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Sociedad

Canarias respira el «aire más peligroso del mundo» por culpa de la calima y los incendios

Redacción

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La potente calima de polvo del Sáhara, que durante los últimas días ha paralizado las comunicaciones aéreas en las Islas Canarias, ha puesto en el foco mediático a este fenómeno meteorológico que causa un impacto directo en el clima y en la salud, pero que a su vez estimula la formación de nubes y fertiliza suelos. Este polvo en suspensión en el aire constituye un grave riesgo para la salud humana. Sus efectos negativos son proporcionales al tamaño de las partículas que lo componen y pueden provocar irritación en la piel y los ojos, conjuntivitis, asma, traqueítis, neumonía, rinitis alérgica y silicosis.

Asimismo la exposición al polvo sahariano aumenta el riesgo de mortalidad en los pacientes que tienen alguna insuficiencia cardíaca.

Esto fenómeno, unido al humo de los incendios que han afectado a varias islas, ha convertido al aire del archipiélago en uno de los más peligrosos del mundo. La toxicidad durante el periodo del domingo al lunes ha sido tal, que ha llegado a encabezar la lista de aires más contaminados del planeta por delante de Pekín, habitual número uno del ránking. Los datos, recogidos por la World Air Quality (AQI), miden en directo la contaminación atmosférica en todos los lugares de la tierra.

Sin ir más lejos, ayer, la capital China no superó los 250 puntos que otorga la medición de la AQI, mientras en Las Palmas de Gran Canaria tenían 999 puntos. Tras ella, con 895, se situaba Santa Cruz de Tenerife. La World Air Quality establece diversos baremos para especificar cuál es la situación de la calidad del aire. Unas cifras que Canarias ha duplicado en los últimos días:

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0-50 (Buena calidad)
51-100 (Moderada)
101-150 (Insalubre para grupos sensibles)
151-200 (Insalubre para toda la ciudadanía)
201-300 (Muy poco saludable)
301-500 (Muy peligroso para la salud)

OTROS EFECTOS NEGATIVOS

El polvo también puede tener efectos negativos en la agricultura porque reduce el rendimiento de los cultivos y la actividad fotosintética, se pierde tejido vegetal y se incrementa la erosión del suelo.

Además, hace que se obturen los canales de riego, que disminuya la calidad del agua en ríos y arroyos o que se resienta la producción de las plantas de energía solar, en especial las que dependen de la radiación solar directa.

Las partículas de polvo y arena que transporta una tormenta de este tipo, especialmente si están cubiertas de contaminación, actúan como agentes formadores de nubes e influyen en su capacidad de absorber la radiación solar, lo que afecta indirectamente a la energía que llega a la superficie de Tierra y a la cantidad y ubicación de las precipitaciones.

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¿QUÉ ES LA CALIMA?

Las más de 2.000 millones de toneladas anuales de polvo mineral de los desiertos arrastradas por el viento reducen la visibilidad de manera semejante a la niebla, lo que puede tener efectos negativos en el transporte aéreo, marítimo y terrestre y provocar daños en la salud humana, según datos de la Organización Meteorológica Mundial (OMM).

La calima se suele producir cuando existen fuertes vientos que arrastran grandes cantidades de arena y polvo de suelos desnudos y secos a la atmósfera y los transportan a miles de kilómetros de distancia, proceso que puede durar desde unas pocas horas hasta varios días, en función de la fuerza del aire y del peso de las partículas en suspensión.

El polvo del desierto procede especialmente del norte de África, desde donde es transportado hacia el Atlántico, pasando por Canarias y Cabo Verde, y en ocasiones llega al continente y afecta a España, Italia o Grecia, aunque en el caso español Canarias es la región que recibe los mayores impactos del polvo desértico.

¿TIENE BENEFICIOS?

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Los depósitos de polvo en la superficie son una fuente de micronutrientes tanto para el ecosistema continental como marino y así se cree que el polvo del Sáhara fertiliza el bosque lluvioso del Amazonas y que el hierro y el fósforo que transporta favorecen la producción de biomasa marina en zonas de los océanos donde escasean esos elementos.

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España

El suicidio de la UE y la antigua Grecia

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por Pino Arlacchi

La Europa de hoy está afectada, como la antigua Grecia, por desigualdades y fracturas: está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia.

Con su insano plan de rearme, la élite gobernante de Europa occidental está intentando construir una amenaza rusa que sólo existe en sus delirios y que sirve para ocultar su incapacidad para jugar el juego real, que es enteramente interno a la propia Europa.

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El juego del empobrecimiento lento e inexorable de su población en beneficio de unos pocos privilegiados que dura ya medio siglo. El juego de la pérdida de energía vital del continente, cada vez más aislado en un planeta ya no dominado por Occidente y rebosante de deseos de emancipación y de paz.

El proyecto europeo, concebido después de 1945 como reacción a dos guerras mundiales que llevaron a Europa al borde de la autodestrucción, ha agotado su fuerza motriz.

Ya no es un gran plan de paz y prosperidad compartidas. Se ha corrompido y se ha volcado en un cupio dissolvi, en un renovado impulso suicida.

¿Qué otra cosa puede ser sino un voto de locura a muerte el ataque que la oligarquía de Europa Occidental está lanzando contra otra parte de Europa, Rusia, equipada con armas de destrucción masiva capaces de destruir toda la civilización europea?

