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Donald Trump firma su orden contra Twitter y Facebook y dice que «el fact-checking es activismo político»

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Donald Trump ha firmado su anunciada «orden ejecutiva» sobre las redes sociales a cuenta de la batalla que ha lanzado en los últimos días y que comenzó cuando Twitter decidió desafiar al presidente incluyendo de forma sorpresiva mensajes sobre verificaciones de sus afirmaciones, el famoso ‘fact-checking’ cada vez más en boga últimamente.

En este sentido, Trump se ha descolgado afirmando que «el fact-checking es activismo político». Lo dijo en plena denuncia sobre la parcialidad de los responsables de las principales redes sociales que, dice, están en contra de los conservadores.

Trump apareció con un ejemplar del New York Post en su mesa del despacho oval de la Casa Blanca antes de firmar públicamente su nuevo decreto sobre las redes sociales. El de Trump es un movimiento que parece, empero, más político que con aplicaciones reales, más encuadrado en su batalla dialéctica que en algún tipo de normativa aplicable que vaya a cambiar algo a corto plazo en el funcionamiento de las redes sociales.

Sí que ha mostrado intención Trump de acabar con la «sección 230» de la Ley de Decencia de Comunicaciones, que exime a estas plataformas de responsabilidad por el contenido que publican. Según las intenciones de Trump, si las redes sociales censuran contenido, pasarían a ser responsables del contenido que sí se publica, y estarían sujetas a esa normativa por tanto.

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Trump ha asegurado que los ‘fact-checkings’ que las redes sociales realizan son «decisiones editoriales» que, según él, están dirigidos por las grandes tecnológicas de la liberal Silicon Valley con el objetivo de dañar a los conservadores republicanos. «Estamos hartos de ello» ha sentenciado Trump firmando una orden que dice que pretende defender la libertad de expresión.

El origen de la nueva batalla

Esta última batalla entre Donald Trump y Twitter, su medio de comunicación preferido, por otra parte, arrancó, o más bien, estalló, el martes. Trump estaba colgando mensajes en los que aseguraba que el voto por correo en las elecciones estaba manipulado, deslizando la idea de que se estaba preparando un fraude electoral.

Entonces, los responsables de Twitter decidideron dar un giro a su estrategia e intervenir directamente en los mensajes de la cuenta de Trump. En los dos mensajes críticos hicieron sendas inserciones a modo de ‘fact-checking’ o verificación de hechos, dando a entender que las afirmaciones del presidente no eran ciertas.

Haciendo ‘click’ en las inserciones de Twitter, el usuario accedía a una zona donde se recopilaban una serie de informaciones que desmentirían las afirmaciones de Trump sobre ese supuesto fraude en el voto por correo.

Era evidente que la batalla estaba planteada y que Trump haría algo para contraatacar tras este posicionamiento de Twitter, el servicio de publicación de mensajes más utilizado por él. Por cierto, la de Donald Trump es la octava cuenta con más seguidores de todo el planeta, con 88 millones de seguidores. El número 1 mundial en Twitter es, precísamente, su antecesor en la Casa Blanca, Barack Obama, con 127 millones de seguidores. Entre ellos, actores y cantantes famosos.

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Pues bien, ya este miércoles, Trump dio su primer paso adelante. El presidente tomó la palabra para asegurar que «regulará» o incluso «cerrará» las redes sociales si «silencian» a las voces conservadoras, horas después de que Twitter incluyese por primera vez un aviso que ponía en duda la veracidad de un mensaje del mandatario.

«Los republicanos creen que las plataformas de redes sociales silencian por completo las voces conservadoras. Las regularemos firmemente o las cerraremos antes de dejar que ocurra algo así», ha añadido, considerando que ya en 2016 estas redes intentaron -«y fracasaron»- algo similar. «No podemos dejar que una versión más sofisticada ocurra de nuevo», ha advertido.

Trump ha asegurado que tampoco se puede permitir la implantación del voto por correo, «una vía libre para el engaño, la falsificación y el robo de papeletas». Con este sistema, ha afirmado el mandatario, «ganará el que más engañe».

