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ANÁLISIS: El futuro de Rusia y su relación con el Occidente Globalista. ¿Se convertirá Rusia en el bastión de los principios morales cristianos?

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Alexander Dugin

El actual enfrentamiento entre Rusia y Occidente – especialmente con los Estados Unidos – ha llegado a tal punto que, independientemente de que se produzca o no un conflicto militar abierto, se hacen cada vez más claras las diferencias no solo geográficas, sino también civilizacionales e ideológicas, que existen entre ambas partes.

Esta ruptura total e irreversible entre Rusia y Occidente permanecerá independientemente de que uno u otro actor imponga sanciones o despliegue tropas cerca de las fronteras de su enemigo. Por lo tanto, no importa que Rusia o Estados Unidos hagan el primer disparo o que rumbo tomaran los acontecimientos futuros, lo cierto es que esta ruptura ya está ocurriendo y ambas partes – especialmente la rusa – no saben cómo explicar lo que está sucediendo.

La mentalidad rusa no tolera las rupturas bruscas, por lo que es muy probable que todo siga como hasta ahora. Es más, incluso aunque estalle una guerra o suframos cambios colosales, los rusos siguen viviendo sus vidas como si todavía reinara la paz y la estabilidad. Nuestra psique tiende a la armonía y a la calma, por lo que no podemos asumir directamente la crisis por la que estamos atravesando. Un famoso dicho ruso dice que “nos quedamos dormidos mientras todo sucede”. Y dormimos durante tanto tiempo que nos vemos obligados a correr a velocidades hipersónicas con tal de ponernos al día. Mientras que en el ámbito militar y diplomático pareciera que estamos listos para lanzarnos a la guerra, carecemos de la ideología y de las ideas que nos ayuden a vencer el sueño dogmático en el que nos encontramos: “todo está tranquilo y no va a pasar nada”. Seguimos impregnados del ambiente de la década de 1990 y más de veinte años de reformas patrióticas no han conseguido sacarnos de este sueño.

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Lamentablemente, han acontecido cambios irremediables y es hora de que nos demos cuenta de ellos… pero todo avanza muy lentamente. Nuestra educación, ciencias sociales, cultura y cosmovisión sigue siendo dominadas por el paradigma liberal occidental y todo intento de remendarlas por medio del conservadurismo es infructuoso.

No obstante, Rusia se encuentra cada vez más al borde de la guerra con Occidente. Y no importa si queremos o no que esto suceda, nuestro país cada vez esta más desconectado del mundo occidental, sus leyes, sus estándares, sus normas y protocolos. Pero esta desconexión no es producto de un revivir de la identidad rusa enfrentada al mundo moderno, globalista y liberal, sino que es el resultado de que avanzamos en dirección opuesta y no encontramos nuestro lugar dentro de un mundo globalizado que sentimos cada vez más ajeno a nuestra existencia.

Cuando Moscú se acercó a Occidente a finales de la década de 1980 y principios de 1990 los occidentales consideraron esto como una derrota y empezaron a comportarse de forma agresiva. Fue por esa razón que nos vieron como una amenaza y comenzaron planear la continuación del conflicto: la OTAN se expandió hacia el Este y Occidente ignoró las advertencias de Moscú. Occidente casi siempre trata a los derrotados de este modo: el Tratado de Versalles de 1919, por citar un ejemplo histórico, fue una humillación para Alemania y el nacionalsocialismo de Hitler fue la revancha. Este escenario se repitió en 1990 con Rusia.

Rusia ha venido fortaleciéndose con el mandato de Putin y de este modo ha conseguido convertirse en un polo independiente y en una potencia soberana. Sin embargo, Occidente considera que Rusia no es más que “una potencia regional descarriada” a la que hay que “darle una lección y poner en su sitio”. Putin intentó en algún momento ser amigo de Occidente y aceptar las reglas de juego acordadas por ambas partes. Pero Occidente consideraba eso inaceptable y se adhirió al principio de que algunas democracias son iguales, pero unas son “más iguales que otras”. Putin rechazó hacer parte de los “animales de la granja” sometidos a tales ideales y decidió aprovechar el tiempo para modernizarnos y ponernos al corriente en todo.

