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Casado exigirá a Sánchez un 155 permanente interviniendo la Educación, TV3, los Mossos y toda la función pública

Redacción

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LR.- El PP va a volver a meter presión al Gobierno por la situación en Cataluña. La agenda de la semana pasada la marcó la polémica dirigida por Ciudadanos (Cs) contra el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, por su tesis. Éste es un terreno incómodo para la dirección popular por el «caso del máster» y del que Génova necesita escapar introduciendo otras cuestiones en el debate. Ellos lo justifican con el argumento de que España tiene «problemas reales y graves», como el catalán o el «del deterioro económico», y no puede perder el tiempo con «polémicas estériles como las que calienta Albert Rivera sólo para tener su cuota de protagonismo».

El problema catalán tiene vida propia ante un otoño complicado y en el que todo indica que el único plan del independentismo es la agitación de la calle para acompañar el juicio en el Tribunal Supremo contra los responsables de la declaración unilateral de independencia. El PP no va a competir en la calle con Rivera. Han valorado los pros y los contras y entienden que una cosa es estar en la calle y no abandonar a los constitucionalistas, explican, y otra distinta actuar como otro factor agitador de la movilización en una competición con el independentismo radical «que no puede traer nada bueno». Génova tomó la decisión de no seguir el camino de Cs en la retirada de lazos amarillos, por ejemplo, y dar la batalla en el terreno institucional y de las iniciativas parlamentarias, concretando, por ejemplo, la Ley de Símbolos que el PP ya anunció en su etapa en el gobierno, pero que no llegó a registrarse en el Congreso con Mariano Rajoy en La Moncloa.

Pero esta contención para, según justifican, «no contribuir aún más a la ruptura social», lleva aparejadas nuevas iniciativas políticas que suponen dar varios pasos adelante con respecto a la posición del Gobierno de Rajoy. Si éste último apostó por un artículo 155 de perfil bajo, y como última salida una vez que la declaración unilateral de independencia iba hacia adelante, el nuevo PP entiende que las circunstancias no sólo obligan a volver a activar el 155, sino que el modelo que proponen al Gobierno, y para el que le ofrecen su mayoría absoluta en el Senado es el de la suspensión de autonomía que Tony Blair aplicó en el Ulster. Es decir, no condicionada con plazos predeterminados, como sí hizo el Gobierno de Rajoy en su acuerdo con PSOE y Ciudadanos, al establecer que el 155 se levantaría con la celebración de elecciones y la constitución de un nuevo Gobierno de la Generalitat ajustado a la legalidad vigente. En 2002 el Gobierno británico anunció la suspensión de la autonomía del Ulster ante la crisis creada por el supuesto espionaje del IRA en las sedes de las instituciones autónomas norirlandesas. En Reino Unido la suspensión de la autonomía ha sido un tema recurrente en las relaciones entre Londres e Irlanda del Norte. Desde 1988, el Gobierno británico suspendió en cuatro ocasiones los poderes de Irlanda de Norte. Con Blair, llegaron a estar suspendidos durante cinco años, entre 2002 y 2007.

Vistos los resultados, el PP cree que ahora ha llegado el momento de ir más allá y aplicar un 155 permanente en Cataluña, a la manera del Partido Laborista en el Reino Unido. Son dos contextos distintos, pero en la nueva dirección popular sostienen que la ofensiva independentista sigue adelante y que la presidencia de Quim Torra es «sólo un tránsito más» en el camino marcado por Carles Puigdemont el año pasado. El argumento del Gobierno de Sánchez es que no hay incumplimientos de la legalidad, sino que la Generalitat de Torra se mueve en ese limbo que permite mantener la escenificación de la estrategia de la distensión, la «operación diálogo dos», después de la que emprendió en su día la hoy ex vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría.

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La exigencia con la que va a presionar el PP al Gobierno en estos meses incluye que haya «hombres de negro» en la Generalitat. Que no se dirijan las consejerías desde Madrid, sino cambiando los equipos en Cataluña. «Y, por supuesto, interviniendo la Educación, TV3, los Mossos y toda la función pública». En la negociación de Rajoy con Sánchez y Rivera para aplicar el 155 frente a la declaración unilateral de independencia se optó por destituir a todo el Gobierno de la Generalitat, pero con gestión desde Madrid, y sin que la intervención afectase a la televisión pública ni a otras áreas delicadas, como la educación.

