Sociedad
8 de Marzo: La situación en Ucrania nos recuerda el privilegio de ser mujer
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4 años agoon
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Mientras las mujeres son evacuadas, porque sus vidas son valoradas, el varón sirve de carne de cañón. Ucrania es el caso más visible, pero esta realidad se aplica en el resto del mundo.
La invasión de Rusia a Ucrania es un recordatorio constante del privilegio de ser mujer. La guerra lo ha evidenciado principalmente, porque el Gobierno dio la orden que ningún hombre mayor a 18 y menor de 60 puede salir del país; pues se deben quedar a combatir. Esperan alrededor de 62000 más que vuelven del extranjero con el mismo fin.
Mientras las mujeres son evacuadas, porque sus vidas son valoradas, el varón sirve de carne de cañón. Ucrania es el caso más visible, pero esta realidad aplica en el resto del mundo. Donde hay servicio militar obligatorio, el hombre tiene el deber de servir a la patria mientras la mujer tiene el derecho a preservar su vida y su libertad.
Las redes sociales y los noticieros se han llenado de imágenes emotivas de padres despidiendo a sus hijas en Ucrania, como si la tragedia fuese que ellas se van y no que ellos se quedan a luchar y quizá pierdan la vida.
Incluso en los países del Medio Oriente, donde la mujer a menudo no goza de igualdad de derechos civiles, se aplica esta realidad: los hombres están obligados a enlistarse en el ejército, las mujeres no. En Egipto, por ejemplo, si un joven de 18 años es huérfano de padre, no va al Ejército, dado que su prioridad es cuidar de su madre. Lo mismo si solo tiene hermana(s) mujer(es). Su prioridad es cuidarla(s). En cambio si tiene un hermano varón su vida se vuelve prescindible. Hasta en Israel, donde las mujeres cumplen el servicio militar obligatorio, lo hacen por menos tiempo que los varones.
La respuesta feminista a esta desigualdad es que la guerra es de hombres. Sin embargo, la realidad es que el servicio militar obligatorio para hombres es obra del feminismo más sobresaliente, el sufragismo. En el marco de la Primera Guerra Mundial, la Gran Guerra, no fue fácil convencer a los jóvenes ingleses de dar su vida y luchar en Francia contra Alemania. Entonces por medio de la campaña de las plumas blancas, las integrantes de la Unión Social y Política de Mujeres; más conocidas como las sufragistas de Londres, torturaron psicológicamente a una generación entera de hombres —desde menores de edad hasta ancianos— para que hagan el servicio militar obligatorio o en su defecto enfrentarse al escarnio público.
Era tal la violencia ejercida por parte de las sufragistas que fueron denominadas una agrupación terrorista, según el escritor e historiador Simon Webb. Esto ocurre porque además desempeñaban ataques suicidas e incluso con explosivos.
Si bien el Reino Unido es una monarquía, el siglo XX marcó el fin de los grandes imperios y el surgimiento del Estado-nación como institución y consigo la obligatoriedad del servicio militar. Por años la milicia era una profesión, con el nacimiento del Estado se volvió obligación. Para ello fue necesaria la labor del feminismo para garantizarlo.
Esta campaña fue tan masiva que llegó hasta Australia, donde un grupo de sufragistas le dio una pluma blanca a un veterano de guerra que perdió un ojo por causa de una herida en combate. Este se quitó el ojo de vidrio y le entregó a las sufragistas para que constaten su sacrificio.
A raíz de las humillaciones públicas que ocurrieron como consecuencia de esta campaña psicológica, el rey de Inglaterra emitió una insignia para los veteranos de guerra y así protegerlos de los ataques de las sufragistas que produjeron la muerte por suicidio de hasta muchachos de 15 años, al tratarlos como cobardes en medio de una guerra para la cual no tenían edad suficiente para combatir.
La profesora de historia Nicoletta F. Gullace explica en su obra Plumas blancas y hombres heridos: el patriotismo femenino y la memoria de la Gran Guerra que las sufragistas operaban al servicio de la maquinaria estatal de guerra.
El 30 de agosto de 1914, el almirante Charles Penrose Fitzgerald, un reclutador empedernido y discípulo de Lord Roberts, convocó a treinta mujeres en Folkstone para repartir plumas blancas a hombres sin uniforme.