Las autoridades rusas no quieren la guerra y únicamente se limitan a reaccionar. No obstante, existe un problema mucho más profundo al que tienen que plegarse: Rusia es una civilización particular que tiene una identidad y unas leyes geopolíticas propias. Occidente siempre nos ha considerado como un Otro y, por mucho que nos acerquemos, siempre terminamos luchando entre nosotros. Lo Otro y lo Mismo siempre necesitan mantener la distancia. Si la distancia se acorta, entonces el péndulo oscilará en la dirección contraria y eso es lo que esta sucediendo ahora.

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A pesar de que Moscú no quiere, siempre termina por decirle “no” a Occidente. Pero después de ser conscientes de que negamos es necesario saber a qué le decimos “sí”. Negamos el liberalismo, el globalismo, el post-humanismo, la ideología de género, la hegemonía occidental, la doble moral y la cultura posmoderna. Sin embargo, ¿qué es lo que afirmamos?

Es aquí donde se hacen relevantes las ideas que anteriormente enfrentaron a Rusia con Europa (Occidente) y es necesario que volvamos a ellas si es que queremos continuar nuestra lucha:

Primero, Rusia como el bastión del mundo ortodoxo y Moscú como la Tercera Roma;
La monarquía rusa como el dique (katechon) que previene el triunfo de la inequidad en el mundo;
Los ideales eslavófilos sobre el destino universal de los eslavos (y otros pueblos) orientales gracias a un Tercer Renacimiento;
La teoría eurasiática de Rusia como una civilización distinta e independiente de Occidente;
Las ideas de los populistas (narodniks) rusos de que la sociedad rusa es profundamente agraria y su rechazo de la industrialización;
Las ideas soviéticas sobre la oposición de Rusia a Occidente y el resto del mundo;
La sofiología y el misticismo patriótico desarrollados durante la literatura de la Edad de Plata.
Podemos decir que estos son los principales elementos de la futura ideología rusa. Por otra parte, es necesario no solo volver a restaurar estos paradigmas, sino también resolver los profundos cismas que existen entre ellos y las oposiciones históricas que uno u otro han tenido en su momento. Es necesario crear una perspectiva sintética que rechace tanto las pretensiones universalistas de Occidente como la superioridad de sus “valores” (algo que es común a todas estas escuelas) en caso de que queramos darle forma a nuestro futuro. Y este problema no se resuelve recurriendo a ciertas formulas o tecnologías políticas, lo primero que debemos hacer es deshacernos de toda la escoria servil y engañosa, es decir, tecnócrata, que hasta ahora ha impedido el nacimiento de nuestra ideología. Lo que necesitamos es volvernos hacia el pensamiento ruso, resucitar nuestro Logos y ahondar en él. Esta tarea solo la pueden llevar a cabo pensadores y místicos, pues requiere de una gran inspiración y una amplitud de miras tan cristalina que solo puede porvenir de quienes conozcan a profundidad el destino ruso.

Por supuesto, al Kremlin ni siquiera se le ocurren tales ideas, pues está muy ocupado atendiendo los asuntos diplomáticos y militares. Nuestro gobierno solo se concentra en seguir lo que parece “el curso objetivo de los acontecimientos” y no se preocupa ni por el Logos o por el sentido de la historia rusa.

Pero quienes entienden la importante misión que Rusia tiene que cumplir y han venido denunciando desde hace mucho que el conflicto con Occidente era algo inevitable, aun cuando la mayoría de las personas estaban ilusionadas con la Perestroika, las reformas o el reinicio de nuestras relaciones con Estados Unidos, saben que llegaría este momento. Ahora solo los locos o los agentes occidentales se dan el gusto de ignorar esta gran verdad. Por supuesto, ni siquiera los que se enfrentan a Occidente con las armas toman en cuenta las Ideas. No obstante, no existe ninguna política real sin referencia a una Idea o ideología concreta. Quizás esta sea poco influyente ahora, pero no podemos dejarlo de lado. Llegará el momento en que las autoridades, si quieren llenar esta brecha, tendrán que “presionar el pedal” y deberán zanjar la enorme distancia que existe entre nuestro estado de ánimo apático, adormecido y perezoso con respecto al conflicto de civilizaciones que ahora estamos viviendo. El despertar de Rusia es inevitable y llegará el momento en que nuestro Logos despierte.