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Diez consejos para moverse en el mundo de lo conspirativo (CONSPIROLOGÍA I de II). Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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1) Las conspiraciones existen, pero, cuidado con interpretar toda la realidad en función de teorías conspirativas. Existen aquellos que, intuyendo cómo va a ser el desarrollo económico-social de los próximos años, se adelantan y se presentan como los “diseñadores del futuro”, cuando, en realidad, no son nada más que pobres aprovechados que tratan tener un protagonismo mediático avalados por su patrimonio y con la simple intención de aumentarlo. Un ejemplo, es Klaus Schwab, presidente del Foro de Davos o George Soros, el inversor. El proyecto de ambos, empieza y termina con el objetivo de aumentar su capital. Dado que no pertenecen a ninguna dinastía económica que lleve generaciones multiplicando su capital, ni tampoco han sido creadores de nuevas tecnologías, se han visto obligados a adoptar, para su juego lucrativo personal, la ideología “progresista” que, tradicionalmente ha acompañado a tales dinastías (los Rothschild, los Rockefeller, los Mars, los Walton, etc), cuyos hijos, habitualmente, se han formado en la London Economic School, inicialmente, de obediencia “socialista fabiana”. Pero sería un error considerar que el “socialismo fabiano”, hoy, está detrás de cualquier proyecto conspirativo: su papel político -hoy completamente disminuido incluso en su tierra natal y, no digamos, en los partidos socialistas de los demás países occidentales (en el PSOE existió una “tendencia fabiana” hasta mediados de los 80)- es irrelevante y lo más que se le puede atribuir es la concepción “gradualista” de los procesos de cambio social. La única conspiración que puede atribuirse a estos multimillonarios es la de fomentar maniobras para aumentar más su patrimonio. Para ello cuentan con “redes de influencia” (Bilderberg, Trilateral, CFR, Foro de Davos, Club de Roma, fundaciones, y un largo etcétera) que sirven, sobre todo, para “socializar” a estas élites económicas, foros de intercambio de informaciones y de relaciones entre el mundo de la política, los negocios y la comunicación. Pero no existen datos suficientes como para suponer que son “centros de planificación” del futuro para toda la humanidad. El mundo moderno es demasiado complejo como para pensar que puede ser dirigido por una élite económica que solamente piensa en sus dividendos y en sus márgenes de beneficios.

2) Existen decenas de asociaciones que suelen ser consideradas como “centros del poder mundial” (que hemos mencionado en el párrafo anterior, la mayoría formada desde el último tercio del siglo XIX hasta nuestros días). Tales centros de poder se han formado en torno a personalidades que disponen de una concentración de capital suficiente como para que lo que hagan con él pueda repercutir directamente en la sociedad y en las políticas de los Estados. Y la ley intrínseca del capital es la necesidad de aumentar y multiplicarse. Por tanto, tales asociaciones suponen un intento de favorecer los intereses de sus miembros a despecho de los intereses de las naciones o de los intereses de la sociedad. No es una novedad propia del siglo XXI el que los intereses de los círculos globalizadores (cuyo único empeño es obtener mayores dividendos para sus inversiones y para los cuales no existen los conceptos de “patria”, “nación”, “sociedad”, ni siquiera ética o moral, sino el simple lucro) y los círculos mundialistas surgidos de proyectos místico-idealistas nacidos en el siglo XIX y que se centraban en la idea de “unificación mundial” (cuyos bastiones son hoy la clase funcionarial de las Naciones Unidas y de la UNESCO, impulsores hoy de la Agenda 2030) se alíen en el mismo impulso: ideas como el “cambio climático” (y la difusión de informaciones que general alarmas sociales aunque estén lejos de ser comprobadas), la “transición energética”, la política de estímulo de las migraciones, la lucha contra la soberanía de los Estados-Nación, definir como racismo, intolerancia y xenofobia a quienes se oponen a estos designios, la generación de miedo a través de pandemias (y la venta masiva de remedios que constituyen peligros mucho mayores que los males que dicen resolver), la apertura de nuevos frentes de negocio vinculados a los mitos contenidos en la Agenda 2030, la creación de problemas artificiales (todo lo relativo a lo LGTBIQ+), la impulsión de la “corrección política”, de nuevos modelos educativos, la difusión de drogas, ritmos y espectáculos que anulan la personalidad, el “wokismo”, todo ello, combinado, no son solo muestras del fracaso de un modelo de sociedad y de unas convicciones políticas y morales, sino, sobre todo, la apertura de “nuevos nichos de negocios” nunca antes explorados en el que los intereses “mundialistas” y los intereses “globalizadores” se combinan y se apoyan mutuamente. Eso es, llamando a las cosas por su nombre, una “conspiración” (acción de gentes que se asocian de forma secreta, clandestina o elitista para lograr determinados fines que les benefician).