El propósito de este gesto era avergonzar a «todo joven ‘holgazán’ encontrado holgazaneando» y para recordar a aquellos «sordos o indiferentes a la necesidad del país» que «los soldados británicos están luchando y muriendo en todo el canal.»La estimación de Fitzgerald del poder de estas mujeres fue enorme. Advirtió a los hombres de Folkstone que «existe el peligro esperándolos mucho más terrible que cualquier cosa que puedan encontrar en la batalla», porque si se los encontrara «holgazaneando y holgazaneando mañana» serían humillados públicamente por una dama con una pluma blanca.
En lugar de fomentar la igualdad, que en principio es la base del feminismo, las sufragistas crearon una nueva jerarquía y, alegando una supuesta lucha contra el patriarcado, lo que han logrado es fomentar el paternalismo estatal.
De manera que desde sus bases no se fomentó una igualdad de derechos, mucho menos de obligaciones. Y ese es el eje central, este movimiento se basa en exigir derechos positivos, derivados del Estado, más aún si son progresivos, lo cual requiere cada vez más intromisión del Estado, la antítesis del derecho natural que consolida al Estado como garante y no como emisor de derechos. Siendo la vida el primero de estos derechos. Por eso y más el feminismo no solo no lo defiende, lo relativiza, al punto que legitimó arrebatarle al varón de este derecho, ni se diga al niño por nacer.
La defensa del derecho natural (particularmente a la vida) engloba una doctrina política y de pensamiento distinta, donde la función del Estado debe ser mínima y la libertad de los ciudadanos máxima. En contraposición, el feminismo hegemónico es positivista y pretende no solo delegarle al Estado cada vez más funciones civiles, sino darle la potestad de determinar quién vive y quien muere. En sus inicios entregó al varón como carne de cañón, ahora pide pena de muerte para el más inocente, quien está en el vientre.
Como occidentales, la base de nuestro sistema jurídico es Roma, donde para tener derechos civiles plenos había que estar dispuesto a sacrificar el derecho natural a la vida. Este simple hecho destaca cómo y cuánto los hombres y las mujeres tenían distintos derechos. Se habla mucho de la desigualdad. Pero no se señala cómo no ha sido siempre en detrimento de la mujer, como alega el discurso feminista.
En palabras de la teóloga y filósofa Alice von Hildebrand (autora de El privilegio de ser mujer): «Sin saberlo, las feministas reconocen la superioridad del sexo masculino al desear volverse como los hombres».
Y sucede al contrario, a lo largo de la historia, a la mujer no se le ha exigido un solo deber a cambio de un solo derecho. Tampoco se le ha arrebatado un derecho natural a cambio de un derecho civil. No obstante, al feminismo no le conviene defender el derecho natural. Para hacerlo, tendría que reconocer el privilegio de ser mujer.
Mamela Fiallo
España
Así funcionaba la sauna Adán, el prostíbulo más lucrativo del suegro de Sánchez: «Era una máquina de hacer dinero»
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20 horas agoon
09/11/2025By
AGENCIAS
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Sabiniano Gómez, suegro del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, y padre de Begoña Gómez, llegó a gestionar casi una veintena de locales que, aunque aparentaban ser saunas, en realidad, eran prostíbulos. Este periódico comparte un fragmento de un capítulo del libro «La Sagrada Familia» de Alejandro Entrambasaguas, donde se describen con detalle el interior y las actividades de la sauna Adán, la más rentable de la familia política del jefe del Ejecutivo.
Hay lugares donde el poder no se exhibe, sino que se esconde. Donde no hay discursos, sino miradas esquivas; donde no hay focos, sino rincones. Donde los apellidos se disuelven en la penumbra con la misma facilidad con la que se dejan en el perchero los escrúpulos. Allí, en ese vapor denso y cargado de anonimato, la moral no desaparece: se adapta. Se pliega. Se retuerce. Como una toalla húmeda al cuerpo. La sauna Adán, en pleno centro de Madrid, a escasos metros de la Gran Vía y no muy lejos del Congreso de los Diputados, es uno de esos espacios. En apariencia es un local más dentro del circuito de saunas para homosexuales que hay en la ciudad. Pero, en realidad, es mucho más. Es un punto de encuentro oscuro y decadente, una cápsula de penumbra donde convergen historias y estructuras de poder con una relevancia mucho mayor de lo que su fachada anodina podría sugerir.
