnistiar a sus amigos.

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Internacional

“Gracias Meloni”: Italia vuelve al camino del crecimiento y el PBI se expandió un 1,8% en el primer trimestre del año

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Las reformas de Meloni comienzan a mostrar los primeros resultados en materia de crecimiento. La expansión económica italiana fue cinco veces mayor al promedio de la Unión Europea durante los primeros tres meses de 2023.

El Instituto Nacional de Estadística de Italia informó que el PBI tuvo una expansión del 0,5% en el primer trimestre de 2023, marcando una fuerte aceleración de hasta el 1,8% con respecto al mismo período del año pasado, números que no se ven en las otras economías del mundo, que están teniendo magros crecimientos o directamente, caídas del producto.

La variación interanual observada fue la más alta desde junio del año pasado, mientras que la economía recuperó la tendencia alcista que amenazaba con desaparecer en el cuarto trimestre de 2022 antes de la llegada del gobierno de derecha de Giorgia Meloni al poder.

La expansión efectiva del PBI superó ampliamente las expectativas, ya que se esperaba un crecimiento trimestral del 0,3%. El crecimiento económico de Italia fue hasta cinco veces más alto que el promedio de la Unión Europea para el primer trimestre (estimado en el 0,1%). La variación interanual del PBI italiano superó cómodamente al ritmo de crecimiento de la UE, que registró una expansión del 1,3% con respecto al mismo período de 2022. 

Con estos resultados, Italia retorna al nivel de actividad económica más importante desde el tercer trimestre del año 2008, y logró recuperar la tendencia de crecimiento que tenía antes de la pandemia. De hecho, la economía acumuló un crecimiento de casi el 3% con respecto al cuarto trimestre de 2019 (antes del impacto por la pandemia).

Bajo el conjunto de reformas impulsadas por Giorgia Meloni, Italia no solamente evitó la recesión sino que recuperó el camino del crecimiento. Las políticas del lado de la oferta, entre ellas la desregulación laboral y las rebajas impositivas, fueron las grandes protagonistas de la reactivación. 

El Índice compuesto PMI, que sintetiza a la producción industrial y la actividad comercial de servicios, registró una tendencia alcista muy importante desde octubre del año pasado y repuntó desde los 46 puntos básicos hasta superar los 53 en abril de 2023. Un valor por debajo de los 50 puntos sugiere una retracción en estos indicadores, por lo que la economía italiana sorteó exitosamente la tendencia recesiva.

Lo mismo ocurrió con el Índice de Confianza de los Consumidores, que aumentó fuertemente desde los 90 puntos básicos en octubre de 2022 a más de 105 puntos para abril de este año. Este indicador realiza un sondeo sobre una encuesta con 2.000 consumidores para relevar expectativas de empleo, ahorro y compras de bienes durables.

La Primer Ministra italiana dispuso de un amplio paquete de medidas para impulsar el crecimiento económico, las cuales se siguen profundizando este año. Se reformó completamente el impuesto a las Ganancias IRPFsimplificando la cantidad de alícuotas de 5 a 4 para el período fiscal 2022 y a solamente 3 a partir de enero de 2023. La tasa promedio del impuesto cayó del 34,4% al 31%, beneficiando especialmente a los ingresos anuales más bajos.

Asimismo, se dispuso de una tasa especial del 15% para trabajadores autónomos, y solamente del 5% aplicable a bonos de productividad sobre cuentapropistas. El impuesto de Sociedades cayó del 25% al 14% sobre las empresas que declaran nuevas contrataciones de planta permanente.

También se impulsó una profunda liberalización del mercado laboral, ampliando la cantidad de contratos temporales permitidos, creando incentivos fiscales para la contratación indefinida de jóvenes menores de 30 años y abaratando el costo laboral para las empresas.

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Internacional

Viktor Orbán, en la CPAC de Hungría: «En Europa ha comenzado la Reconquista»

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El primer ministro de Hungría, Viktor Orbán, aseguró en su discurso en su intervención como anfitrión de la Conferencia de Acción Política Conservadora (CPAC) que en Europa ha comenzado «la Reconquista», haciéndo clara referencia a la que se produjo en España contra los musulmanes; de hecho, el discurso fue en húngaro y la palabra la dijo en español.

La CPAC, un evento respaldado por el Partido Republicano estadounidense que se celebra estos días en Budapest, ha contado con la presencia, además de la de Orbán, del primer ministro georgiano, Irakli Garibashvili, o de los ex jefes de gobierno esloveno y checho, Janez Jansa y Andrej Babis, respectivamente. Entre los invitados también se encontraban Janez Janąa, ex primer ministro de la República de Eslovenia, Jorge Buxadé, jefe de la delegación de VOX en el Parlamento Europeo, Hermann Tertsch, eurodiputado de VOX, Jordan Bardella, miembro del Parlamento Europeo y presidente de Agrupación Nacional, André Ventura, presidente del partido CHEGA y Rob Roos, miembro del Parlamento Europeo, entre otros.