Alexander Dugin

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Hipótesis sobre los resultados de las elecciones catalanas. Por Ernesto Milá

Ernesto Milá

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No está muy claro cuál va a ser la repercusión de las elecciones catalanas, ni siquiera los resultados. Se ignora, por el momento, el efecto que pueden tener medidas como la amnistía, los casos de corrupción y cómo reaccionará el electorado nacionalista. Ni siquiera en la derecha están claros los resultados. Todo empezará a verse más claro cuando se sepa el resultado de las elecciones vascas (que albergan menos incertidumbres) y cuando se deshinchen los globos mediáticos sobre el “Caso PSOE” y la respuesta socialista activando el ventilador de la corrupción (esto es, cuando se vayan conociendo los alcances jurídicos y penales de ambos casos). Al mismo tiempo, ni siquiera están claros algunos candidatos que se presentarán (empezando por Puigdemont), ni mucho menos son creíbles los sondeos publicados. Así pues, vamos a intentar contemplar distintas hipótesis.

ILLA: ¿SUBIRÁ O BAJARÁ? YA NADA DEPENDE DE ÉL NI DE SU CAMPAÑA

En nuestra opinión Illa es un candidato “tocado” por sus propios errores durante la pandemia (él mismo dijo que al ser nombrado “ministro de sanidad”, no tenía ni idea de sanidad y nadie esperaba que se produjera la llamada “pandemia”) que no afectan solamente al manejo alegre de fondos del ministerio que se perdieron en mascarillas inservibles, tests igualmente falsos y material caro, malo y que se destruyó sin exigir devoluciones. Lo peor no es esto: esto sería, en el peor de los casos, incapacidad para gestionar un ministerio (algo previsible en un tipo que carecía por completo de experiencia en gestión y cuyo modesto título de “licenciado en filosofía” no le ayudaba en nada). Lo peor es que durante la gestión de Illa murió gente. Entonces, cuando el miedo atenazaba a la sociedad española, estábamos poco dispuestos a creer que la mayoría de las muertes se debían a la “mala praxis médica” recomendada por la Organización Mundial de la Salud, pero, desde entonces, las voces que ya lo advirtieron en aquel momento, se han convertido en un clamor. Y no, no somos negacionistas: existió pandemia y existió el virus… pero el mayor crimen fue recomendar unos protocolos que, en lugar de erradicar el virus cuando aún se podía, tendían a “hundirlo” en los pulmones de donde ya era imposible erradicarlo. Esa es la tesis que cada día gana más fuerza y que, en su momento, pocos médicos se atrevieron a denunciar.

Aquella mala gestión, presentada por Sánchez como un “gran éxito”, fue suficiente para desplazar a Illa al frente del PSC catalán en donde sigue. Ahora queda saber, si en los dos meses y medio que quedan hasta las elecciones, surgirán nuevas informaciones, tanto sobre el descontrol que existía en el ministerio de sanidad durante su gestión, como el error de aplicar protocolos contraproducentes en el trato de la enfermedad. El futuro de Illa dependerá, en gran medida, de esto, pero, además se le junta otro problema.

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EL PRECIO DE LA AMNISTÍA QUE PAGARÁN LOS SOCIALISTAS

El electorado socialista que permanezca fiel al PSC deberá de aceptar la versión oficial pedrosanchista sobre la oportunidad de conceder la amnistía: que se trató de una medida para poner el contador a cero, limpiar los errores del pasado, perdonar delitos de todo tipo a cambio de garantizar la convivencia. Pero este razonamiento es débil por dos motivos: el primero de todos, que el contador no está a cero. En realidad, los independentistas, ahora, están más fuertes que antes: consideran que no hicieron nada ilegal y, han repetido, por activo y por pasiva, que volverían a hacerlo. Así pues, los propios independentistas se encargan de desmentir y desmontar el razonamiento de quien les ha indultado. El segundo motivo es que resulta demasiado evidente que Sánchez sigue en el poder gracias a los 7 votos de Junts y que los ha obtenido para alcanzar una escuálida mayoría, obteniendo a cambio, solamente, la seguridad de mantenerse unos meses más en el poder.