Lo que convierte a este lugar en una pieza clave del puzzle político no es su clientela, sino su propiedad. La sauna Adán pertenece a la familia de la esposa del presidente del Gobierno. En San Bernardo, al calor de un sótano húmedo, el suegro del presidente gana dinero —y no poco— con la prostitución encubierta de hombres. Hay dinero, silencio y complicidad. Durante meses, esta sauna no fue más que un apunte entre mis notas. Un nombre más, perdido entre otros datos marginales. Pero todo cambió cuando logré localizar a un cliente habitual. Lo llamaremos Eme. Su relato es simplemente un testimonio detallado, lúcido y desgarrador por momentos. Una descripción minuciosa del estado lamentable del establecimiento, una mezcla entre lo sórdido y lo insalubre, entre lo cutre y lo peligroso, pero también una radiografía del ecosistema que allí se cultiva. Un caldo turbio de deseo, poder, abandono y cinismo.
Antes de sumergirse en los pasillos húmedos de la sauna conviene detenerse unos segundos en su fachada. Un cartel de neón verde, encendido día y noche durante años, proclamaba sin ambages la palabra sauna. Un anuncio luminoso que era, a la vez, invitación y advertencia. Un faro turbio para quienes sabían bien lo que iban a buscar. Dentro, olor a humedad antigua, desinfectante barato y cuerpos sudados. Una toalla áspera, unas chanclas de plástico combado y cinco euros bastaban para adentrarse en ese ecosistema sin preguntas, sin nombres, sin registro. Allí sobraba la vergüenza. Solo existían la piel, el silencio y la necesidad.
A la izquierda estaba la zona de vestuarios: taquillas metálicas que parecían sacadas de un gimnasio abandonado. Cerraduras sueltas, metal rugoso de óxido, un suelo que era una charca disimulada con lejía. Sin música. Solo el eco de las chanclas y un olor espeso, agrio, que se quedaba en la garganta como un nudo. Dos caminos: escaleras hacia las habitaciones privadas y escaleras hacia el sótano, donde empezaba lo serio. Un pasillo largo, húmedo, sin ventilación. Suelo pegajoso. Paredes cubiertas de condensación y algo más. Bombillas colgando como heridas abiertas. Cubículos con colchones plastificados y mantas sucias. No eran camas. Eran superficies de uso, y el uso era evidente.
Al fondo, duchas con agua intermitente y olor agrio. No sabías si estabas limpiándote o infectándote. Si entra Sanidad aquí, los mete a todos en la cárcel. Pero allí seguía. En funcionamiento. Con tráfico constante. Ese sótano era el secreto de una familia poderosa. Apenas cuatro o cinco chicos se movían por las instalaciones. Jóvenes delgados, cuerpos cuidados, piel morena. No eran visitantes. Eran parte del mobiliario. Se acercaban sin disimulo. Voz baja, tono neutro, mensaje claro: no había deseo. Había tarifas. Se tarifaban. Era una máquina de hacer dinero.
Una barra servía cerveza caliente en un vaso de plástico blando. Una televisión sin volumen. Alrededor, chicos turnándose para acercarse. Algunos con sonrisa rápida, otros con ojos gastados. No había espontaneidad, pero todo parecía natural. Era un sistema silencioso y constante. Además de prostitución, allí se mueve droga. Cocaína a cincuenta euros el gramo. Sin disimulo, sin miedo, como si ofrecieran un caramelo. Una economía integrada en la humedad del local. La sauna ya no era sauna. Era una pequeña economía del subsuelo. Sexo, droga, compañía, evasión. Un engranaje funcional, sin fricción, sin sobresaltos.
En 1984, el local fue escenario de una muerte terrible. Un hombre recibió una descarga que lo mató en el acto al tocar una caja de conexiones mal cerrada. El Tribunal Supremo ratificó la responsabilidad civil subsidiaria de Sabiniano Gómez. Pero el local siguió abierto. Dinero, vapor y silencio. Hoy, el local está cerrado. Pandemia, no ética. El cartel apagado no es la huella del tiempo, sino de una historia que alguien prefirió dejar así, a medio borrar. Porque mientras la familia de sus propietarios levantaba banderas por la igualdad, en San Bernardo se abría cada día un negocio donde la dignidad se alquilaba por minutos. La sauna Adán fue eso: una grieta en el relato. Un negocio discreto. Un sótano sin ventanas donde los cuerpos y el dinero cambiaban de manos. Y el poder, simplemente, miraba hacia otro lado.

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