De hecho, el Gobierno de Rajoy obvió la posibilidad de aprovechar el arranque del curso escolar para intentar asegurar que en las inscripciones apareciese simplemente la casilla del castellano. El Gobierno de Rajoy prefirió mirar hacia otro lado con la justificación de que las decisiones en educación competían al Parlamento catalán y la hoja de inscripción 2018-2019 no incluyó ningún cambio significativo con respecto al curso anterior, pese a que estaba en vigor el 155. La intervención no sirvió para que figurase una casilla por la que las familias pudieran decidir si querían la escolarización de sus hijos en catalán o en castellano pese a que, en teoría, la dirección de la consejería de Educación estaba a cargo del Ministerio de Educación que dirigía Íñigo Méndez de Vigo. De hecho, en febrero del año pasado el Gobierno anunció que estudiaba la posibilidad de que en la matriculación del próximo curso escolar en Cataluña se incluyese una casilla en la que los padres pudieran elegir el castellano como lengua vehicular para sus hijos después de que lo solicitase el sindicato de profesores AMES y Sociedad Civil Catalana.

La actual dirección del PP se posiciona en las antípodas de la estrategia con la que el Gobierno de Rajoy, PSOE y Cs desarrollaron de manera conjunta el 155 ante la ofensiva unilateral de Puigdemont. Pero en lugar de entrar en la crítica directa al Ejecutivo de Rajoy explican que la actuación de entonces se debió al interés del hoy ex presidente del Gobierno por preservar el acuerdo entre los partidos constitucionalistas por encima de todo. «Sin embargo, los hechos demuestran que nos quedamos cortos y hay que aprender de los errores», mantienen en Génova. El Gobierno socialista está en la tesis contraria y prefiere poner el acento en los «ámbitos de colaboración y de diálogo abiertos con la Generalitat». Pero enfrente tiene la presión de PP y Cs en su competencia en clave nacional por marcar con más contundencia el camino al independentismo.

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España

El suicidio de la UE y la antigua Grecia

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por Pino Arlacchi

La Europa de hoy está afectada, como la antigua Grecia, por desigualdades y fracturas: está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia.

Con su insano plan de rearme, la élite gobernante de Europa occidental está intentando construir una amenaza rusa que sólo existe en sus delirios y que sirve para ocultar su incapacidad para jugar el juego real, que es enteramente interno a la propia Europa.

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El juego del empobrecimiento lento e inexorable de su población en beneficio de unos pocos privilegiados que dura ya medio siglo. El juego de la pérdida de energía vital del continente, cada vez más aislado en un planeta ya no dominado por Occidente y rebosante de deseos de emancipación y de paz.

El proyecto europeo, concebido después de 1945 como reacción a dos guerras mundiales que llevaron a Europa al borde de la autodestrucción, ha agotado su fuerza motriz.

Ya no es un gran plan de paz y prosperidad compartidas. Se ha corrompido y se ha volcado en un cupio dissolvi, en un renovado impulso suicida.

¿Qué otra cosa puede ser sino un voto de locura a muerte el ataque que la oligarquía de Europa Occidental está lanzando contra otra parte de Europa, Rusia, equipada con armas de destrucción masiva capaces de destruir toda la civilización europea?

¿Qué pasaría si Rusia decidiera tomar en serio la amenaza de agresión de Bruselas y actuara por adelantado y tomara la iniciativa en lugar de esperar veinte años como en el caso de Ucrania? Por el momento, Putin parece más inclinado a considerar las declaraciones de von der Leyen y la histeria antirrusa del Parlamento Europeo como poco más que charlatanería. Pero en el caso contrario no creo que el fin de Europa se produzca lentamente, a lo largo de siglos o generaciones, como le ocurrió a su patria, la Grecia clásica, que se extinguió por las mismas razones absurdas que hoy promueven los ineptos dirigentes de Europa.

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No fueron los arcos del invasor persa ni las lanzas macedonias las que silenciaron la voz de Atenas, sino el envenenamiento gradual de sus mismas raíces. La Grecia clásica no cayó ante los golpes de un enemigo externo. Murió por un suicidio prolongado, cometido durante guerras fratricidas. El colapso de la antigua Grecia conserva una resonancia inquietante y una relevancia que no podemos permitirnos ignorar.

