Opinión

Cuando los rojos eran rojos

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Cuando los rojos eran rojos no existía ningún Almodóvar obsesionado con los travestis y en potenciar a lo misógino la fealdad de ciertas mujeres. Cuando los rojos eran rojos, Miguel Hernández escribía «No soy de un pueblo de bueyes, que soy de un pueblo que embarga yacimientos de leones, desfiladeros de garras y cordilleras de toros con el orgullo en el asta».

Cuando los rojos eran rojos, no existía la paranoia antitaurina. A García Lorca lo mataron -entre otros- con un banderillero anarquista. Al susodicho poeta y dramaturgo tan granadino como universal intentaron salvarlo dos falangistas que admiraban su obra, era algo muy común en el movimiento fundado por José Antonio Primo de Rivera, que fue fusilado por el partido que no hace mucho dejó el poder, el mismo que acabó con la vida de José Calvo Sotelo, el jefe de la oposición, en la mediocre y criminosa II República. Por otra parte, el general Varela, ligado al tradicionalismo, fue el que medió para que se le conmutara la pena de muerte al bardo alicantino, y así fue, pero murió en la prisión víctima de una terrible enfermedad. Tenía delitos de sangre. Ni justifico ni dejo de justificar, simplemente digo lo que hay. Lo que hubo. Entonces, muchos rojos morían con dignidad, con vergüenza torera, y no con frustraciones de señorito malcriado y/o de oligarca farandulero.

Y es que cuando los rojos eran rojos, no existía eso de lo políticamente correcto. Ya dijo Hernández ante la izquierda caviar de su época que ahí lo que había era mucho hijo de puta y también mucha puta. ¿Verdad, marinero en tierra?

Cuando los rojos eran rojos, aún los españoles seguíamos matándonos entre nosotros, pero nos quedaba valor, dignidad y calidad, a pesar de todas las miserias que salieron a flote y que nos ahogaron una vez más en nuestra propia bilis.

En cambio, hoy es gracioso, o más bien tragicómico, escuchar a los mamporreros del “lobby” progre-rosa lanzarse a la revolución frente a una derechita cobarde y prostituta. La misma sensación da cuando ahora, precisamente ahora, se lamentan porque los empresarios españoles se vayan a Sudamérica, máxime porque en España tenemos unos siete millones de inmigrantes, que se dice pronto… ¡Eso en un país cuya única fuente de ingresos es el turismo y que desde hace años se dedica a negar visas de turista!

Pero contra eso no protestarán nunca. Como no protestarán cuando, por ejemplo, en otra taifa distinta a la suya no le atiendan en los centros de salud y sí al extranjero que tiene menos papeles que una liebre, y cuando todo el que se queja de esto es señalado por ellos como un malvado racista-xenófobo.

En fin, cuando los rojos eran rojos, al menos no eran tan hipócritas, aunque ya Trotsky y Lenin eran financiados por la banca. Empero, eran eso: Rojos. Primero son españoles, luego son comunistas, dijo alguien por ahí. “Se non è vero è ben trovato.” Y como dijo Miguel Hernández, “si me muero que me muera, con la cabeza muy alta, muerto y veinte veces muerto, la boca contra la grama, tendré apretados los dientes y decidida la barba.” Sea dicho para todos los progres histéricos del mundo unidos.

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