¿Qué pasaría si Rusia decidiera tomar en serio la amenaza de agresión de Bruselas y actuara por adelantado y tomara la iniciativa en lugar de esperar veinte años como en el caso de Ucrania? Por el momento, Putin parece más inclinado a considerar las declaraciones de von der Leyen y la histeria antirrusa del Parlamento Europeo como poco más que charlatanería. Pero en el caso contrario no creo que el fin de Europa se produzca lentamente, a lo largo de siglos o generaciones, como le ocurrió a su patria, la Grecia clásica, que se extinguió por las mismas razones absurdas que hoy promueven los ineptos dirigentes de Europa.

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No fueron los arcos del invasor persa ni las lanzas macedonias las que silenciaron la voz de Atenas, sino el envenenamiento gradual de sus mismas raíces. La Grecia clásica no cayó ante los golpes de un enemigo externo. Murió por un suicidio prolongado, cometido durante guerras fratricidas. El colapso de la antigua Grecia conserva una resonancia inquietante y una relevancia que no podemos permitirnos ignorar.

La narrativa tradicional que atribuye los orígenes de la decadencia helénica a la “amenaza persa” es una simplificación histórica que no resiste el análisis crítico de los acontecimientos. Como observó Arnold Toynbee, las civilizaciones no mueren al ser asesinadas, sino que se suicidan. El caso griego ayudó a inspirar esta máxima, revelando cómo el sistema de polis, las ciudades-estado, con su extraordinaria vitalidad cultural y sus profundas contradicciones políticas, ya contenía en sí mismo las semillas de su propia desintegración.

El acontecimiento catalizador de este proceso de autodestrucción fue, sin duda, la Guerra del Peloponeso (431-404 a.C.), un conflicto que desgarró al mundo griego durante 27 años y que enfrentó a Atenas y su Liga de Delos contra Esparta y la Liga del Peloponeso. La guerra fue iniciada por los espartanos, pero Tucídides, el gran historiador y testigo directo de los acontecimientos, distingue entre la «causa real» y los «pretextos inmediatos».

Según él, la causa fundamental fue “el crecimiento del poder ateniense y el temor que despertó en Esparta”. Atenas había transformado la Liga de Delos (que comenzó como una alianza defensiva al estilo de la OTAN contra los persas) en un imperio marítimo de pleno derecho cuyos barcos amenazaban las costas del Peloponeso espartano. Así pues, si formalmente fue Esparta la que declaró la guerra, Tucídides sugiere que fue el expansionismo ateniense el que hizo que el conflicto fuera prácticamente inevitable. (¿Se te ocurre algo?)

Las cifras hablan por sí solas: Atenas perdió aproximadamente 30.000 ciudadanos durante la epidemia de peste de 430-429 a.C., una cuarta parte de su población.

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La agresión de 415-413 a.C. contra Siracusa, espléndida polis siciliana culpable sólo de eclipsar a Atenas, terminó con la derrota y la pérdida de 40.000 hombres y 200 barcos. Cuando, en el año 404 a. C., la ciudad se rindió ante Esparta, sus murallas fueron derribadas mientras sus habitantes lamentaban el fin de la hegemonía ateniense y, con ella, de una época dorada del pensamiento humano.

Como escribe Luciano Canfora: «La Grecia clásica murió así, consumida en una interminable sucesión de guerras, donde cada victoria era efímera y cada derrota permanente. Solo el arte y el pensamiento griegos sobrevivieron, pero en formas cada vez más alejadas de la realidad política».

En el corazón de esta autodisolución había una paradoja no resuelta: el sistema de ciudad-estado que había engendrado el increíble florecimiento cultural del siglo V a. C. C., se mostró incapaz de evolucionar hacia formas de agregación política más amplias.

Cada polis defendía celosamente su propia autonomía (autonomía) y libertad (eleutheria), considerando la independencia un valor absoluto e innegociable. Ningún pensador griego fue más allá de fantasías efímeras sobre una federación de polis de habla griega.

No olvidemos, a este respecto, cómo los padres fundadores de la Unión Europea consideraron la inclusión de Rusia como el objetivo final en el camino hacia una Europa que se extendiera desde el Atlántico hasta los Urales. Un camino interrumpido y un proyecto de expansión colapsado sin remedio. Y sin alternativa.

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La lección de la caída de la Grecia clásica es que ninguna excelencia artística y filosófica puede salvar a una civilización cuyo liderazgo no puede afrontar los desafíos políticos y sociales del momento. Las civilizaciones mueren cuando pierden la capacidad de renovarse desde dentro, de rejuvenecerse, como le está sucediendo ahora a China: el país más pobre del mundo se ha convertido en uno de los más ricos en apenas 40 años gracias a la calidad de su liderazgo y a su proyecto socialista.

La Europa contemporánea, como la antigua Grecia, está afectada por desigualdades y fracturas que parecen irreparables. Nuestra civilización está muriendo porque ha caído en manos de élites de bajo nivel, preocupadas sólo por su propia supervivencia, dispuestas a servir a amos externos y condenadas a convertirse en víctimas de su propia paranoia.

Si la parte rusa de Europa decide tomar realmente en cuenta la amenaza armada que la oligarquía europea occidental intenta construir contra ella, la historia se repetirá en forma de una tragedia aún más definitiva que la que destruyó la antigüedad griega. Porque ahora hay un apocalipsis nuclear en escena.

Pero la historia parece repetirse, hasta ahora, en forma de farsa. Esperemos que así sea.

*Artículo republicado con amable autorización del autor.

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Pino Arlacchi: Ex Secretario General Adjunto de la ONU. Su último libro es “Contra el miedo” (Chiarelettere, 2020)

https://www.sinistrainrete.info/articoli-brevi/30311-pino-arlacchi-il-suicidio-dell-ue-e-l-antica-grecia.html

Traducción revisada por Carlos X. Blanco

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