La narrativa tradicional que atribuye los orígenes de la decadencia helénica a la “amenaza persa” es una simplificación histórica que no resiste el análisis crítico de los acontecimientos. Como observó Arnold Toynbee, las civilizaciones no mueren al ser asesinadas, sino que se suicidan. El caso griego ayudó a inspirar esta máxima, revelando cómo el sistema de polis, las ciudades-estado, con su extraordinaria vitalidad cultural y sus profundas contradicciones políticas, ya contenía en sí mismo las semillas de su propia desintegración.

El acontecimiento catalizador de este proceso de autodestrucción fue, sin duda, la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), un conflicto que desgarró al mundo griego durante 27 años y que enfrentó a Atenas y su Liga de Delos contra Esparta y la Liga del Peloponeso. La guerra fue iniciada por los espartanos, pero Tucídides, el gran historiador y testigo directo de los acontecimientos, distingue entre la «causa real» y los «pretextos inmediatos».

Según él, la causa fundamental fue “el crecimiento del poder ateniense y el temor que despertó en Esparta”. Atenas había transformado la Liga de Delos (que comenzó como una alianza defensiva al estilo de la OTAN contra los persas) en un imperio marítimo de pleno derecho cuyos barcos amenazaban las costas del Peloponeso espartano. Así pues, si formalmente fue Esparta la que declaró la guerra, Tucídides sugiere que fue el expansionismo ateniense el que hizo que el conflicto fuera prácticamente inevitable. (¿Se te ocurre algo?)

Las cifras hablan por sí solas: Atenas perdió aproximadamente 30.000 ciudadanos durante la epidemia de peste de 430-429 a.C., una cuarta parte de su población.

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La agresión de 415-413 a.C. contra Siracusa, espléndida polis siciliana culpable sólo de eclipsar a Atenas, terminó con la derrota y la pérdida de 40.000 hombres y 200 barcos. Cuando, en el año 404 a. C., la ciudad se rindió ante Esparta, sus murallas fueron derribadas mientras sus habitantes lamentaban el fin de la hegemonía ateniense y, con ella, de una época dorada del pensamiento humano.

Como escribe Luciano Canfora: «La Grecia clásica murió así, consumida en una interminable sucesión de guerras, donde cada victoria era efímera y cada derrota permanente. Solo el arte y el pensamiento griegos sobrevivieron, pero en formas cada vez más alejadas de la realidad política».

En el corazón de esta autodisolución había una paradoja no resuelta: el sistema de ciudad-estado que había engendrado el increíble florecimiento cultural del siglo V a. C. C., se mostró incapaz de evolucionar hacia formas de agregación política más amplias.

Cada polis defendía celosamente su propia autonomía (autonomía) y libertad (eleutheria), considerando la independencia un valor absoluto e innegociable. Ningún pensador griego fue más allá de fantasías efímeras sobre una federación de polis de habla griega.

No olvidemos, a este respecto, cómo los padres fundadores de la Unión Europea consideraron la inclusión de Rusia como el objetivo final en el camino hacia una Europa que se extendiera desde el Atlántico hasta los Urales. Un camino interrumpido y un proyecto de expansión colapsado sin remedio. Y sin alternativa.

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La lección de la caída de la Grecia clásica es que ninguna excelencia artística y filosófica puede salvar a una civilización cuyo liderazgo no puede afrontar los desafíos políticos y sociales del momento. Las civilizaciones mueren cuando pierden la capacidad de renovarse desde dentro, de rejuvenecerse, como le está sucediendo ahora a China: el país más pobre del mundo se ha convertido en uno de los más ricos en apenas 40 años gracias a la calidad de su liderazgo y a su proyecto socialista.

La Europa contemporánea, como la antigua Grecia, está afectada por desigualdades y fracturas que parecen irreparables. Nuestra civilización está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia, dispuestas a servir a amos externos y condenadas a convertirse en víctimas de su propia paranoia.

Si la parte rusa de Europa decide tomar realmente en cuenta la amenaza armada que la oligarquía europea occidental intenta construir contra ella, la historia se repetirá en forma de una tragedia aún más definitiva que la que destruyó la antigüedad griega. Porque ahora hay un apocalipsis nuclear en escena.

Pero la historia parece repetirse, hasta ahora, en forma de farsa. Esperemos que así sea.

*Artículo republicado con amable autorización del autor.

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Pino Arlacchi: Ex Secretario General Adjunto de la ONU. Su último libro es “Contra el miedo” (Chiarelettere, 2020)

https://www.sinistrainrete.info/articoli-brevi/30311-pino-arlacchi-il-suicidio-dell-ue-e-l-antica-grecia.html

Traducción revisada por Carlos X. Blanco

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