La maniobra ha sido urdida por Sánchez, pero su virrey en Cataluña es el que tendrá que dar la cara ante su electorado. La duda es si una cuarta parte de los votos que obtuvo el PSC en las elecciones generales, seguirá pensando que el PSC era el muro más seguro contra el independentismo, seguirá fiel a la sigla o se habrá convencido de que el PSC no solamente no es el “muro”, sino que es el ariete: esto es, el muñeco que, manejado por el independentismo, consigue abatir, mucho mejor que ellos mismos, las resistencias de la unidad del Estado. Porque esto es lo que viene produciéndose desde Pascual Maragall, el hombre, con el cerebro ya desbaratado por la enfermedad, que se obstinó en la reforma del Estatuto (cuando no existía demanda social alguna), pacto con ERC y dio origen al problema que actualmente sigue vivo (y no lo estaba a principios del milenio, salvo en minorías juveniles muy radicalizadas).

LO IMPORTANTE ES QUIEN SUPERARÁ A QUIEN: ERC A JUNTS O VICEVERSA

El espacio independentista es, literalmente, caótico: ni siquiera dentro de las dos grandes formaciones (ERC y Junts) se está de acuerdo en lo que se pretende y mucho menos en cómo conseguirlo. Una nebulosa se percibe en ambos partidos en sus propuestas. Agitan todavía el tema de la independencia, pero da la sensación de que lo único que les interesa es liquidar el asunto, consiguiendo un “referéndum de autodeterminación” (“no vinculante” para unos y “vinculante” para otros). A diferencia de en 2007, los más lúcidos, dan por sentado que ese referéndum daría un resultado negativo… pero, al menos, podrán ´decir a su electorado, “lo hemos intentado”. Pocos son -pocos de los que tienen neuronas y las utilizan- los que piensan que la independencia de Cataluña es posible en las actuales circunstancias. El fracaso del “procés”, les ha hecho meditar… aunque no tengan el valor de afirmarlo públicamente, porque, como se sabe, el fin de un partido nacionalista/independentista es la independencia y, si esta no se puede conseguir, ¿para qué existe la sigla?

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No vamos a presenciar un debate entre dos programas políticos realistas, sino entre un programa “posibilista” (el de ERC) que quiere seguir detentando las riendas de la gencat, y un programa “agresivo” (el de Junts) que quiere restituir en la presidencia a Puigdemont. Los dos se declaran “indepes” y quieren convencer a su electorado de que lo siguen siendo, pero, en realidad, los dos, lo que quieren es tener las más amplias parcelas de poder para alimentar a sus cuadros. Eso es todo. La duda de si se producirá el sorpasso de Junts a ERC o si ERC mantendrá la hegemonía en el jardín indepe, es lo único que está en juego. ¿Referéndum? Ambos partidos han llegado a la conclusión de que lo mejor es… “jugar y perder”.

 

LAS FUERZAS NO INDEPENDENTISTAS

Teniendo en cuenta que el PSC juega la carta del equívoco desde la misma fusión de las distintas ramas del socialismo catalán en la transición, y su postura “federalista” es tan inviable como la “independentista”, el electorado que todavía conserva cierto sentido de la realidad nacional e internacional, está ubicado fuera de los márgenes del ambiguo socialismo catalán. En efecto, nos estamos refiriendo al PP, a Vox y a los restos de Ciudadanos. El electorado no independentista y “españolista” o “estatalista”, desearía que estas formaciones se presentaran bajo una misma etiqueta. De hecho, la lógica política implica que así debiera ser y que el poder de atracción de un polo así concebido sería el tercer actor político en Cataluña (tras el bloque independentista y tras el PSC). ¿O hay que recordar que Ciutadans, fue el partido más votado en las elecciones regionales de 2017? Y su programa se reducía a un solo punto: “no al nacionalismo – no al independentismo”.

Por otra parte, la derecha no ha extraído conclusiones de su derrota en las elecciones generales de 2023 que se debió a presentarse dividida en dos opciones, lo que permitió que se perdieran “restos” en beneficio del PSOE y en aplicación de la Ley d’Hondt. Cada uno de los dos partidos cree que podrá quedar “por delante” del otro en Cataluña. Pero, lo que está demasiado claro, es que la división de las fuerzas “estatalistas” seguirá siendo el factor que las suma en la irrelevancia en la política regional.