   

3) El tiempo ha demostrado ser un gigantesco cementerio de conspiraciones. Los que ayer sostenían que la masonería era una todopoderosa estructura conspirativa contra las monarquías y a favor de las repúblicas, tuvieron razón… pero hoy la masonería no es más que un residuo de una institución todo poderosa allí donde una revolución liberal facilitaba el acceso al poder de la burguesía. Y lo mismo cabe decir de la teoría de la conspiración bolchevique: durante el siglo XX, entre 1917 y 1989, el bolchevismo fue “algo”. Hoy es un cadáver sin que disponga siquiera de fieles que lo velen. Hemos podido ver, entre 1900 y 2024, movimientos conspirativos que nacían, crecían y desaparecían. Y con ellos las teorías que las interpretaban. No puede hablarse de una “única conspiración”, lineal, inexorable y constante a lo largo de los siglos: lo que es humano tiene fecha de caducidad y bastan unas pocas generaciones para que un peligro sea conjurado, pierda fuelle o sea derrotado por otro peligro, acaso aún mayor. Únase al paso del tiempo, el azar, las nuevas realizaciones humanas fruto de la investigación científica, los nuevos procesos sociales y lo que se tendrá es un puzle imprevisible, sorprendente, en el que nadie es capaz de establecer cómo será el futuro, ni mucho menos cómo controlarlo. La flecha del tiempo siempre va hacia adelante y lo que ayer era esencial, mañana puede resultar irrelevante. No existe sociedad conspirativa alguna capaz de interpretar todos los datos existentes hoy y los que pueden aparecer sorpresivamente, para asegurarse una posición dominante permanentemente.

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4) Los procesos de degradación que se están dando en la modernidad, más que frutos de la acción consciente de sociedades secretas organizadas, deberían de considerarse como muestras de la entropía. Se iría que lo que podríamos llamar “energía civilizacional” se va agotando y cada vez resulta más difícil invertir la pendiente de la decadencia. Es el proceso de lo que René Guénon llamaba “solidificación del mundo”. Esa entropía hace que el sistema humano sea cada vez más caótico. Las leyes físicas no son objeto de “conspiraciones” y la mayoría de procesos de degradación que se viven en la modernidad son producto de la falta de valores, los sistemas educativos fracasados, las concepciones de la vida tan ingenuas como inútiles, la falta de clase política digna de tal nombre y así sucesivamente. El margen que, en esta situación, puede tener una “conspiración” para actuar es relativamente reducido. Pueden existir, por supuesto, grupos económicos poderosos que se asocien en defensa de sus propios intereses y contra los intereses generales y son esas conspiraciones las que vale la pena denunciar, como también, paralelamente, es necesario denunciar las situaciones de degradación de la vida social y cívica que se están produciendo y que podrían resolverse si existiera interés en hacerlo. Ese absentismo de la clase política a la hora de afrontar problemas reales, es el resultado su incapacidad, una verdadera selección a la inversa en la que los más aptos, preparados y generosos, se han retirado del terreno político, dejándolo como pasto para psicópatas, incapaces, aprovechados, corruptos y vividores. La entropía actúa y aumenta el caos social.

5) No hay teoría conspirativa perfecta: todas adolecen de algún problema y todas quedan superadas a corto plazo por los hechos. Las teorías conspirativas perfectas (es decir, cuya interpretación de las causas y de los efectos superan el espacio y el tiempo y tienen un alcance universal) solamente podrían existir en una sociedad orgánica en cuyo interior rige un principio de orden, pero no en una sociedad que se dirige a marchas forzadas hacia situaciones cada vez más caóticas. Hoy, la única conspiración posible es lo que podríamos llamar “conspiración plutocrática”, esto es, la “conspiración del dinero”, pero no es el una conspiración propiamente dicha, sino el resultado de las leyes de la oferta y de la demanda y de la existencia de grandes monopolios y consorcios que falsean el principio de libertad económica: en un momento en el que los Estados cada vez son más débiles y los grupos económicos más fuertes, no existe ni puede existir “libre competencia” (el factor necesario para garantizar la inexorabilidad y la justeza de la ley de la oferta y la demanda). Las grandes acumulaciones de capital, por su necesidad de obtener réditos del dinero invertido, necesariamente imponen su voluntad sobre los Estados. Pero, más que hablar de una “conspiración” estaríamos hablando de las lacras aparecidas en las últimas fases de acumulación de capital. Por otra parte, pensar que lo que hemos llamado “sociedades del poder mundial” (Bildelberg, Trilateral, Grupo de Davos, etc.) forman grupos unidos de conspiradores significa no conocer que mientras existan dos capitalistas, existirá rivalidad entre ellos, y si bien ambos tendrán enemigos comunes que derrotar, también entre ellos son y serán siempre enemigos: así lo impone la ley de oro del capitalismo. Éste, en su incesante acumulación de capital reduce los actores protagonistas, a unos pocos magnates que compiten entre sí. No hay paz entre ellos. No puede haberla porque la competencia impide alianzas a largo plazo.

