Historia

Dos catástrofes españolas con naufragios, pandemias y muerte (I): la tragedia del Machichaco

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Hoy os traemos dos historias te hace más de 100 años. La primera es el mayor desastre de la Historia de Europa. La segunda, lo que un investigador ha calificado como el Titanic español, aunque yo prefiero definirlo como el Titanic canario: el hundimiento del Valbanera, del que hablaremos otro día. Y por el medio, un tema que está muy de moda hoy en día: las epidemias y sus cuarentenas. La primera de estas historias es la del Machichaco, un vapor que atracó en el puerto de Santander en 1893, procedente de Bilbao y con destino a Marsella. Y muchos pensaréis que el desastre en cuestión fue un naufragio, pero no. Tampoco quiero haceros spoiler. La cuestión es que el Machichaco provenía de un puerto que, como hoy ocurre con el coronavirus, tenía una cierta incidencia de la pandemia del cólera. Y como se hacía en esa época, para prevenir, el barco fue atracado en la bahía de Santander, pero no en el puerto de la ciudad sino en una isla desierta, reservada para este tipo de situaciones infecciosas. La isla de Pedrosa. Un lugar fantasmagórico, lleno de leyendas, que ha salido varias veces en Cuarto Milenio.

El Machichaco esperó los 10 días de rigor de la cuarentena del cólera. Y como no se dio ningún caso y había prisa por descargar el barco, el Machichaco cruzó la bahía para acercarse a los muelles de Santander. ¿Os imagináis una cuarentena de sólo 10 días y no de meses, como nos han obligado a perpetrar nuestros inútiles estadistas? Y pese a que se sabía que transportaba mercancías peligrosas, como era una carga te ácido sulfúrico, pero sobre todo abundante dinamita, se le permitió atracar en uno de los muelles principales del puerto, donde hoy atraca el Ferry de Inglaterra. Y cuando los marinos y estibadores descargaban el barco, sin duda contentos de no haber contraído el cólera, vieron que de las bodegas inferiores salía humo. Y cometieron el error de abrir esas escotillas, lo que permitió que el fuego si avivase fuera de todo control. Hasta tal punto era eso un horno que el agua de las mangueras se evaporaba.

Era el 3 de noviembre de 1893: una fecha marcada a fuego en Santander y la Historia de Europa.

¿Recordáis la dinamita y el ácido sulfúrico a bordo? A día de hoy, sigue siendo un debate hasta qué punto hubo contrabando de semejantes mercancías, o qué sabían las autoridades sobre el peligro real que corrían trabajadores y espectadores del incendio. Porque una gran congregación de gente se reunió en torno al barco en llamas, pero el caso es que autoridades portuarias y de la ciudad estaban en primera línea, lo que aleja posibilidad de que sospechasen lo que estaba a punto de suceder. De hecho, dichas autoridades e inclusive el capitán del barco, al ver que todos los esfuerzos por apagar el fuego eran inútiles, siquiera con la ayuda de otros barcos cercanos, que se aproximaron para echar una mano, tomaron una decisión drástica: hundir el barco para anegar las bodegas y así extinguir el incendio. Salvar lo más que pudieran del barco y su contenido. Pero sería un error fatal.

Muchos lectores os preguntaréis por qué el barco no había estallado, con semejante incendio a bordo, si contenía tantas toneladas de dinamita. La explicación es que la dinamita no estalla normalmente por efecto del fuego, sino más bien por las vibraciones que producen los golpes. Y el caso es que el barco recibió muchísimos golpes, en el afán voluntario de sumergirlo. Porque para ello había que abrir una vía de agua, pero tanto golpe sólo consiguió detonar en bloque la abundante nitroglicerina, que se hallaba desparramada por las bodegas. Una sustancia muy peligrosa e inestable que se había esparcido, fuera de sus cajas, por efecto del agua que estaba entrando en el buque, y que actuó como una verdadera bomba atómica.

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Los marineros del Machichaco tenían por destino final Marsella, pero nunca llegaron allí: su puerto inmediato sería la muerte. Y lo mismo para los cientos de espectadores del incendio y de compañeros de otros barcos, que les ayudaron como buenos marinos.