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Si el PP queda por delante de Vox, su dirección podrá alardear de “éxito electoral” (lo más probable es que aumente el número de votos, lo que no está tan claro es de dónde procederán esos votos, si de Vox o de sectores decepcionados con el PSC) y reforzar el previsible avance que obtenga en las elecciones vascas, en donde las últimas encuestas dan una pérdida notable de votos al PSOE (en beneficio, por una parte, de Bildu y, por otra, del PP). Para Vox, quedar por delante del PP supondría mantenerse como una opción tentadora para los votantes de este último partido que cada vez más quieren posiciones más claras y menos contemporizadoras.

De todas formas, el gran error y lo que limitará las posibilidades y los resultados “estatalistas” es su persistencia en desconocer que solamente un “programa único” podría llevarlos a competir con los dos otros bloques de la política catalana.

LO QUE SERÍA DESEABLE PARA EL ESTADO

Cataluña es la única reserva importante de votos que le queda a Pedro Sánchez. Sean cuales sean sus resultados en el País Vasco, aquella comunidad no puede aportar numéricamente gran cosa al PSOE. Si Sánchez consigue detener la sangría de votos socialistas catalanes, corre el riesgo de estabilizar su situación (hoy extremadamente precaria). Pero, para eso, haría falta que Illa obtuviera un buen resultado y que esto le permitiera entrar en el gobierno de la gencat, junto a ERC (en caso de que este último, como es seguro, no obtuviera una mayoría suficiente para gobernar en solitario).

Desde el punto de vista del “interés nacional” y de la “gobernabilidad del Estado”, una derrota socialista en Cataluña o, al menos, un descenso significativo de votos (al que se uniría en apenas un mes, una derrota previsible y sin paliativos de toda la izquierda europea en las elecciones de la Unión Europea), es deseable, necesaria y supondría otro golpe de piqueta para la existencia de la sigla “PSOE”.

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Desde que se inició el “procés”, siempre hemos sostenido que la independencia de Cataluña era completamente imposible, además de inviable. Cada vez estamos más convencidos de esta afirmación. La situación catalana está tan degradada, especialmente en materia de orden público y seguridad ciudadana que, aunque la temática no ocupa el primer plano en los programas de los partidos, está ahí para quien verla: un tercio de la población catalana ha nacido fuera de España o son hijos de extranjeros; ya existen zonas en Cataluña en donde la policía ha sido expulsada y diariamente se repiten incidentes cuando la policía entra en barrios de Salou, de Tarrasa o incluso en zonas de la propia Ciudad Condal, las prisiones catalanas están descontroladas (el asesinato de una cocinera y las protestas de los funcionarios han exteriorizado la situación de control que ejercen los presos procedentes del Magreb), Barcelona ya es considerada como una de las ciudades más peligrosas del mundo… Y todo esto con la policía nacional y la Guardia Civil, literalmente expulsadas del territorio catalán y con una policía autonómica desbordada y sin posibilidades de combatir a la delincuencia. A esto se suman los problemas de desindustrialización, gentrificación, la concentración de la mitad de la población catalana en torno a la ciudad de Barcelona, con un campo abandonado a su suerte y un gobierno de la gencat, consciente de todos estos problemas, pero ansioso de comprar la paz étnico-social mediante subsidios y seguir creyendo que con un certificado de catalán, los casi dos millones de inmigrantes e hijos de inmigrantes ya están integrados.

Sin olvidar que Cataluña tiene la tasa de natalidad más baja de todo el Estado (y el Estado Español una de las más bajas de todo el mundo)… ¿Quién iba a decir que después de 45 años de “Generalitat de Catalunya” la propia identidad catalana estaría en trance de desaparecer? Por que ese es el problema real y de fondo al que se enfrenta la sociedad catalana. Por mucho que se empeñe la gencat en llamar al engendro creado “Cataluña multicultural”, lo cierto es que, si es “multicultural” no es “catalana”. Ni siquiera europea. Por eso, siempre hemos sostenido que una Cataluña independiente tendría muchas más posibilidades de integrarse en la Liga Árabe que en la UE… Lo dijimos y lo mantenemos.

 

Ernesto Milá.

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