«Hay CPAC en Estados Unidos, México, Brasil, Israel y Japón. Y hay un CPAC en Hungría. No es una mala compañía para estar. Pero, ¿cómo lograron los húngaros entrar en un club tan prestigioso? No somos grandes, no intimidamos, no somos ricos. No tenemos un gran ejército, no tenemos un PIB enorme, o una población particularmente grande. ¿Quién está interesado en nosotros?«, se preguntó Orbán durante su intervención del jueves.

Según el primer ministro húngaro, solo hay una razón por la que están en ese club de élite. «Hungría es una incubadora, donde se están realizando experimentos para la política conservadora del futuro. Hungría es el lugar donde no solo hablamos de derrotar a los liberales progresistas y cambiar hacia una dirección política cristiana conservadora, sino el lugar donde realmente lo hemos hecho», afirmó.

Orbán señaló que es difícil imaginar un país en una situación peor que la de Hungría en 2010, cuando volvió al Gobierno después de ocho años en la oposición. «Recuerdo que la pregunta entonces era si las políticas conservadoras podrían restaurar un país arruinado por los liberales que se habían vuelto locos. Pensamos entonces que, si se podía hacer aquí, se podía hacer en cualquier parte«, dijo.

«El experimento ha tenido éxito y somos la prueba de que solo las políticas conservadoras pueden ayudar en aquellos lugares donde los liberales, los izquierdistas, han destrozado un país. Y la historia de éxito húngara ha continuado desde entonces: pleno empleo, niveles récord de inversión, impuesto único, un 40% menos de abortos, la mejor seguridad pública en Europa, inmigración bajo control y una fuerte identidad nacional», presumió el mandatario húngaro.

Según Orbán, el experimento húngaro «debe su fama mundial a George Soros». «De hecho, Dios se mueve de una manera misteriosa. Si George Soros no hubiera atacado a Hungría, si no hubiera anunciado su programa para reasentar a millones de inmigrantes ilegales en Europa con la ayuda de sus ONG mercenarias, nunca hubiéramos llegado a las primeras planas del mundo», aseguró el primer ministro.

«Pero el tío Georgie anunció su programa de reasentamiento. Movilizó a su ejército de ONG y se dispuso a implementar su gran plan. Inundaron los Balcanes con inmigrantes ilegales y construyeron una ruta de contrabando de personas que conducía al corazón de Europa. Pero luego se enfrentaron a Hungría. Dimos la orden de alto, tomamos el guante y nos defendimos: construimos un cerco y defendimos nuestro país», continuó el mandatario.

Orbán comentó que después de un tiempo se dio cuenta de que no bastaba con defender las fronteras, «sino que solo podemos defender nuestro país si también nos involucramos en batallas intelectuales e ideológicas«. «Nos encontramos en medio de un campo de batalla intelectual-ideológico, porque la inmigración es una parte importante de la filosofía de los progresistas liberales. No tuvimos más remedio que denunciar la ideología de la sociedad abierta, y con ella todo el imperio de George Soros», dijo. «No queríamos ser famosos, y sin embargo lo somos. Desafiamos el canon liberal y saltamos a la fama mundial», añadió el primer ministro de Hungría.

Orbán afirmó que los húngaros no atacan, defienden. «No queremos decirles a otros países lo que deberían pensar sobre la inmigración, la teoría de género o el superestado europeo«. «Todo pueblo tiene derecho a vivir según su propia voluntad y naturaleza», aseguró. «Defendemos porque la élite progresista globalista quiere imponernos su voluntad, quiere decirnos qué pensar y cómo vivir».

El virus liberal progresista

El mandatario magiar dijo que estamos bajo un ataque, tanto en Europa como en América. «También debo informarles que el ataque no es de naturaleza económica: estamos ante un arma biológica. Se ha lanzado un ataque de virus contra nosotros. El virus fue desarrollado en laboratorios liberales progresistas. Este virus está atacando el punto más vulnerable del mundo occidental: la nación. Es un virus devorador de naciones que atomizará y pulverizará a nuestras naciones.

«La nación es el gran invento de Occidente. Es el corazón del mundo libre. Pero también es el talón de Aquiles del mundo occidental. Si las naciones se evaporan, se desintegran o se oxidan, se pierde la posibilidad de una vida libre y Occidente caerá«, advirtió Orbán.

