Opinión

De la esperanza de Madrid a la oscuridad de Colombia

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Los antecedentes de lo que sucede hoy en Colombia deben buscarse en las protestas de Black Lives Matter de Estados Unidos en 2020, en los disturbios de Chile en 2019, y en La guerra del gas en Bolivia en 2003.

Sin duda que el 4 de mayo del 2021 fue un día negro para la izquierda española. Primero, porque Pablo Iglesias sufrió una derrota tan grande que lo obliga a jubilarse de la política —aunque debemos ser cautos con este anuncio—. Segundo, la consolidación de Vox como fuerza política en España. Finalmente, porque la derecha ha demostrado ser mucho más inclusiva que toda la izquierda, pues dos hermosas mujeres (Isabel Díaz Ayuso y Rocío Monasterio) se han establecido como las cabezas más visibles en Madrid.

Si hacemos memoria de las piedras lanzadas en los mítines de Vox, los ataques de toda la prensa progresista contra Alicia Rubio, Santiago Avascal, Rocio Monasterio y, en general, contra cualquiera que los apoyara, podemos decir que la ciudad de Madrid resucitó.

La razón es simple, la gente común y corriente —que por naturaleza es conservadora— se siente asqueada de ser tratada de «facha», «retrógrada», «xenófoba» e «intolerante».

Por eso, la calle —Bambú 12— en la que se encuentra la sede de Vox con Rocío Monasterio al frente, puede ser el lugar de donde salga una nueva esperanza para toda la región hispanoparlante, quizás para todo Occidente.

Tristemente, de este lado del Atlántico las cosas no van bien. Puesto que la hermosa Colombia está sufriendo los ataques terroristas de grupos que —bajo el pretexto de una reforma tributaria— intentan tumbar al presidente Iván Duque.

Porque el espectáculo de resentimiento, odio y violencia —que ya cobró varias vidas y causó la destrucción de propiedad pública y privada— no puede considerarse una protesta social bajo ningún sentido. Mucho menos equipararse con lo sucedido en Bolivia el 2019. Ya que La revolución de las Pititas tuvo como objetivo librarse de un tirano.

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Los antecedentes de lo que sucede hoy en Colombia deben buscarse en las protestas de Black Lives Matter de Estados Unidos 2020, en los disturbios de Chile el 2019, y en La guerra del gas en Bolivia el 2003. También se debe considerar la amenaza de La brisa bolivariana vertida por Diosdado Cabello (número dos de la tiranía venezolana). Que en la práctica no es más que una declaración de guerra contra todos los gobiernos democráticos de la región.

Pero a diferencia de una guerra convencional, donde el objetivo es minimizar las bajas en las propias filas, los revolucionarios actuales buscan maximizar los muertos al interior de sus propias líneas.

Elemento muy extraño desde la lógica militar. Pero bastante rentable para mover la opinión pública. Ya que a diferencia del criminal de Ernesto Guevara —que consideraba que un revolucionario debe ser una máquina de matar— los progresistas contemporáneos están entrenados para ejercer el victimismo a niveles insospechados. Ya no son máquinas de matar, sino de llorar y de pedir indemnizaciones.

El objetivo es muy claro: buscar la empatía social. Después de todo, nadie piensa mal del «pobre» muchacho que perdió un ojo peleando por una causa «justa» y, peor aún, contra las fuerzas policiales y militares que intentan sostener un gobierno «opresor».

Un cuento que los bolivianos ya escuchamos en el 2003. Que terminó con la salida de Gonzalo Sánchez de Lozada de la presidencia y con el país en las manos del Foro de Sao Paulo.

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Tengo muy buenos amigos en Colombia. Por eso, desde esta humilde columna espero que su país no caiga en las garras del castrochavismo. Adicionalmente, quiero brindar mi apoyo al ESMAD, a los militares y a la policía colombiana. Fuerza Colombia.

 

Hugo Marcelo Balderrama

Economista boliviano con maestría en administración de empresas y PhD en economía.

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