            

6) Lo que se identifica habitualmente como “actores activos” en las teorías de la conspiración, son en realidad grupos económicos, carteles, dinastías financieras, en muchos casos más fuertes que la mayoría de los Estados que se mueven en defensa de sus intereses. No solo se trata de obtener buenos dividendos hoy, sino de que los que se obtengan el próximo año sean mayores, que el conglomerado industrial y financiera, sea cada vez mayor y eso implica adoptar determinadas estrategias, fundamentalmente, ante los Estados Nación (que, por el momento, son las únicas estructuras que poseen instrumentos suficientes para poner coto a su rapacidad (mediante gobiernos soberanos, provistos de fuerzas de seguridad, instituciones, legislación, métodos coercitivos y fiscalidad). De ahí que todos estos actores activos, tengan como objetivo central disminuir la autoridad y la soberanía de los Estados (y, por tanto, no puede extrañar que apoyen y promocionen a los políticos más corruptos, débiles y amorales que puedan satisfacer con más facilidad los intereses de los grupos económicos). Pero, a partir de ahí, tras ese objetivo común, todo es “competencia” y, por tanto, rivalidad, lucha y conflicto. No existe una sociedad de plutócratas conspiradores que sean solidarios entre ellos y entre los cuales, la rivalidad, la búsqueda de mayores beneficios les garantice paz, armonía y solidaridad eterna.

7) Los fascismos históricos, en especial allí donde tuvieron más arraigo, surgieron de “teorías de la conspiración” que tuvieron altos niveles de aceptación en tanto que respondían a fenómenos muy reales que habían ocurrido con anterioridad. Pero, tras la guerra mundial, los movimientos neofascistas tuvieron una irreprimible tendencia a interpretar los hechos históricos que ocurrieron a partir de 1945, en función de distintas teorías conspirativas que, en realidad, eran reformulaciones de antiguas teorías, refinadas y readaptadas. Los neofascismos y, por extensión, la extrema-derecha no son los únicos ambientes políticos en los que se han manifestado teorías de la conspiración (incluso la propia interpretación marxista de la historia puede ser considerada como una de estas teorías en las que “la burguesía” trata de imponerse al “proletariado”), pero si son aquellos que, por su psicología particular, por la sombra de la derrota de 1945, hayan puesto mayor énfasis en fijar interpretaciones conspirativas (que, recordémoslo, interpretan una realidad compleja en función de teorías muy simples).

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8) Ninguna de las teorías de la conspiración que circulan en la actualidad -y que, en buena medida, son compartidas por neofascismos, postfascismos, nacional-populismos o extrema-derecha- es completa y verificada. Obviamente, la que encaja mejor con la realidad es la denuncia realizada contra el mundialismo; en el resto de conspiraciones que hemos analizado parece evidente que se trata de interpretaciones erróneas o con cierto nivel de desenfoque, de problemas realmente existentes. No puede decirse, por ejemplo, que la inmigración musulmana a Europa, con la consiguiente islamización del continente, sea un fake. El problema existe y cada día que pasa es más aguda, incluso en algunos países, es cuestión de tiempo que estalle la guerra civil, étnica, religiosa y social. Pero ninguna de las teorías conspirativas elaboradas para interpretar el fenómeno responde a todas las preguntas planteadas, ni siquiera explican la pasividad de los gobiernos de Europa Occidental ante el fenómeno que pone dudas sobre la viabilidad de estos estados en un futuro desgraciadamente muy próximo. Lo dramático es que el fenómeno existe, que no es un fenómeno grave, sino gravísimo, ante el cual la mayoría de gobiernos parecen paralizados, pero hasta ahora, ninguna teoría de la conspiración ha logrado integrar todos los elementos presentes en la ecuación y aportar un enunciado único que sea capaz de responder a todas las cuestiones que podrían formularse. Ya lo hemos planteado: un George Soros, ¿sería capaz, sin dudarlo, de provocar una guerra civil étnica sólo por “odio” hacia la Vieja Europa, a sabiendas de que lo que quedara de Europa después del conflicto haría que se perdiera el producto de décadas de especulación bursátil realizada por el propio Soros? ¿Cómo integrar en una interpretación de este tipo el axioma económico de que “el dinero es cobarde” y huye de los conflictos? Ninguna de las teorías de la conspiración ha logrado responder a cuestiones tan simples como ésta.