El estallido de la dinamita fue tremendo. Si se hubiera querido hacer un barco bomba, no hubiera funcionado mejor. Tampoco era metralla lo que faltaba, cuando aparte de la carga inerte del barco estaba la mercancía metálica procedente de Altos Hornos de Vizcaya. Raíles de tren y otras piezas metálicas que combinadas con el ácido sulfúrico y otros materiales potenciaron un efecto de muerte y destrucción, que se extendió por todo el puerto de Santander. Cuerpos, raíles, fragmentos del barco, todo salió despedido y fue arrojado incluso dentro de las viviendas. Hubo una lluvia de vigas metálicas incandescentes que produjeron varios muertos, así como incendios por toda la ciudad. Se encontraron restos del barco y de personas en lugares inconcebibles. Y por supuesto, por efecto de la onda expansiva, una ola gigante penetró en la ciudad y arrastró de regreso un montón de cadáveres y heridos.

Desaparecieron muchísimos niños que luego sus padres buscaron, desesperadamente, pero también familias enteras. Ni siquiera se sabe cuántos muertos reales hubo, cuando la cuenta oficial sólo contemplaba los cuerpos encontrados, lo que no era posible en esas personas que se habían volatilizado por la explosión. O en ésos cuyos cadáveres ardieron durante horas, hasta el punto de quedar irreconocibles. Porque los incendios continuaron durante muchísimo tiempo, al igual que en el gran incendio posterior y más famoso de 1941, pero que apenas causó un muerto. En cambio, aquí estamos hablando de no menos de 300 y muchos muertos oficiales, pero con muchísimos más desaparecidos. A un paisano que vivía a 8 kilómetros llegó a matarle un calabrote, expelido del buque, que le cayó encima en los campos vecinos de Santander.

Se desbocaron también tres fuegos que solicitaron la venida de bomberos qué otras ciudades y regiones, entre los que cabe destacar los de la cercana a Bilbao, que acudieron muy pronto para auxiliar a sus camaradas. Y la despedida que les brindó la ciudad cuando marcharon, también en barco, fue de lo más emotiva. La ciudad había ardido por varios días, por lo que fue muy necesaria su ayuda, más que nunca, cuando un efecto inmediato de la explosión fue la desaparición de gran parte de los bomberos y profesionales del puerto. También de las autoridades civiles y militares, por lo que el caos que sobrevino a continuación fue mayúsculo. La ciudad quedo incomunicada.

Este año conmemoramos el Centenario del fallecimiento de Benito Pérez Galdós, un canario que amaba Santander y su provincia y que estuvo a punto de morir aquí. Junto a tantos de sus vecinos. De hecho, es muy posible que le salvará la vida el hecho de encontrarse de viaje junto a su gran amigo: el brillante escritor santanderino José María de Pereda, que vivía muy cerca del lugar de la explosión.

Por si fuera poco, la tragedia no termino ahí. Resulta que no había estallado toda la dinamita ni todo el barco había desaparecido, por lo que era urgente retirar del muelle esos restos. Y hubo un periódico santanderino llamado El Atlántico que advirtió de qué otra explosión podía ocurrir y así fue. Porque casi 6 meses después, buzos de la compañía naviera Ibarra, propietaria del Machichaco, al intentar extraer esa dinamita restante, provocaron un nuevo estallido. Otra catástrofe que se cobró otras 15 víctimas.

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También fue muy notoria la labor de la Guardia Civil, que envío refuerzos desde lugares muy lejanos. El propio Marqués de Comillas, paisano de esta región afectada, acudió con dinero, y se quiso movilizar un tren de bomberos desde Barcelona que al final no partió. Porque los incendios se apagaron, pero el problema mayor persistía por la ruina, los desaparecidos, los huérfanos y otros efectos de la tragedia.

Santander era un puerto muy activo, a nivel mundial, con conexiones directas con el Mediterráneo y Ultramar, por lo que esta desgracia afectó mucho al mundo marítimo internacional. Y cambiaron muchas de las leyes mundiales que rigen la navegación. Desde entonces, por ejemplo, se prohíbe tajantemente acercar ningún barco que transporte mercancías peligrosas a un muelle próximo a una población.

Esta historia tiene dos enseñanzas claras: primera, los accidentes ocurren y, a menudo, por un conjunto de causas. Segunda: si piensas que te va a matar una pandemia, como el cólera o el coronavirus, a lo mejor lo que te mata es otra cosa. Tercera: cuando se pierde la visión de conjunto de una catástrofe, ésta se puede volver mucho peor. Ojalá sirviera de lección a muchos corruptos gobernantes y muchos más ingenuos mandados.

Una anécdota macábra: la compañía naviera Ibarra, propietaria del Machichaco, que titulaba a todos sus barcos con nombres de cabos españoles, botó un buque gemelo del Machichaco: el Cabo Mayor (es un Cabo de Santander). ¿Sabéis dónde naufragó este barco? En el Cabo Mayor de Santander.

 

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