El primer ministro húngaro reconoció que Occidente «no lo está haciendo bien», en lo referente a la competencia entre civilizaciones. «Lo peor es que la culpa la tenemos nosotros mismos. Ninguno de nuestros competidores podría haber causado tantos estragos», dijo. «Cuando la izquierda desató su virus en el mundo, muchos conservadores bien intencionados dijeron que este virus antinacional era solo una fuga accidental de laboratorio», prosiguió. «¡No seamos ingenuos! Hoy podemos ver que este virus no se ha escapado simplemente: se ha criado, se está propagando y extendiendo por todo el mundo. Inmigración, género y woke: todas estas son solo variantes, variantes del mismo virus«, aseguró Orbán.

«La esencia de la inmigración ilegal es la destrucción de la comunidad nacional. Es el desmantelamiento de la base cultural necesaria para el funcionamiento del Estado-nación y la creación en su lugar de grupos marginados, atomizados, coexistentes, pero mutuamente hostiles, que nunca formarán una comunidad y que, en última instancia, nunca formarán un Estado», alertó el mandatario.

Según Orbán, este es el mismo del movimiento woke y la propaganda de género. El primer ministro mencionó que los húngaros, en su idioma, tienen una única palabra para referirse al sexo, ya sea en contextos sociales —género— como en el biológico. «Nuestro idioma usa el mismo pronombre personal para todos, por lo que en Hungría no hay nada que discutir sobre ese punto. Por lo tanto, vemos, quizás más claramente que las personas en otras partes del mundo, que el movimiento woke y la ideología de género son exactamente lo que solían ser el comunismo y el marxismo: dividen artificialmente la nación en minorías para fomentar la discordia entre grupos. Esta es su base de poder».

«El experimento conservador húngaro tiene éxito porque podemos detectar marxistas a kilómetros de distancia», dijo. «Nos presionaron durante cincuenta años. El género y lo woke también dividen la nación en clases y proclaman que la clase es más importante que la nación, primando sobre la pertenencia a la nación y primando sobre la identidad nacional», señaló.

Según relató el primer ministro húngaro, la tercera «variante viral» que amenaza hoy a las naciones occidentales es la «política exterior progresista», que «siempre nos lleva a la guerra». «Trae agitación a los países en nombre de la exportación de la democracia, y luego se va o es absorbida, atrapada en el desorden que ella misma ha creado», continuó. «He visto muchas de esas revoluciones de colores. Comienzan con la consigna de la libertad, continúan con la reeducación liberal-progresista y el mejoramiento humano, y terminan en el caos, el desorden y la desgracia de los países abandonados a su suerte. Estoy seguro de que, si Trump fuera presidente, hoy Ucrania y Europa no sufrirían ningún tipo de guerra. ¡Vuelva, señor presidente! ¡Haz que Estados Unidos vuelva a ser grande y tráenos la paz!», exclamó Orbán.

El mandatario magiar comentó que los progresistas en primer lugar «presionan diplomáticamente a las naciones, esperando que se comprometan, que declaren si apoyan o no la inmigración, la propaganda de género, la relativización de las familias y la sexualización de los niños«. «Aquellos que se niegan a hacerlo son el enemigo, y se les pronuncia una fatwa liberal. Si dices que el género y los movimientos LGTB tienen que ver con la sexualización de los niños, te acusarán de traicionar los valores occidentales. Si dices que las universidades no deben consistir en una educación ideológica woke sino en una búsqueda de la verdad, estás atacando la libertad académica. Si dices que la guerra no es de interés para el mundo occidental, se tee califica como uno de los facilitadores de Putin», comentó.

«El último objetivo de la política exterior imperial de los progresistas es privar a los Estados miembros de la Unión Europea del derecho a conducir su propia política exterior. Deben ser detenidos. Esta será la mayor batalla en Bruselas en los próximos meses«, anunció.

Para Orbán, la buena noticia «es que aquí en Europa ha comenzado la Reconquista«. «Hay resultados alentadores. En Italia han ganado nuestros amigos conservadores, ha ganado la Sra. Meloni«, recordó. En Jerusalén «también han ganado las fuerzas conservadoras». «Luego tenemos las próximas y prometedoras elecciones generales españolas, y las estrellas también están bien alineadas para nuestros amigos polacos. Y habrá elecciones al Parlamento Europeo, cuando finalmente podamos derrocar a la élite progresista y drenar el pantano de Bruselas», afirmó el primer ministro húngaro.

«Hemos detenido la inmigración en nuestras fronteras, hemos prohibido la propaganda de género y la sexualización de los niños en las escuelas, y también estamos trabajando sin concesiones por la paz. Está funcionando. Hemos ganado cuatro veces seguidas. La gente siente que su futuro está en juego. Apoyarán a la fuerza política que protege a toda la nación y representa sus intereses. Sí, la principal debilidad de las fuerzas progresistas es la voluntad popular: la democracia misma. Así es como pueden ser derrotados», dijo Orbán.

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