9) La “teoría de la conspiración mundialista” es, por el momento, la que mejor se adapta a la interpretación de la realidad del siglo XXI. Enunciada en medios neofascistas franceses de la segunda mitad del siglo XX acierta a la hora de establecer responsabilidades en los organismos internacionales que surgieron tras la Segunda Guerra Mundial, en especial las Naciones Unidas y la UNESCO. Todo induce a pensar que los grupos de funcionarios, fuera de cualquier disciplina de nación o Estado, de estos organismos, muy influidos por determinadas corrientes místicas nacidas en el siglo XIX, favorables a la “unificación mundial”, hayan elaborado un programa -la Agenda 2030- como antes elaboraron otros muchos (los “Objetivos del Milenio”) pactado en parte con grupos económicos globalizadores. La teoría de la conspiración que logre trasladar a las masas la convicción de que un grupo de funcionarios alucinados a los que nadie ha elegido, han elaborado un plan de “unificación” y que este grupo funcionarial ha pactado con las mayores acumulaciones de capital, cuáles van a ser las mejores áreas de inversión (energías verdes, transición energética, energías renovables) y que la invasión demográfica es el mejor método para que Europa gane competitividad (a despecho de que pierda en identidad, se islamice o la brutalidad se extienda por sus calles), esa teoría logrará comprender los rasgos de nuestra época y la decadencia presente y futura.

10) Las teorías de la conspiración, en sí mismas, son meros modelos de interpretación de la historia, más o menos próximos a la realidad (o completamente alejados de ella en el caso de las teorías conspiranoicas). Pero lo que, en el fondo cuenta, es la capacidad de recuperación de las condiciones normales de vida, de libre albedrío y de libertad de los pueblos. Las teorías de la conspiración se han preocupado solamente de interpretar los sucesos que ocurren en Occidente. Pero, ahora, en tiempos de mundialización, las interpretaciones “eurocéntricas” ya no son válidas. Estas interpretaciones se identifican con las que hemos llamado “teorías clásicas de la conspiración”, de las que las que hoy maneja la extrema-derecha, el postfascismo y los medios conspiranoicos, no son más que adaptaciones o reformulaciones. Lo que valía para la Rusia de 1917, ya no vale para la China o para la Argentina de 2024. Todo período histórico precisa de un modelo interpretativo, para entenderlo y prever su evolución futura. Entre todas las teorías de la conspiración, incluida la mundialista, la más próxima a la realidad, no hay ninguna que consiga integrar todos los elementos y factores que operan en la modernidad y dar una respuesta sobre los motores del proceso entrópico, con nombres y apellidos. Aquel que logre elaborar una teoría global sobre los orígenes y los factótums de la crisis de civilización actual, conseguirá que sus epígonos la traduzcan en términos políticos en un programa de reconstrucción de los pueblos. Si es que ello es posible. Puede ocurrir también que la realidad mundial actual sea tan completa y diversa, según grupos sociales, continentes y civilizaciones que, esta tarea sea imposible y, a la postre, el caos que estamos viviendo sea solamente el resultado de la entropía que sufre cualquier sistema cerrado de energía: cuando ésta se agota, el sistema, al estar cerrado, entra en crisis. Y el planeta Tierra, más vale que no lo olvidemos, es precisamente un sistema cerrado de energías diversas cada vez más agotadas, como consecuencia de lo cual, en lugar de tender al orden, tienden al caos.

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